...de la tragedia.

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— Cuando dijiste cita no creí que te referías a esto...— no quería sonar desilusionado, aunque lo estuviese ,de hecho, desde que entró.

— ¿Por qué? Es divertido.— Alfred ajustó las monedas dentro de la maquinita para que empezase el juego. Arthur vio con un suspiro las coloridas letras del título aparecer en el fondo negro.

— Nunca he jugado, no creo que-

¡C'mon! — lo interrumpió con una de esas risas estruendosas.— Solo tienes que aplastar este botón para moverte y este otro para saltar. Eso es todo.

Arthur miró como quien escudriñaría una televisión moderna. No quería admitir que esas maquinas tan populares lograban confundirlo un poco. Tomó la palanca que era para que el personaje se moviera.— ¿De esta forma?..— volteó a verlo y su rostro cayó en enojo.—¿qué te divierte, estúpido?

— Nada, nada, es sólo que...— intentó sofocar la risa.— ,pareces mi abuelito intentando usar la televisión.

— ¡Cállate! ¡Te dije que no sé jugar!—soltó la palanca y se echó para atrás con actitud enfurruñada. — ¿Por qué mejor no invitaste a alguien que si sepa jugar? 

Alfred terminó de reír y lo miró de reojo con esos intensos ojos azules.— Porque solo me interesaría enseñar las cosas que me gustan, a la persona que me gusta.

Arthur rodó los ojos y volvió a tomar la palanca. La vergüenza se cubrían muy mal en su rostro.— Bien, ¿dijiste que este era para saltar?

— Ajá. Y el rojo para moverse.

El británico miraba con los ojos verdes entrecerrados la pantalla de alto brillo. Había un mono cuadrático en un fondo verde, algo parecido a una jungla.— ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora?

— Tienes que correr y evitar que te alcance la avalancha de bananas que vendrá detrás de ti.

Arthur volteó a verlo con cara de pan y le golpeó el hombro con rudeza. En el rostro del rubio se formó una exagerada cara de dolor.— Cuidado, aún estoy adolorido por el juego.

—  Jones, ¿es enserio?—  pareció que iba a burlarse una vez más pero al ver como Alfred continuaba sobándose el hombro golpeado, la sonrisa se volvió polvo.—   ¿te duele bastante?

—  Como lo haría haber soportado más de cien kilos de cinco personas sobre ti.

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— ¡Lo siento! ¿ cuántas veces tendré que repetirlo?— Alfred bramó. Y allí iba bajando la calle la recién pareja con otra discusión.

— ¡No es cuestión de disculparse! — a pesar de ser el más bajo, era quien más imprimía la ira en palabras como si su ser estuviese compuesto de ésta.

— ¡No había otro lugar para ir, Arthur! — rugió el americano.— ¡Si no te has dado cuenta todo está cerrado!

— ¡Si me he dado cuenta, porque son las diez malditas horas de la noche!

— ¡Sólo estás enojado porque perdiste en cada juego que íbamos!

El británico volteó los ojos y no dijo más. El silencio espeso de la noche oscura comenzó a pincharle como un niño molestoso. Los pensamientos de Alfred se enredaban mientras Arthur iba más adelante, aún sin dirigir la palabra con las cejas todavía juntas de enojo. 

Con un suspiro resignado, Alfred miró a su alrededor y se alegró de no encontrar a ningún oficial haciendo su guardia o algún londoniense caminando por allí. Se adelantó hasta él y envolvió su mano, helada por aquel clima.— No te enojes, Arthur. Tal vez no ganaste los juegos, pero tienes ganado mi corazón.— le guiñó un ojo. 

Soy El Héroe Que No Necesitas (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora