4

443 21 0
                                    


Pasó exactamente un año y nuestra situación estaba tomando su curso normal. Mamá ganaba un buen dinero en la florería y yo, poco a poco comenzaba a abrirme en mi círculo de trabajo.

La vida tomaba por fin su curso normal, ya que con el dinero recaudado, mi madre iba pagando las deudas  y también estaba la posibilidad de que retomase mis estudios en la universidad. Fue así que ambas nos fuimos olvidando rápidamente de las llamadas de aquel abogado, incluso ya habían dejaron de llamar y de enviar aquella seguidilla de repetitivas cartas. Parecía que nada de eso hubiera ocurrido. Un evento pasajero.

Uno que volvería por nosotras. 

En el verano del 82, llegó alguien sin avisar hasta la puerta de nuestra casa. Mi madre no se encontraba presente, quedándome a solas realizando el aseo de la casa. El timbre había sido nuevamente el detonante de nuestro temor.

Tres veces, tres veces en que alguien había golpeado la puerta, tres veces que me habían hecho temblar y quedarme en una esquina esperando a que aquella persona se fuese. Sentía el mismo miedo que mi madre, la desesperación y la incertidumbre de no saber que debía hacer.

Pero finalmente, me armé de valor y abrí la puerta. Simplemente no podía creerlo, tenía en frente de mí a George Brown y a su hijo Eric, un amigo de mi infancia.

En verdad nunca pensé que nos volveríamos a ver. Creí que habían desaparecido, así como muchos amigos de la familia que nos dejaron cuando se realizó el funeral de mi padre.

Estuvimos un buen rato conversando y recordando aquellos momentos en los cuales mi padre estaba vivo. Obviamente  mi timidez había aflorado. Me sentía completamente cohibida al lado de Eric, quien no dejaba siquiera de mirarme. Nos conocíamos desde que éramos apenas unos niños, habíamos formado un gran lazo de amistad que pudo haberse convertido en un gran amor, pero el destino interfirió y nuestros caminos tomaron rápidamente rumbos completamente diferentes.

Pasaban ya de las seis treinta de la tarde, cuando mi madre llegó finalmente a casa. Venía con las rosas que siempre le regalaba el dueño de la florería. Las puse de inmediato en agua mientras ella hablaba con George y Eric, riendo como si nada hubiese pasado en nuestra vida. Mientras aquello sucedía, observaba detalladamente aquellas rosas, aquel aroma.

Era algo confuso, ya que de alguna manera me sentía completamente familiarizada con su hipnótica fragancia.

—Sigues siendo hermosa—susurró una voz. 

Gracias—respondí tímidamente. Apenas podía ver el rostro de Eric. 

Ambos fuimos hacia la sala en donde George, le daba inesperadamente una llave a mi madre. Esta obviamente la vio con algo de curiosidad ya que era de esperarse, nadie entregaba algo así como así, sin pedir algo a cambio.

—¿Qué es esto?—averiguó mi madre.

—Bueno, el motivo de mi visita aparte de saber cómo estabas, era para darte esta llave, la cual es de mi casa de veraneo en los Ángeles—comentó él—. Se que todo esto de la muerte de tu esposo ha sido difícil, ya que me enteré por alguno de los trabajadores de la mueblería. Solo quiero que vayan y disfruten

Gracias George. Tomaremos esto como un lindo gesto—expuso mi madre, sonriéndole y guardando a la vez aquella llave sobre el bolsillo de su chaqueta.

Todos nos despedimos, con un fuerte abrazo y algunas risas que se oían una y otra vez. Luego mi madre y yo, quedamos con la boca abierta por tal visita inesperada. Pensábamos mucho en irnos unos días de vacaciones, así que sin más preámbulos, pedimos permiso en nuestros trabajos y nos fuimos a Los Ángeles. A ambas nos haría bien estar lejos de la ciudad, respirar otro aire y disfrutar de todo el tiempo libre que tuviésemos juntas.

Llegamos entonces hasta un lindo balneario con vista al mar. Todo era salido de una película. La atención, el lugar y la comodidad, simplemente estar ahí era un completo sueño. El lugar era súper exclusivo, ya que se veía que era algo caro y que solo pocas personas podían ir a visitarlo.

Estuvimos allí por dos semanas, dos maravillosas semanas en las que me sentí feliz y completamente relajada.

Fueron unos días inolvidables y de buenos recuerdos, ya que ambas nos acordábamos de mi padre, de que a él le hubiese encantado este lugar en donde se veían las estrellas y el mar cristalino.

Aquel relajamiento no duró para siempre, ya que debíamos volver a nuestro pequeño hogar. Había que dejar todo lo bueno, pero recordando que eso nos sirvió para vivir la vida con un poco más de optimismo y alegría. Aunque eso cambió cuando el taxi que nos llevaba, se dirigía poco a poco a nuestra casa.

Y a lo que vendría más adelante.

La Esencia de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora