Después de la tragedia.

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Los días se habían consumido con la lentitud con la que muere una colilla. Inglaterra nunca le pareció un lugar tan gris y solitario como lo sintió esos últimos años. Sin aquel ruidoso estadounidense, terminó el colegio y comenzó los tormentosos exámenes de ingreso para la universidad. No tenía tiempo para sentir la tristeza y la pena que Alfred le dejó, pero aún si este sentimiento se las apañaba para molestarlo cuando podía.

La pluma y la luna ya se cansaron de verlo cada noche intentar escribir una carta. Tachar y desperdiciar postales que nunca mandaría. Quería sonar sencillo, no tan desesperado y triste como en realidad estaba. Quería conversar con él aún si el mensaje tardara meses en llegar. Sin embargo, cada vez que comenzaba a escribir, un orgullo estúpido y un miedo infantil, se colgaban de su cuello como monos y no lo soltaban hasta que arrugaba la hoja y la tiraba al basurero.

¿Qué tal si sonaba muy entrometido? ¿Qué tal si Alfred ya lo había olvidado? ¿Qué tal si aún lo odiaba por lo de la última vez? Cuestiones inanes lo amedrentaban y lo sumergían en un mar que cartas rotas, y sueños tristes. 

Entró a la carrera de Derecho. Fue triste darse cuenta que cada vez la imagen de su americano risueño se iba perdiendo con la huella de los años. Ya no era tan clara y palpable como en los primeros meses. Sin alguna foto o comunicación solo pudo ser un espectador impotente de aquel proceso. El como una huella en la arena es borrada por el matutino oleaje.

Los libros ayudaron a apaciguar el sentimiento. El estudio, y los amigos ,lograron casi depurar la mancha permanente que había dejado Alfred F.Jones. Pero no fue así. El día en que se graduó de la universidad, y observó a todos aplaudiendo y estrechando su mano en felicitaciones. Solo el americano se paseaba por su mente. El único de quien deseaba recibir unas felicitaciones que nunca vinieron. Su corazón ya no estaba muy percudido de él.

Su padre le dio trabajo en su compañía en cuanto egresó. La imagen de aquel joven que volteó su mundo, que le regaló una de las sonrisas más brillantes; él que le hizo dar cuenta; que tal vez el amor no consiste de enamorarse de mujeres o hombres, sino de humanos y de sus almas encantadoras. El recuerdo de aquel joven llamado Alfred F.Jones se hundió cada vez más en la caja de los recuerdos, dentro de aquella época de colegio donde se encontraba de presidente del consejo estudiantil.

Pero,a veces, le traicionaba el pulso cuando escuchaba un acento americano, o simplemente cuando pasaba cerca del puente de Londres o el cada vez más abandonado, arcade. Ya no resultaba encantador o romántico, sino tonto y absurdo ser delatado por esas emociones con un amor pasajero que pasó hace tanto.

 — ¿Podrías apagar esa radio, por favor?— Era absurdo ser abrumado por esos detalles, pero aún así haría todo lo posible por evitarlo. Al menos hasta que lo haya enterrado completamente.— ,es molesto y no puedo trabajar.

Su compañero de trabajo no pareció sorprendido de aquel tono enfurruñado,estaba acostumbrado. Era noticia vieja que el Sr.Kirkland era uno de los hombres más insensibles y monstruosos de la compañía. No solamente en sus juicios, sino también en aquellos pequeños detalles de la vida que no disfrutaba, ni dejaba disfrutar.— ¿Por qué no? Es buena la canción ¿la ha escuchado? — alzó el volumen un poco, creyendo en vano, haber detectado el meollo de su amargura.

— Sí. Si la he escuchado, ahora apaga ese aparato antes de que lo haga yo.— volvió a hablar sin despegar la mirada de los papeles que estaba organizando para su próximo juicio. 

— Es de Louis Armstrong — intentó justificarse y empezó a tararear la letra. — When you smiling-

El corazón titubeó por un momento, y un Alfred desaliñado con una sonrisa en el rostro apareció en su mente, tareando la misma canción con energía mientras él reía de su voz desafinada.

Soy El Héroe Que No Necesitas (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora