Cuando por primera vez llovió en el desierto de Atacama, el cielo pareció partirse en dos.
Su color habitual celeste homogéneo, había mutado hasta convertirse en un azul petróleo, tan pero tan espeso que parecía tocar la tierra y teñirla del mismo tono.
Estaba durmiendo cuando comenzó la tormenta.
Al principio sentí que el ruido me ayudaba a dormir.
Constante y monótono.
Hasta que me incorpore por completo y de di cuenta de la importancia de lo que estaba sucediendo.
Por un momento, los sonidos me atemorizaron; cuando escuché los primeros truenos y vi la luz de los relámpagos surcar el tiempo y el espacio, me sentí totalmente intimidado por él Universo.
Oía las gotas de lluvia golpear sobre el techo con tal fuerza que inocentemente llegue a pensar de que en algún momento podrían traspasarlo.
Cuando me animé a asomarme por la puerta, ya diluviaba de tal manera que creí que el desierto de Atacama no era suficientemente seco, ni alcanzarían los cientos de kilómetros de arena para absorber todo el agua que caía de la masa oscura y opaca que invadía el cielo.
Intenté sacar mi mano temblorosa hacia el exterior, con miedo de tocar el agua.
Temía profundamente que la lluvia sea ácida y me derritiera los huesos, o que cayera con tal brutalidad que me perforara la carne.
Pero esos pensamientos desaparecieron por completo cuando sentí la lluvia fresca e inofensiva resbalar por mis manos.
De un instante a otro me encontraba debajo del agua torrencial.
Llegué a pensar que parecía una obra de teatro con una orquesta de de fondo.
Las luces del cielo me iluminaban la cara una y otra vez, y el cielo gritaba con sus truenos haciendo que el suelo temblará en un ritmo parecido al de aplausos.
Una revelación tan magnífica me hizo pensar en todo lo que no conocía.
En todo lo que se transformaba y dejaba de ser lo que era para pasar a ser algo completamente diferente.
En el desierto más seco que se había convertido en un paisaje paralelo.
En el calor asfixiante, que estaba ya muerto, pero antes de morir había dado a luz a una brisa fresca que te recorría la piel y te ponía los pelos de punta.
En mí; en mi ser. Qué había tomado a la lluvia como si fuera un método para purificar el alma.
Que se filtraba por los millones de poros que recorrían mi piel y entraba a mi sangre, solo para hacerla más joven; solo para llegar a mi esencia y enriquecerla.
Y fue en ese instante, que mire el cielo, la lluvia, la oscuridad, la tierra, el planeta y el universo, todo al mismo tiempo; y le grité a los dioses.
"Por favor, expliquenme, cómo algo tan caótico y violento, puede ser tan equilibrado y perfecto"
-Lucía Gallero