Muchas veces me siento extremadamente sola.
Me siento inmersa en una profunda soledad que me atormenta.
Temo que no se termine nunca y me siga hasta el último día de mi vida.
Por demasiado tiempo estuve mal.
Realmente creí que estaba sola en un mundo que no estaba hecho a mi medida.
Todos los momentos me quedaban grandes y la gran mayoría de mis amigos me quedaban chicos.
Pero es que por mucho tiempo me costó entender que nunca estuve realmente sola.
Si bien en la escuela no tendría verdaderos amigos hasta casi terminando mi secundaria, afuera de ese viejo edificio tenía una persona que nunca se separó de mi lado.
Cuando creía haberme resignado al significado de la verdadera amistad, mi mejor amiga siempre estaba cerca mío para recordarmelo las veces que era necesario.
Uno de mis diamantes en bruto.
Una de las pocas perlas que me llevaré en el bolsillo de la vida.
No sé cómo podría haber superado tantas cosas de no ser por la compañía que ella significó para mí en ese momento.
Fue un sostén.
Es que a veces nos sentimos tan diferentes en un mundo que parece ser tan monótono, que nos olvidamos que hay gente que comparte el ser distinto.
No casualmente, una de las teorías de la etimología sobre la palabra “amigo”, me parece inigualablemente bella.
Amigo: del latín “amini” (alma) y “custos” (custodia). El guardián de almas.
A mi mejor amiga le queda chico el término de mejor amiga. Es más que eso.
Es una guardiana de almas.
Una guerrera que lucha contra las malas vibras.
Una guía de duelos.
Una pasional de los sueños.
Una escritora de paisajes y creadora de versos voluminosos.
Una expresionista en pleno siglo XXI.
Una guardiana de almas que tiene la mía custodiada en una caja de roble; por precaución. En caso de que en algunos de mis movimientos torpes y desenfrenados, puedan llegar a romperla.
Lucía Gallero