Thomas 0.2

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La madre de Thomas se había negado, al menos, por décima vez.

—No puedes salir hoy, lo siento —espetó ella con los labios apretados, que era algo que hacía cuando quería hacerse la dura. Solía hacerlo desde que Thomas tenía tres años y le pedía dulces pero ella era consciente de poder alimentar a su hijo a base de éstos.

Quería que todo volviera a ser así otra vez, por alguna parte.

—Mamá, en serio. Necesito salir con Aranza, debo explicarle unos ejercicios de física.

Su madre le miró como si quisiera arrancarle la cabeza.

—¿Y si mejor en vez de ocuparte de las tareas y deberes de otros, no te ocupas de las tuyas y vas midiendo el hecho de que tu posición en la élite pende de un hilo? ¿Sí? ¿De acuerdo?, entonces tenemos un trato.

—No he aceptado tal cosa. —Replicó Thomas secamente.

—Tu madre tampoco te ha preguntado si querías o no aceptar —opinó su padre detrás de ellos, sentado en un alto taburete de la isla de la cocina leyendo un libro titulado ¿Cómo Saber si su Hijo Pasa o no por una Etapa?, Thomas no pudo evitar bufar ante aquello, seguro de que no era una etapa.

Por otra parte esperaba que lo de sus padres tratándolo como a una nena quinceañera a la que no dejan salir, sí fuese una etapa. —Papá, de verdad. ¡Necesito salir! Tengo diecisiete años, creo que ya puede hacer casi lo que yo quiera, y ahora quiero explicarle física a una amiga.

—Creo que deberías tener más amigos. Amigos de tu mismo...

—Sexo –completó Thomas como una grabadora. Siempre decía lo mismo—. Ya lo sé.

Pero Thomas no sabía cómo explicarle a su padre que no encontraba manera de interactuar con otros estudiantes de San Ignacio, porque, en aquel agujero de mierda todos estaban locos. Tampoco sabría qué pensaría su padre respecto a los acosos y abusos que recibía su hijo por ser del aula de la élite y encima homosexual.

Avergonzado, intuyó.

La verdad el padre de Thomas por lo general no era machista, ciertamente no de eso iba con él, pero desde que había «salido del closet», había adherido esa peculiaridad. En parte les había dicho que era gay con cierta tranquilidad por esa cuestión. Pensó que lo entenderían.

Pero no.

Incluso, una vez que habían ido a un restaurante chino (el favorito de los tres) y habían visto una pareja de dos hombres sentados a unas pocas mesas a la de ellos, y su madre había comentado lo bien que se veían y lo valientes que eran. Su padre sólo asintió sin decir nada ofensivo, mostrándose de acuerdo con su mujer.

Thomas en aquel momento decidió que la cosa con sus padres después de todo quizá no fuese la gran fue..., naturalmente lo fue.

Tal vez que su único hijo fuese así cambiaba la cosa.

Él no podía saberlo.

—Entonces... ¿no me dejarán ir? —terminó por decir.

—No —dijeron ambos al unísono, la sentencia esparciéndose por la cocina con un rotundo eco.

—Bien. —Thomas dio media vuelta sobre sus talones y se fue a su habitación lo más calmado que pudo.

Desde que les había dicho que era gay siempre era así, no le dejaban ir a ningún lado, y vivía casi aprisionado en aquel lugar. Salía solamente al colegio, y pocas veces a la casa de algún que otro compañero dada la obligación de un trabajo escolar, pero generalmente era ellos quienes venían a su casa.

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