Emily 0.2

14 3 0
                                    

—Y bueno, ¿ya te dieron noticia de ese trabajo tuyo? —le preguntó su madre mientras fregaba los platos y los colocaba a un costado, donde Emily los tomaba y con un paño los secaba para luego guardarlos—. Cariño, llevas una vida dura, me atrevo a decir que hasta más que la mía; estudias, haces actividades extracurriculares, pasantías y trabajo sociales, y ahora buscas uno que te genere ingresos. Mira, sé que tu padre...

—Eso no es verdad, mamá —la interrumpió Emily deslizando un plato de vidrio moteado dentro de una de las gavetas una vez éste seco—, muchas de esas cosas ya ni las hago. Los trabajos sociales los dejé hace ya un año... así como las pasantías.

Y no, lo cierto era que no le habían dado respuesta del dichoso trabajo. Su madre aún no tenía claro qué era aquello para lo que había solicitado trabajar su hija, y pues, tampoco se enteraría.

No podía llegar un día dando brincos diciendo «¡Hey, mamá! Adivina qué, ¡conseguí trabajo en la empresa Destino Plaza, sí, esa donde Robert Altamira es el dueño!, y muérete que ahora soy su secretaria personal», porque bueno, su madre la mataría.

Quitarle la cabeza mínimo sería lo que le haría.

Y esto fuese en tal caso de que obtuviese el trabajo. La cosa vendría siendo así; lo malo del empleo era, ya dicho, el que no podría decirle nada a su madre, ni a su hermana ni a nadie, la única en poseer la información sería Keyla, y bueno, eso era suficiente; lo bueno sería la fortuna que ganaría, la ayuda extra para la casa y que bueno, le ayudaría hacer justicia de esa de la que hablaba su hipotético jefe.

«Haré justicia» le había dicho el señor Altamira, ¿pero qué había querido decir exactamente con eso? ¿Dónde haría justicia y cómo?, y lo que tenía realmente pensativa a Emily era, ¿qué injusticia se estaba cometiendo y quién la cometía?

La moneda tenía otro lado, como se sabe, y puede que el tipo estuviese loco y simplemente quería sonar profundo e heroico diciendo algo como aquello.

Pues lo había logrado en parte.

—Pero dime, ¿cuándo me dirás de qué va el trabajo? —pidió saber su madre limpiándose las manos luego de finalizar su trabajo con los platos. A Emily aún le quedaban unos cuantos.

—Cuando sea concretamente cierto que lo tengo, mamá.

Su madre le sonrió casadamente y le tocó la majilla con una mano áspera luego del fuerte uso de jabón líquido a base de limón.

—Te has vuelto tan diligente a tus dieciocho años..., sólo digo que ojalá tu hermana tuviese aptitudes más autosuficientes como tú —le dijo su madre quitando la mano de su cara. Hablaba con Emily, sí, pero sonaba más a que decía un pensamiento en voz alta.

A Emily le incomodaba un poco cuando su madre hacía eso de comparar a Aranza con ella. Cierto era que su hermana no era la más rápida en el colegio, pero aun así era consciente de sus... esfuerzos, si así podíamos llamarles.

—¿Dónde está ella, por cierto? —preguntó luego de terminar de secar el último plato y depositarlo dentro de la gaveta donde los guardaban.

Le dio la espalda al fregadero y fue a buscar jugo de mango que aún quedaba en el refrigerador.

—Ah, bueno. Pues no te sorprendas cuando un día de estos venga y de diga que no sé dónde está mi hija menor. —Se lamentó su madre sentándose en el comedor de roble, al mismo tiempo cerraba sus ojos y negaba con la cabeza.

Emily se río. A veces (lo que realmente significa siempre) tendía a ser dramática y exagerada. Pero era una cosa normal, por supuesto, como el modelo de muchas madres que son así, o esas muchachitas que un día son jóvenes y ese momento al dar a luz a un pequeño, tienen algún tipo de revelación donde pueden tener el lujo de ser de tal forma.

Paraíso OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora