Odiaba admitir que nunca se había sentido mejor. El mismo aire de su habitación hasta parecía ser diferente, más limpio, más suave..., las texturas de las paredes eran diferentes, y la vieja pintura azul oscura de éstas que hacía algún mes atrás se había corrido por la humedad parecía formar una especie de mosaico.
Su cuerpo, su máquina, su motor y templo sagrado ahora parecían estar salvaguardados.
Félix había dormido durante todo el día, desde que se desmayó hasta ahora, que fijándose, notó que el reloj de pared marcaba las seis y cuarenta de la tarde.
Pensó por otro lado que todas esas horas de desvelo y de alta concentración en los estudios habían sido recuperados, o al menos parte de dichas horas, puesto que cuatro años adentrado en un plan como ese no era recuperable así como así.
Había estado evitándolo todo el rato desde que despertó, incluso medio había expulsado a su madre de la habitación con pesados miramientos y quejidos quejumbrosos cuando ésta empecinada había empezado a preguntar por su desmayado. ¡De principio a fin!, puesto que claro, quería conocer todo el relato.
—Por favor déjame solo, no tengo ganas de hablar de eso. —Se limitó a comunicar Félix, lo más sereno que pudo. ¿Comer? Extrañamente no tenía hambre, lo cual raro era, teniendo en cuenta que desde el mediodía no había ingerido nada.
Su madre accedió refunfuñando, pero accedió.
Ahora era el turno de Félix de recapitular todo eso, puesto que sabía que tenía que hacerlo; asumir que había colapsado por haberse exigirse más de lo que debía era su responsabilidad, y ahora debía reconocer que se había desmayado.
Realmente desmayado, ¡enfrente de todo el mundo! ¡De todo el maldito colegio!
No podía superarlo.
Bien sabía que todo San Ignacio debía estar hablando de aquello, ¿y cómo no? Si el primero de todo el colegio colapsó en medio de la cafetería... ¿pero por qué?, y eso, por supuesto, esperaba que nunca lo supiese nadie.
Pensó que no recordaría nada, pero se equivocaba. Lo hacía, todo estaba en su mente tal y como había pasado; recordaba el sudor que arañaba su cara y frente en ese momento allí sentado, lo frío que se sentía, y también lo asustado que estaba... recordaba el mensaje de su madre, el estar hablando con José, que el reloj diese las doce y entrara una horda de estudiantes, que la vio a ella...
Félix abrió los ojos como platos.
¡El plan, el video, Lana!
Saltó de la cama y sin saber cómo ya se encontraba fuera de su habitación, cruzo la sala de estar y ya estaba en la cocina donde vio a su madre preparando la cena, sudando le dijo:
—¡Mamá! ¿Dónde está mi cámara? —sentía que gritaba, y puede que su madre también sintiese lo mismo porque ésta lo miraba consternada y sobresaltada.
—¿Qué cámara? —preguntó alarmada por igual.
—¡Mi cámara! —repitió Félix explicando, pero sin explicar realmente—. Estaba en mi mochila, ¿dónde... dónde está mi mochila?
—Está tu habitación.
—¿Y la cámara?
—Pues en la mochila debe estar —dijo su madre con una expresión de obviedad.
Félix suspiró tranquilizándose, estaba actuando impulsivamente e innecesario era, ya que si su madre hubiese visto el vídeo tenía claro que enterado ya estaría. Pero su madre estaba allí, dándole frente a la cocina cucharon en mano, mirándolo como si esta actitud presentada fuese algún efecto del desmayo que había sufrido.
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Paraíso Oscuro
Ficção AdolescenteSan Ignacio es un colegio lleno de estudiantes ambiosos y codiciosos, dispuestos a todo por el mejor de los futuros, por eso Thomas, junto a cinco jóvenes más, tendrá que hacer todo lo posible para terminar un bachillerato lleno de burlas, trampas...