Diez días antes de la tragedia

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—  Alfred F. Jones.—  pronunció su nombre con aquel acento británico que siempre se las arreglaba para sonar exasperado.—  ¿Cuántas veces tengo que decirte que ese abrigo de aviador no es parte del uniforme? Tendré que decomi...

Su voz se fue consumiendo,cuando lo divisó con los auriculares puestos de una radio portátil*. El norteamericano iba silbando sin siquiera percibir la furia que parecía avivar en el presidente a su lado.

  —  ¡Maldito, yanki sácate en este momento esa chamarra! —  se adelantó y lo tomó por la solapa. El rubio agarró sus manos y se arrancó los auriculares, contagiando por aquel humor negro de Arthur.

  —  ¿Qué mierda te pasa ahora? ¡Suéltame!— ,pero no parecía tener intenciones de soltarlo. Y aunque no pareciese,era más fuerte de lo que aparentaba, pues ya estaba por quitarle el abrigo. 

— ¡No puedo permitir que entres así al colegio! 

  —  ¿Eres la maldita inspectora ahora? ¡Déjame te he dicho! — cuando ya logró apartarlo. El británico tenía el abrigo en sus manos.

Una sonrisa burbujeó en su rostro, que se amplió en aquel gesto poco agraciado. Arthur le obsequió una mirada llena de espinas jugueteando con la prenda decomisada.— Ahora tendrás que venir al salón del consejo estudiantil después de que se terminen las clases para ver este trapo sucio, ah claro si quieres también, si no nos la podemos quedar para usarla de trapeador o lo que sea.

Lo acuchilló con la mirada, aguantando la sonrisa que amenazaba con nacer. — Haz lo que te venga en gana. — se volteó  y caminó hasta desaparecer por el pasillo. El británico solo rodó los ojos y también tomó su camino murmurando entre dientes.

Completamente solo, frente al espejo del baño, se mojó la cara con el ánimo recuperado. Y mientras las gotitas de agua chorreaban de su rostro y de las puntas de sus cabellos, rió sin remedio. Vería a Arthur de nuevo con aquella excusa después de clases; y eso era suficiente para hacerlo feliz a grandes creces. 

Incluso había ocasiones que ni él mismo se ponía creer que estaba enamorado a tal grado de aquel cejudo cascarrabias, pero no es algo que pudiera remediar a esas alturas. Después de aquellos años, terminó por rendirse con ese sentimiento. Si Arthur nunca se enteraba, estaba bien ¿verdad?

Recordaba aquel día de primavera hace cuatro años, la lluvia se lanzó impetuoso contra los jardines, los árboles, y las ventanas que silbaban con el viento de afuera. Por aquel clima tan esperado de Londres, tuvieron que hacer la ceremonia de posición del consejo estudiantil en el coliseo cerrado. 

Alfred recordaba aquel día lleno de relámpagos como uno de sus tesoros más preciados, porque aquella mañana fue cuando se fijó en Arthur. Hasta ese momento,las pocas veces que lo había visto, no le había parecido más que otro británico más en el colegio. Pero tal vez fueron sus ojos que se clavaron en él cuando empezó a hablar. Los ojos verdes, sin ser tan claros como la lima, ni tan oscuros como el fango, sostenían su mirada con una seguridad que Alfred, en ese momento, admiró. Solo pudo pensar, una vez acabado el discurso, que admiraba un poco al nuevo presidente del consejo estudiantil.

Pero mientras los días transcurrieron,se dio cuenta que aquella admiración comenzó a moldearse en algo que parecía monstruoso ante los ojos de cualquiera.

 Y sin darse cuenta, habían llegado a esa relación de insultos y sentimientos escondidos de cada mañana. Alfred siempre se encargó de atesorar cada gesto que hacía su británico cuando estaba enojado, o cuando se burlaba de él con aquella sonrisa macabra. Cualquier vestigio de hecho, le fascinaba si era de Arthur.

Soy El Héroe Que No Necesitas (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora