La noche como un reflejo de nosotros mismos

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Definitivamente el mundo no está hecho a nuestra medida.

Somos diminutos comparados con la infinitud del espacio y el universo.

No somos nada comparados con los parámetros de lo imaginable. *

Pero a pesar de todo esto, sentimos la insaciable necesidad, de permanecer; de dejar algo; de no caer en la enfermedad del olvido humano.

Nos creemos muy grandes, comparado con la luna y las estrellas vistas desde la perspectiva de un terrestre finito.

Las observamos como si pudiésemos alcanzarlas, como si tuviéramos la capacidad de comprenderlas.

Creemos que observamos a la luna y a las estrellas distribuidas por la galaxia, cuando la realidad, es que ellas nos observan a nosotros.

Esperamos un eclipse, con la esperanza de ver algo cambiar, cuando ni siquiera comprendemos la cotidianidad de todas las noches.

Cuando ni siquiera podemos sostenerle la mirada al Sol del mediodía al rostro, sin sacar inmediatamente la vista del lugar; cegados por el resplandor de una estrella en llamas.

Soñamos con atravesar las distancias del espacio y explorar lo inimaginable, pero muchas veces nos cuesta movernos de lugar.

Soñamos con hacer de los años luz, un par de minutos.

Soñamos con un Universo infinito que no nos entra en la cabeza.

Soñamos con la esperanza de que él nos sueñe a nosotros.

Qué nos de algo.

Qué nos brinde respuestas a nuestras preguntas.

Qué nos de preguntas para tener algo más por lo cual vivir.

Observamos el cielo durante la noche y soñamos con la profundidad de su oscuridad.

¿Y si es tan profundo como lo es el mar?

¿Y si es solo un reflejo del océano o de las entrañas de la tierra?

Y luego de soñar eso nos vamos a dormir.

Con la esperanza de soñar incluso cuando nuestro cerebro está descansando.

Así pasa que, al fin y al cabo, soñamos con tanta intensidad que nos convertimos en sueños.

*(Si es que lo imaginable tiene algún parámetro)

Lucía Gallero.

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