8

292 17 0
                                    


Me dediqué a buscar para entonces aquellas malditas llaves, pero parecía que simplemente habían desaparecido de mi bolso. No tenía caso dar vuelta toda la casa y de ese modo, no tenía más opciones viables que quedarme allí. Quizás me serviría para conocer el lugar un poco más, ya que sentía que podía sentirme acogida y que mejor forma que aquella oportunidad.

Primero que todo,  me dirigí hacia aquel piano, el cual pensaba que de alguna manera este me llamaba insistentemente. Mis pasos lentamente me llamaban hacia tan viejo instrumento. Para mi suerte este estaba afinado. Había sido algo increíble, ya que me soltaba de tal manera que toqué toda una melodía a la perfección, siendo que desde que murió mi padre, dejaba de lado la música enfocándome en otras prioridades. Pero allí,  solo me dejaba llevar por aquellas teclas.

De alguna forma soltaba esa parte de mí que llevaba tanto tiempo oculta, hasta que alguien aplaudió inesperadamente. Esto provocaba que me detuviese inmediatamente, ya que se suponía que estaba sola en esa vieja casa y me parecía algo extraño, escuchar esa clase de ruidos. Pero veía que eso no sería así, ya que poco a poco se iba acercando una inesperada presencia. Era una anciana, una señora de cabello blanco, vestida completamente de negro quien me veía completamente sorprendida. 

—Usted toca hermoso—sonrió.

—¿ Quién es usted?—averigüé seriamente.

—No se asuste, mi nombre es Margaret. Soy la ama de llaves, protectora de la casa, además el abogado me envió ya que me dijo que las herederas estaban viviendo aquí—comentó la anciana—. Así que sin más preámbulos, vengo a ayudarles.

—Lamento que me comporte así, pero es que todo esto es nuevo para mí.

La anciana se acercó lentamente, con suma seguridad. Era como si me conociese de toda una vida. 

—Toca con mucha pasión. Me recuerda a una jovencita que conocí, una jovencita a la cual al igual que usted amaba tocar el piano—indicó de inmediato.

Margaret parecía una señora muy amable. Me transmitía cierta tranquilidad, ya que me recordaba un poco a mi abuela la cual había muerto cuando yo apenas cumplía los diez años.

Acepté entonces ir a dar una vuelta con ella por la casa. Me enseñaba cada rincón, mientras me mantenía atenta a cada palabra que ella decía, hasta que llegamos ambas hacia un gran salón donde mis ojos nuevamente se quedaron viendo aquel cuadro atrayente. De alguna forma, ese cuadro hacia que mi corazón se acelerara descontroladamente y la verdad, no sabía cual era la razón, pero de alguna forma deseaba tocarlo con la punta de mis dedos. Sin embargo cuando iba a hacerlo, Margaret tomó inesperadamente mi mano.

—Él es Sir Frederick Townshend, el dueño de esta casa—susurró.

—¿Él era el dueño de todo esto?—averigüé sin quitar la vista del cuadro.

—Así es. Todo este lugar pertenece a él y a su familia.

Nos sentamos en la cocina mientras ella preparaba el almuerzo.  Entretanto, miraba por aquella ventana ese bellísimo jardín siendo intrigada por una sola pregunta.

—¿Quién más vivía aquí aparte del sir?

—Bueno, se decía que él vivía solo y con el resto de la servidumbre—comentó Margaret—. En verdad no se sé que ocurrió con todos  ellos. Lo que si se es que mi abuela le sirvió a él, así que como yo les estoy sirviendo a ustedes.

— ¿Tuvo hijos?- indagué. 

— Dicen que sí, otros dicen que no.

Después de un rato de estar ayudando a Margaret a pelar algunas patatas, me dirigí hacia el jardín y me senté en el pasto hasta quedarme completamente dormida. Sentía como la brisa recorría mi cabellera oscurecida hasta entrar recorrer mi espalda. Me relajé y entonces, inesperadamente comenzó a surgir un sueño, uno especifico. En este veía a mi padre y a mí de pequeña, nos veíamos felices. Pero solo era eso, un sueño, un hermoso sueño el cual deseaba una y otra vez que fuese una realidad. 

Estaba descansando tranquilamente, pero luego de unos minutos de sumo inconciencia,  comencé a percatarme que alguien o algo tocaba suavemente mi mejilla. Podía sentir perfectamente unas manos extremadamente congeladas, unas que me causaban desesperación de poder despertar. Mi piel rápidamente comenzaba a erizarse, causando que mis ojos se abrieran con sumo nerviosismo . Estaba completamente agitada, el aire apenas lograba entrar hacia mis pulmones y el corazón, permanecía aun agitado. 

Era una pesadilla, pero solo estaba allí en un jardín repleto de hermosas rosas rojas.


La Esencia de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora