Sin darme cuenta agosto se fundió como una pila: poco a poco y hasta morir y septiembre se materializó con una ola de calor que se prolongó varios días.
Me costaba mucho descansar. No lo hacía, de hecho.
Las horas en el trabajo sucedían en segundo plano mientras mi mente se secaba como una pasa. Estaba agotado.
Solía caminar desganado y mis padres estaban preocupados.
Era un tema recurrente en la mesa cuando comíamos todos juntos. Yo siempre me encogía de hombros y decía que todo estaba bien, aunque era mentira.
Esta situación se prolongó hasta la segunda semana de septiembre, cuando el calor continuaba impregnando el aire y los días se acortaban.
En esa segunda semana, algo malo pasó.
Sí, es lo que estás pensando.
Es Alicia.
Alicia, ¿cuántas veces debí oír su nombre por aquel entonces?
Es increíble como pueden torcerse las cosas de un momento a otro.
Alicia Rosselló Casamiquela. Su nombre se me grabó a fuego en la memoria de tanto oírlo.
Alicia era mi vecina, como supongo ya habrás imaginado. Creo que nunca cruzamos más de dos palabras. Vivía en otro portal, a pesar de que era la misma urbanización. A veces la veía en la piscina.
Tenía un año más que yo por aquel entonces y trabajaba en el aeropuerto aunque nunca supe exactamente qué hacía allí.
Nunca me fijé en ella de esa manera, ya sabes por qué. Pero era mona, a su manera. Podías darte cuenta aunque no te atrajera.
Tenía el pelo rubio rizado y una figura bonita, con piernas delgadas y largas y una cadera prominente.
A mis amigos les volvía locos.
Durante aquellos días se dijeron muchas cosas sobre Alicia: algunas eran verdad, otras no. Era difícil delimitar el contorno de la verdad, no se podía decir donde terminaba la realidad y empezaba la especulación.
Pero una cosa era cierta: tenía un perro.
Lo sé por que Nino se peleó con el suyo una vez. No fue una pelea de verdad. Unos cuantos ladridos más altos de lo normal y unos tirones vigorosos seguidos de forcejeos por parte de Alicia y de mi.
Le dije que lo sentía, pues llevaba suelto a Nino cuando casi se le lanza encima a su pastor alemán.
Ella no sé si me respondió algo, pero cada uno siguió su camino sin más.
Y sí, su pastor alemán había desaparecido una calurosa noche de finales de agosto.
No sé cómo fue. Muchas historias, muchas versiones, pocos hechos demostrables.
Encontraron su collar tirado en el torrente, sin ningún rastro.
Claro que lo encontraron de refilón, mientras la buscaban a ella.
Porque Alicia desapareció durante aquella segunda semana.
Según sus padres, se fue a dormir y a la mañana siguiente su cama estaba vacía. No se había llevado nada y, presumiblemente, había salido en pijama en algún momento de la madrugada sin hacer ningún ruido.
Recuerdo que el día que Alicia desapareció no salió por las noticias. Fui al trabajo, hecho polvo por otra noche sin poder dormir bien y habiéndome tomado una aspirina para el incipiente dolor de cabeza que llevaba aquejándome desde hacía días, como un ruido sordo que se había instalado en lo más profundo de mi psique, inapreciable pero presente, como un runrún incansable. Entonces vi los coches de la policía. Estaban aparcados en doble fila en mi calle, en serie, dejando un hueco libre para que el tráfico pudiera fluir. Las luces estroboscópicas encendidas, arrancando destellos azulados a las fachadas y tiñendo la escena de un aura espectral.
Había curiosos en las ventanas de la urbanización del otro lado de la calle y los coches que pasaban por allí levantaban el pie del acelerador para curiosear.
Me habría gustado quedarme, pero llegaba tarde al trabajo y supuse que mis padres ya me lo contarían.
No me equivocaba mucho.
Cuando volví no era demasiado tarde. Me estaban bajando de horas en el trabajo por que en breve empezaba las clases y los turnos se estaban acortando.
La policía ya no estaba, pero vi a gente en el campo, barriendo la zona con linternas y lanzando gritos a la noche. Había bastantes personas y todas vociferaban "¡Alicia!" una y otra vez.
Se les oía desde mi casa.
Los días pasaron y los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia.
Mis colegas se pusieron en lo peor desde el primer momento. Decían que estaba muerta: violada y muerta.
Era típico por aquella época, y más después de escándalos como el de Pamplona.
A mi no me gustaba hablar de aquello, por que notaba algo agrio en la historia de Alicia. Algo... chungo. Todo eso me producía la misma sensación que da el olor de los huevos podridos al paladear su aroma rancio en el paladar: una mezcla estridente de repugnancia y basca.
No iban a encontrar a Alicia. Yo lo supe desde el primer momento. Algo me lo dijo en mi interior en cuanto supe que había desaparecido.
No iba a aparecer, por que, fuera como fuere, Alicia ya no estaba.
Igual que todos los gatos, e igual que todos los perros antes que Alicia. Se había esfumado, volatilizado en medio de la noche.
No dejéis sueltos a los perros entre las 23:30 y las 06:30, había leído en aquella circular.
Durante una semana vi reporteros, furgonetas de televisión de cadenas como Antena 3, TVE, Tele5, e incluso algún que otro medio extranjero o local, como IB3.
Hacían preguntas a los vecinos, los cuales formaron grupos de voluntarios para batir la zona en su búsqueda, junto con policías.
Yo formé parte de uno de esos grupos durante unos cuantos días y una noche.
La última noche de búsqueda, a finales de septiembre, cuando ya estábamos en otoño pero el calor aún se resistía a marcharse.
Éramos pocos: muchos ya habían dado por muerta a Alicia.
Yo no sabía si estaba muerta, pero si no lo estaba, algo peor le esperaba. Podía sentirlo.
Empezamos pronto, a las cinco de la tarde, guiados por dos policías.
Ya habíamos batido esa zona varias veces en diferentes ocasiones pero alguien había dicho que podríamos volver a intentarlo, que quizá pasamos algún detalle por alto.
Era rizar el rizo. Los padres nos acompañaron aquella noche, abrazados y abatidos.
Días atrás encontraron el collar del perro y la policía dijo que no encontraron restos de nada, solo pelo del animal.
Ni cadáver, ni ningún rastro que seguir. Todo se terminaba ahí.
La batida aquella noche se prolongó hasta las diez o así, y concluyó en el torrente, como no podía ser de otra manera.
Yo llevaba un chaleco reflectante que me había dado la policía y una linterna amarilla de tubo que había comprado en una tienda cercana a un muy módico precio.
Todos gritábamos su nombre y rebuscábamos en la oscuridad, entre las sombras, proyectando charcos de luz allá donde dirigiéramos las linternas.
Como te puedes imaginar no encontramos nada, nada de nada.
Pero aquella noche, volvió a pasar algo. Algo que solo yo noté, creo.
Ya no estaba aquella sensación, la de sentirme observado, vigilado: acechado. Y no fue por que estuviera rodeado de gente.
Era por que, de la misma forma que había empezado, aquella extraña cosa se había marchado.
¿Coincidencia? No lo creo.
Al acabar la batida devolví el chaleco y quise decirle algo a los padres, que se abrazaban entre lágrimas bajo las primeras gotas de lluvia de un chubasco, al lado de su portal en la urbanización. Pero simplemente no lo hice.
No había nada que decir.
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El Ladrón de Manzanas
Gizem / GerilimUn gato gris con rayas negras ha desaparecido sin dejar rastro. Es solo el principio de una vorágine de hechos inexplicables que pondrán en jaque la calma y los cimientos de la cordura de los vecinos de un barrio tranquilo.