[He wears the perfect disguise...]

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Con sus manos en los bolsillos de su chaqueta, continuó caminando sin rumbo alguno. Sus ojos fijos en sus pies, sin importarle la gente que lo rodeaba o pasaba por su lado en la acera. Algunos lo miraban, no muy disimuladamente, con algo de intriga. Se preguntaban quién era ese muchacho que llevaba su cabeza gacha y cubierta por la capucha a mitad de la noche, caminando perezosamente, como si no quisiera llegar a ningún lado, pero a la vez, no podía dejar de hacerlo. Otros, estaban tan metidos en sus vidas, tan despreocupados por otras personas, solo pensando en que llegarían tarde a sus destinos, que no se molestaban en voltearse a verlo, y pedirle disculpas cuando lo empujaban al pasar. Porque él, a pesar de que su mente estaba muy lejos, se corría cuando notaba los pies de alguien acercarse, casi automáticamente. Estaba acostumbrado a hacer lo que sea con tal de no molestar a los demás. Estaba acostumbrado de ser solo él contra el mundo. Pero, al mismo tiempo, estaba harto. Sentía ese cansancio que era más emocional que físico, aquel peso imaginario sobre sus hombros, ese dolor en el pecho, como si tuviera angustia de algo. Recordó entonces a sus amigos, aquellos chicos con los que reía en la escuela, entre clases ya que ninguno tenía las mismas con él. Recordó como ellos le decían que a veces era demasiado serio, y cuando intentaba hacer bromas, le decían que lo volviera a serlo. Sabía que lo decían sin la intención de molestarlo, solo para jugar con él, pero cuando estaba solo, sumido en sus pensamientos, no sabía que pensar en realidad. Lo peor de todo era que, en realidad, quienes él llamaba sus amigos no sabían nada de él. No sabían que en realidad no era aquel chico divertido y sonriente cuando estaba solo. No sabían que cada día, para los demás, se metía en un disfraz de una persona que no existía. Los profesores pensaban que era un buen muchacho, uno encantador, una especie de príncipe. Nunca lo habían escuchado hablar irrespetuosamente, y eso les extrañaba. Además, a penas lo escuchaban hablar. Durante las clases, se encargaba de hacer todos los ensayos y trabajos que ellos le pedían, y cuando los terminaba, siempre antes que el resto, cruzaba sus brazos encima de la mesa y reposaba su cabeza en ellos, para luego cerrar sus ojos. Nadie le decía nada,  ni siquiera el director cuando entraba ocasionalmente al salón y lo veía. Él no molestaba a nadie, hacia lo pedido, y luego, con su tiempo restante, intentaba dormir un poco. Todos notaban las bolsas violetas debajo de, y se preguntaban cual era la razón de ellas. En la Era de tecnología que vivimos, asumían que era por quedarse hasta tarde en la Internet, o algunos opinaban que salía de fiesta, o a algún que otro pub. Parecía el tipo de chico que ahogaba sus problemas en alcohol, y si no lo hacía, lo haría dentro de unos años. Pero, de vuelta, nadie sabía nada sobre él. No se imaginaban que la razón de su insomnio podían ser sus pensamientos y reflexiones por las noches, y altas horas de la madrugada. Porque, cada noche, él repasaba mentalmente cada decisión en su vida. Y, cada minuto que más pensaba en ellas, se sentía más miserable, más culpable de cada resultado. Por lo tanto, esperaba a escuchar la puerta del cuarto de su madre cerrarse, y diez minutos después, espiaba por la cerradura de su puerta, para encontrarla dormida. Así que entonces, procurando hacer el menor ruido posible, salía de allí. Y caminaba. Caminaba por las calles, en su propio mundo. Caminaba hasta que sus piernas dolían más de lo normal y volvía a la conformidad de su cama, para dormir al menos dos horas antes de levantarse para ir a la escuela, a pesar de que no tenía ningún interés en hacerlo. No quería causar problemas, no quería causarle malos tragos a su madre. Ella trabajaba tanto, que solo lo veía cuatro horas por día, durante la noche. En las que le contaba su día, y le hablaba sobre sus compañeros de trabajo. Al terminar de hablar, luego de haberse desahogado, le sonreía maternalmente, y con cariño, le preguntaba como estaba, y como habia sido su día. Él siempre le devolvía la sonrisa, y mentía. Le decía que estaba bien, que ese día sus amigos y él habían intentado entrar al equipo de football, o al de baseball, o al de basketball. Ella al día siguiente nunca recordaba que le había dicho, por lo cual tendía a cambiar de equipo. También, le comentaba sobre una chica que le gustaba. Tenía cabello castaño y ojos verde musgo, y era realmente baja a comparación de él. Compartían clase de Geografía y estaban asignados a trabajar juntos todo el resto de año, por ende, él intentaba cada día acercarse más a ella. Se llamaba Marie, y por supuesto, ella también era una mentira. Todas las chicas de su clase, y las que no iban con él, lo ignoraban. Murmuraban cosas algunas veces que él lograba escuchar. Se preguntaban en voz alta como un chico apuesto como él podría ser tan extraño. Comentaban que saldrían con él, si tan solo fuera un poco "más normal", más sociable, y  si  dejara de vestir tanto negro. Pero era necesario, o eso pensaba él, mentirle. Fingir que existía. Porque no le importaba lo que los demás dijeran de él, en realidad, pero si valoraba demasiado la opinión de su madre. Era la persona más importante en su vida, y de la que más se preocupaba. La que más quería, y, si pensaba, la única.

Para Bae❤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora