Félix

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Félix se ajustó su saco y abrochó los botones, dejó escapar el aire que no era consciente que contenía en su pecho y salió del gimnasio para encaminarse al pasillo.

Mientras caminaba, se decía una y otra vez que estaba bien lo que acababa de hacer, que no era nada malo, que debía hacerlo, pues sus razones ya las tenía, y vaya que los esfuerzos mentales eran algo considerable. Después de todo, era para tener un mejor futuro, uno garantizado al menos, ¿no?

Había llegado a la cafetería, pero no entró, solamente se limitó a reposarse a un lado de las puertas doble, y esperar. Deseó dejar de sudar un poco, pero su cuerpo no parecía dispuesto a complacerle esta vez.

Luego de cinco minutos, apareció José Sánchez, su mejor amigo, bajando las escaleras del frente. José le sonrió cuando le miró, y Félix hizo lo que pudo para devolverle la sonrisa.

—Vaya, amigo... ¡eres rápido, y qué grande que lo tienes! —dijo con una risa mientras le dala la mano y el puño, José se emocionó un poco en el asunto y también le golpeó juguetonamente en el hombro—. No tenía idea de que te movías así.

Oh, Dios, estaba ocurriendo lo que más temía.

Félix sentía que se sonrojaba, por cierta parte estaba más que avergonzado, ya que, pues, su amigo había estado allí junto con él, de donde había salido tan sólo minutos antes; se había mantenido escondido detrás de unos estantes de hierro, y había visto todo lo que él hacía y cómo lo hacía con aquella chica, Lana Marín.

Cierto era que acababa de ofrecerle porno en vivo a su mejor amigo, pero si lo seguía poniendo de esa manera a ninguna parte llegarían.

Ya había tenido relaciones antes, sí, pero con nadie más que lo viera, excepto la chica con la que estaba, pero esto claro ya era.

—Ya basta ¿sí? —espetó.

—No, en serio. Creo que me volveré marica y follaré contigo. Quedé asombrado y con cierto deseo... —le miro, con una media sonrisa burlona.

Félix ya perdía la paciencia, como que se estaba arrepintiendo de lo que habían hecho.

José, en cambio, al ver el disgusto de su amigo, se partió en risa, doblándose con la acción, apenas respirando. Félix esperó a que terminara, pacientemente, cabe destacar.

—Ya verás —masculló con los dientes apretados—. Cuando te vayas a follar a una perra de esas que tanto te gustan, quieras o no me esconderé y los espiaré.

—No tienes las pelotas —replicó José con desafío y superioridad confiada.

Tenía razón, no las tenía, se sentiría avergonzado y, por cierta parte, asqueado. No soportaba mirar a otros mientras mantenían relaciones... las orgías no eran lo suyo, eso lo había comprobado ya. Ese acontecimiento había terminado por ser otro sacrificio.

—Como sea —dijo cruzado de brazos, bajando el tono de voz—, ¿grabaste el vídeo?

José le sonrío con eficiencia, y sacó la cámara de uno de los bolsillos del pantalón, alzándola en una mano.

—Desde el comienzo hasta que ambos terminan —afirmó.

—Bien. —aclamó Félix.

—¿Y ahora qué? —preguntó José intrigado, sujetando la cámara aun con más fuerza. Félix notó que procuraba no mirar a los lados, se imaginó que debía sentir que lo observaban y escuchaban, y el sentimiento era entendible, de hecho, dado que él sentía más o menos lo mismo.

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