17

168 7 0
                                    




           

La vida se confundía en un lienzo enredado de historias confusas con finales mentirosos. La mayoría del tiempo, creía que todo era perfecto y verdadero, haciéndome sentir tranquila y segura en medio de un lugar repleto de antigüedad, polvo y memorias de una escena que se repite en mi cabeza una y otra vez sin encontrarle una razón, un punto fijo, un motivo por el cual en las noches siento que todo se transforma en un sueño, uno que se vuelve pesadilla.

Los días después de la visita de aquel asustadizo médico, transcurrieron de una forma en donde enclaustrarme en mi habitación, parecía una alternativa obvia a todo lo que estaba pasando a mí alrededor. La supuesta seguridad de aquellas cuatro paredes, debía alejarme de las dudas, de las supersticiones, de los escalofríos que aumentaban cada noche como abrazos congelados de unas manos que trataban de arañar cada parte visible de mi cuerpo haciéndola sangrar, sangrar internamente hasta que mi madre prendía las luces evitando los gritos mientras el sudor, se mezclaba con cada gota visible de lluvia caída por mi ventana.

-       Esto no puede seguir así. Cuando el mes termine, nos iremos de esta casa- dijo mi madre tratando de llamar reiteradas veces a aquel desaparecido abogado

La decisión de mi madre se veía en su rostro y en aquellas maletas que llenaba de ropa y algunas cosas que debían servir como sustento por algunos meses en donde claramente, no sabíamos a donde dirigirnos. Esta casa era lo único que nos quedaba e irnos, significaría que debíamos estar en un albergue o a la calle, ya que no teníamos nada, no éramos nada sin esta enormidad de mármol y viejos remordimientos.

Me tiene, nos tiene atadas y de alguna forma casi inexplicable, yo no quería irme ya que a pesar de estar enloqueciendo y muriendo posiblemente en aquellas sábanas blancas, la casa me poseía como yo la poseía a ella.

Decidí levantarme en cuanto mis piernas pudieron sujetarme al andar lentamente por los pasillos de aquella casa en donde el aroma a humedad, se mezclaba potentemente con el de las rosas que a pesar de las fuertes lluvias costeras, estas seguían intactas, tan frescas, tan perfectas, tan rojas como aquella sangre vista en mis sueños más escandalosos.

El tic tac de aquel imponente reloj marcaba cada paso que daba por aquellos escalones siendo seguida por la mirada de aquel cuadro, aquel que seguía allí mirándome, siguiéndome con aquellos ojos que se detenían en mí y solo en mi como una forma incomoda en donde él, él del cuadro, tenía el control absoluto de mis movimientos.

¿Qué es lo que quiere?

¿Por qué sus ojos me persiguen a donde quiera que vaya?

Su mirada me llenaba de temor pero también de ira al querer tomarlo y quemarlo en aquella chimenea que hacia sombras bailarinas en cada trazo pintado con suavidad sobre su rostro, aquel rostro en el cual lancé un finísimo jarrón mientras abría aquellas puertas y corría por el jardín ante el llamado de mi madre quien gritaba mi nombre en medio del viento y de aquella huida que hizo que abriera las rejas y saliera de allí dirigiéndome al frente, tan solo al frente corriendo desenfrenadamente sintiendo mis pulmones agitados y mis ojos completamente llorosos ante aquel crujidor nudo en mi garganta que se prolonga en cada bocinazo que oigo a lo lejos. Allí en medio de frondosos y viejos árboles, un auto se detiene, llevándome hacia la ciudad en donde en medio de silencio, el abogado me dice: 

-       ¿Ocurrió algo en la casa?

-       ¿Qué es lo que sabes sobre ella?-dije respondiendo una pregunta con otra pregunta

El abogado solo detuvo su auto en una concurrida avenida, siguió con las manos puestas en el volante sin siquiera mirarme por el espejo retrovisor y me sacó de aquel auto, dejándome en aquella esquina mientras él se iba como un cobarde o como alguien que probablemente, no quería inmiscuirse en la vida de sus clientes.

Vagué así por cada calle evitando las progresivas llamadas perdidas y mensajes en donde mi madre me pedía que regresara a casa.

A casa...casa...casa...

Se suponía que casa era aquel lugar en donde una se siente a salvo, un lugar en donde todo desde un simple florero hasta los que viven en ella, te hacen sentir acogida. Pero ahora, no sabía si debía llamarle casa a aquel lugar que solo acumulaba secretos en vez de polvo en las estanterías.

Llegué así sin querer a una biblioteca local en donde solo letrados y viejos pobladores, se sentaban allí a leer o a investigar sobre temas poco estudiados en escuelas e institutos. Allí, entre ante la mirada de una mujer vieja de cabello recogido que estaba sentada en un escritorio carcomido por distintos materiales de aseo.

-       ¿Puedo ayudarte en algo jovencita?- preguntó la mujer dando algunos sorbos del café comprado en la cafetería que quedaba cruzando la avenida

-        Necesito información sobre una casa- dije con algo de timidez

-       Dime cual, aquí tenemos información de cada propiedad, desde las más viejas hasta las últimas que el municipio ha construido- dijo la mujer amablemente poniendo atención en cada palabra que salía de mi boca

-       Quiero información de la casa Townshend- dije a viva voz

Todo quedó prácticamente en silencio. Las miradas de cada estudiante, bibliotecario y anciano que se sentaba allí a leer el periódico, estaban puestas en mi causando un gran impacto y escepticismo al nombrar la casa que me albergaba de una forma en que jamás pensé, que generaría tanto revuelo y susurros inesperados

-       Ven conmigo- dijo la mujer mientras los demás seguían hablando y diciendo cosas en donde la casa, se inmiscuía en cada conversación que no parecía ser del todo silenciosa

La mujer me llevó a un lugar repleto de viejas fotografías de algunos lugares que se consideraban como históricos. Allí estaba la casa, la imponente casa rodeada de rosas y servidumbre que fue disminuyendo con los años y con aquella historia que Don bernard, había considerado como la única y probable verdad. 

-       Esta es la información de la casa- dijo la mujer dándome solo un libro con un contenido bastante escaso

-       ¿No hay nada más?- pregunté sintiendo la fragilidad de aquel pequeño documento

-       Es todo. Lo suficiente diría yo- dijo la mujer alejándose mientras alguien parecía llamarla urgentemente

Agarré aquel documento hojeándolo y viendo lo que contenía en su interior. Allí me di cuenta que se trataba de las mismas palabras dichas por aquel viejo jardinero en una noche de lluvia. Quizás eso bastaba, eso era necesario para quedarme con la conciencia un poco más tranquila en cuanto salí de aquel lugar encontrándome nuevamente con el abogado, quien me llevó a casa en medio de palabras formales en donde decía que mi madre debía firmar una seguidilla de documentos que debían de alguna forma mantenernos allí, envueltos en recuerdos y un cuadro inamovible.

La Esencia de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora