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-Pasaron más cosas raras-continuaba explicando-. Hubo un accidente de coche, justo a la altura del puente. Por la noche, un coche perdió el control, chocó contra el guardarraíl y se precipitó contra el torrente. Una caída de unos 6 metros de altura, quizá menos, pero en picado y dentro de un coche. Se escuchó desde mi casa: primero el sonido de los frenos desgarrando la quietud de la noche seguido de cerca por el estruendoso impacto contra la superficie del torrente. Y, luego, nada. Recuerdo esos segundos justo después del accidente, corriendo hacia las ventanas preguntando a mis padres "¿qué ha pasado?". Vi a gente saliendo de sus casas y yo no fui menos. Me puse unas bermudas y con unas chanclas y a correr. Vimos humo y un pequeño incendio en el motor del coche, que estaba bocaabajo por cierto. Mis padres gritaban detrás de mi para que no me acercara, pero yo iba más rápido que ellos atraído por la adrenalina de la situación. Con otras dos personas conseguimos sacar a la conductora, una chica joven que, por suerte, no murió. Luego nos contaron que había perdido el conocimiento justo cuando llegó al puente. Según ella, empezó a encontrarse muy mal, mareada y angustiada y sufrió una especie de síncope. Y, por azar, el coche se despeñó hasta el torrente. Fue un milagro que no muriera, la verdad. Ella recalcó que, por extraño que pareciera, notó como si "algo" hubiera obrado aquella noche para que ese accidente ocurriera, sobretodo cuando llegó al puente. Mientras se desmayaba, decía ella, algo se apoderó de su cuerpo levemente para dirigir el coche hacia el guardarraíl. Ella pensaba que estaba loca, pero no sabía la de cosas raras que estaban pasando por ahí.

>>Pero lo más raro, sin duda, lo que sí que llamó la atención de los medios de comunicación, a parte de lo de Alicia, fue lo de las protectoras de animales. ¿Recuerdas que alguien se puso en contacto con ellas, por lo de los gatos y eso? Bueno, pues a lo largo de las siguientes semanas, las protectoras empezaron a sufrir... ¿desapariciones? Llamémoslo así. Los encargados de esos sitios se iban por las noches y dejaban a los animales en sus jaulas. Pocas semanas después de que los gatos empezaran a desaparecer y antes de que los sueños me fastidiaran las noches, los animales empezaron a desaparecer. Así-chasqueó los dedos-: los responsables se iban por la noche y por la mañana algunos perros y gatos ya no estaban. Jaulas cerradas, todo en orden. Sin sangre, sin ninguna entrada forzada ni huellas de neumáticos o indicios de vandalismo. Y, por supuesto-sonrió-: nada de nada en las cámaras de seguridad. Esto se alargó hasta que desapareció Alicia. Para entonces apenas quedaban animales en las protectoras y, los que quedaban, estaban tan asustados e inquietos que se mostraban agresivos con cualquier persona que se acercara. Algunos de ellos llegaron a atacar muy salvajemente a los cuidadores y a personas que iban de visita. No sé muy bien como acabó aquella historia, pero no debió acabar bien, la verdad.

>> Otros animales... bueno, según me contó un amigo que iba de voluntario allí, los animales que no eran agresivos estaban... tocados, así lo dijo él. "Jodidos de la cabeza". Totalmente desconectados de la realidad, como en modo automático. Se quedaban sentados o tumbados, con la mirada fijada en un punto y totalmente desentendidos de la realidad. No respondían a los estímulos, de ninguna clase. Todos ellos murieron tiempo después, por infartos o apoplejías y cosas de ese estilo. Ningún veterinario fue capaz de explicar qué había pasado ni por qué. Y, por supuesto, nadie pudo encontrar a los animales desaparecidos ni dar ninguna explicación para esas desapariciones. Todo eso forma parte de aquel gran misterio de ese verano, y a día de hoy sigue sin explicación.

>> Ya está, esa es la gran historia.

-Joder-dijo su acompañante-. Vaya fumada, tío-el narrador enarcó las cejas tras dar un trago a su copa de vino, a la luz del atardecer-. ¿Todo esto va en serio?- el narrador asintió.

-Por supuesto. No me he inventado ni una sola palabra.

-Flipas-el acompañante se repantigó en su asiento y dirigió la vista hacia la autovía que corría en paralelo al paseo marítimo, a orillas del mediterráneo, que a esas horas parecía un mar de oro líquido.

-Puedes mirarlo en internet. Se hicieron muchos reportajes, a menos a nivel local. Pero sí es verdad que salió en El Mundo, El País o La Vanguardia o algo de eso, lo de las protectoras.

-Vaya. Es una pasada. No me extraña que no quisieras hablar de ello.

-Bueno-el narrador se levantó y caminó hacia la botella de vino descorchada, colocada en una mesa en el interior de la casa. El narrador volvió al cabo con la botella en la mano, llenándose la copa. Dejó la botella en la mesa circular y se apoyó en la baranda del balcón, con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo la copa con el preciado elixir y la degustó, con vistas hacia el mar. Al balcón llegaba el sonido del tráfico y de la vida de la ciudad-. Es un episodio que no me gusta mucho recordar, pero sin duda forma parte de mi vida. Me guste o no-le miró de soslayo, con una sonrisa tristona dibujada en su rostro joven pero esculpido por los dedos de una madurez temprana-. Ya lo sabes. Siéntete afortunado.- su acompañante se levantó y se acercó hacia él.

-Gracias por contármela- se besaron. El narrador pudo saborear el gusto seco y fuerte del vino en los labios de su acompañante, así como el aroma del tabaco.

-No hay de qué-sonrió y le acarició con suavidad el rostro, con especial énfasis en la zona de la barba: rala y bien cuidada.

-Pero, tengo una pregunta.-alcanzó a decir su amigo, extrayendo un cigarrillo de su cajetilla sujetándolo por el filtro, con la mirada clavada en el horizonte brillante. El interlocutor enarcó las cejas, ansioso.

-¿Sí? Dime.-no pudo disimular su sonrisa.

-¿Por qué "ladrón de manzanas"?

Un silencio inundó la escena, roto solo por los sonidos que se colaban desde la calle. 

-Esa es una muy buena pregunta- acertó a responder el narrador-. La verdad es que el nomb...- sonó el timbre. Interlocutor y acompañante se sobresaltaron, sugestionados por la historia que aún flotaba a su alrededor.

-Iré a abrir-dijo el relator, desapareciendo tras las cortinas blancas de seda, que ondearon a su paso.

El acompañante permaneció sentado, contemplando el fluir del tráfico y como la estela dorada del día moribundo salpicaba las alturas de colores pastel.

El narrador abrió la puerta y vio a su vecina del piso de arriba, con sus gafas de cristales redondos y su pelo castaño oscuro recogido en un rodete. Ella sonreía, tratando de ser simpática, y entre sus manos, cuyas uñas reflejaban el color rojo punzó, sostenía un folio en el que podía leerse SE BUSCA. También había un foto y unos párrafos de información. 

Antes de hablar se humedeció los labios y, sin borrar la sonrisa, dijo:

-Perdona, ¿has visto a mi gato?

El Ladrón de ManzanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora