FINAL: Capítulo 41; parte 2/2

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...


Así es como terminaba todo. Él, mirando la lluvia caer sin estribos por la ventana de su apartamento, y ella llorando desconsolada en un taxi, mientras hablaba por teléfono con Annie, explicándole entre sollozos lo sucedido, sobre el beso, sobre el engaño, sobre la "No-Prueba Vocal"... sobre Levi mirando el beso y yéndose sin decir palabra alguna.
- ¡Ese maldito idiota de Eren Jaeger!
- ¡Me odia Annie! - gritó Mikasa sin preocuparse en lo más mínimo de las miradas que el taxista le echaba por el retrovisor, llenas de susto y preocupación por la chica. - Jamás me querrá volver a ver después de eso... Ahora pensará que soy una mentirosa, ¡Creerá que siempre le mentí sobre eso! - Annie contuvo la respiración, sintiendo por unos segundos sus ojos nublárseles la vista. Ahora sí, el orgullo sería más fuerte. Para que ella supusiera que no había arreglo, definitivamente las cosas estaban mal.
La conversación continuó todo el camino hacia la casa de Mikasa, donde la azabache no dejaba de llorar a mares, y donde la rubia se quedaba sin palabras de consuelo. Ambas estaban sintiendo como el mundo les caía sobre los hombros, como todo parecía, en esta ocasión, no tener arreglo alguno.
Cuando Mikasa notó que el taxista estaba dando la vuelta en su calle, colgó el teléfono.
- En la casa color amarilla. - Dijo Mikasa señalando hacia su casa con ese gran roble enfrente. Amaba ese árbol.
Guardó el celular en su bolsa, y sacó su cartera. Miró hacia el taxímetro, y pagó la deuda sin ni siquiera fijarse verdaderamente en lo que tenía que dar. El taxista recibió el dinero, le entregó el cambio, y sin más Mikasa salió a la lluvia que caía a cántaros aquel día. Buscando las llaves en su bolso de mano, corrió hacia el porche y abrió la puerta. Pero lejos de entrar, vio cómo se encontraba sola, y observó muy bien a lujo de detalle cómo es que sería por tiempo indefinido: ella, sola, llorando y sollozando por ese chico que tanto dolor de cabeza le había causado...
Pero eso no se podía quedar así. No... Mikasa no podía dejar que todo acabara así como así, en un malentendido. Si las cosas acabarían, al menos ella haría que él lo escuchara. Al menos todo acabaría con él sabiendo la verdad, aunque no la fuera a creer.
Así que, simplemente aventó su bolso dentro de la casa, así como su maleta; tomó sus llaves metiéndolas al bolsillo de su saco, y salió corriendo. Fue poco consiente de la lluvia, de hecho. Simplemente quería ir con Levi y acabar con aquella estupidez de modo rápido y sencillo; si tenía que robarle un beso, lo haría. Si tenía que mover tierra, mar y cielo para que le creyera, ella estaba dispuesta; solamente quería poder verlo sonreír otra vez, o ver el brillo de sus ojos llenos de felicidad. Una felicidad que obviamente no había tenido en el momento del aeropuerto, o el momento de la foto; era pensar que había estado sufriendo por un engaño más de 72 horas. Algo que no valía la pena.

Levi pateó con fuerza la mesa de madera, haciendo que callera de lado sobre uno de sus costados. Se encontraba tan furioso con Mikasa, con Eren, con sigo mismo, con Annie, con Erwin, y básicamente se encontraría furioso con cualquiera que apareciera en ese momento en su vida. Es que... los había visto. Ya no lo podían negar, Mikasa ya no tenía excusa; Eren y ella habían estado envueltos en un amorío mientras que la azabache le veía la cara de tonto a Levi. Su orgullo, su mente y su corazón estaban heridos, ella los había abierto dejándolo con tan solo unos cuantos tejidos para unirlos. Era algo que él no le perdonaría jamás en su existencia.
- Maldito el día en que me enamoré de ti, Mikasa. - susurró Levi, mirando hacia la mesa cuadrada tirada en el suelo. - ¡Maldita sea tu existencia Mikasa! ¡Maldito el momento en que me di cuenta de que no puedo vivir sin tí! - volvió a patear con fuerza, gritando a los cuatro vientos blasfemias y declaraciones de odio hacia la única mujer que alguna vez hubiera amado. Pateo la mesa una, dos, y tres veces más, y esta última rompió el cristal del centro; ya se había tardado en hacerlo. - ¡Odio que seas tan irresistible! ¡Tan Perfecta! - volvió a patear, y esta vez la mesa se estrelló contra la pared de color verde claro, haciendo que una de las patas se zafara, astillando la madera. - ¡Maldito el momento en que me enamoré tan profundamente de ti que perdí la luz de la salida!
- ¡Maldito el día en que pensaste en maldecir eso! - Levi se heló; su corazón se detuvo y el tiempo de repente se paró. Ella... ella estaba ahí. Detrás de él, se encontraba Mikasa Ackerman, con el cabello mojado y el corazón roto. Empapada de pies a cabeza, ella se presentaba en la puerta de su departamento.
Levi dio media vuelta, y la observó pasmado. Ella no hizo otra cosa aparte de morderse la lengua para no soltarse a llorar en ese momento; tenía que tener fuerzas para la discusión que vendría, una inevitable discusión. Quizás la última de las discusiones entre los dos.
Los minutos pasaban, y el temor de cada uno sobre el otro crecía. Simplemente se miraban, sin palabras, sin voces. Solamente sus miradas bastaban para poder gritarse entre sí todo lo que siempre quisieron decirse, pero nunca pudieron.
- ¿Qué haces aquí? - soltó temeroso él, tragando espinas en su garganta. Ella miró hacia sus pies empapados, y tembló ante el frío; no sabía exactamente si había sido gracias al Frío de lo indiferente que le era Levi, o por el hecho de que estaba mojada con agua helada de Agosto.
Ella no despegó sus ojos grises de los de él color verde aceituna, y caminó dos pasos sin ser capaz de alejar su mirada. Él tan solo observaba precavido, con su respiración aún agitada por el asunto del ataca-mesas de madera.
- Tenemos que hablar. - susurró ella, midiendo terreno. El sintió un calor recorrer su abdomen; era dolor, sufrimiento y tristeza al recordar lo previamente ocurrido.
- Creo que todo ha quedado bastante claro. Se te cayeron las caretas, ¿No es así? - Un golpe bajo para la chica.
- Nunca he tenido caretas contigo. De algún modo, aunque a un principio te odiara o simplemente no te tolerara, siempre fui yo misma contigo.
- Pues en esta clase de momentos es cuando el pasado se pone en duda. - vociferó con voz grave y rasposa, una voz que hería más y más a Mikasa.
- Levi por favor... no podemos dejar que esto termine, no así.
- Tú lo diste por terminado. - Levi elevó la mano hasta la altura de su mentón, y elevó dos dedos del resto. - Y lo hiciste dos veces.
- ¡Yo nunca besé a Eren! ¡Hoy el me besó a mí! - Mikasa acortó la distancia entre Levi y ella sin temor ni restricciones; él no lo venía venir, no pudo predecir como ella lo tomaría del rostro, acariciándolo y haciendo que él no tuviera más remedio aparte de mirarla. - Por favor Levi, no puedes creer eso, nosotros...
- Después de hoy, definitivamente no hay un nosotros Ackerman -escupió Levi-. Verte hoy... fue demasiado. Iba al aeropuerto a recuperarte, a pedirte perdón, a escuchar razones. Iba para no dejarme perderte... pero tu solita te pusiste la soga al cuello.
Aquello era demasiado para la azabache. ¡¿Por qué no entiende?! ¡¿No me escucha?! ¡¿Que es sordo?! ¡Nunca había besado a Eren! ¡Nunca lo haría! ¡Tenía todo lo que necesitaba a su lado!
Levi se apartó de sus manos de repente, y caminó unos pasos con los hombros sobrellevados de tensión y su rostro demostrando un tremendo coraje entre su entrecejo.
- Vete, Mikasa-habló sin mirarla-. Vete y no vuelvas; no quiero verte nunca más.
El que empezó como un nudo terminó por enredar toda su garganta. Las lágrimas derramaron en sus ojos sin siquiera ser sentidas, simplemente ardían tanto mientras rodaban que hacían que Mikasa se sintiera a desmayar. Sus dientes tintinaban, y sus manos temblaban.
Ese no... Ese no sería su adiós.
- No me iré. - logró encontrar seguridad en su interior, una seguridad que tomó tan desprevenido a Levi que lo hizo voltear. Y cuando logró que él la mirara, ella simplemente no lo pensó: Se colgó del cuello de él, y lo besó, gritándole un "Te amo", susurrándole un "No me dejes". Sabiendo que, si no funcionaba, mínimo ese sería el mejor beso de despedida, uno que ni los más grandes poetas pudieron imaginar mientras veían la Luna en Grecia u observaban una rosa en Venecia.
Ese beso era casi venenoso, una espina en el corazón de los dos enamorados que temían encontrar la verdad. Las manos de Levi bajaron por la espalda de la chica, y ella apretó más sus labios contra los de él, deseando con todas sus fuerzas que el tiempo se detuviera y que ninguno de los dos tuviera que acabar con ese momento casi mágico.
En busca de respiración, ambos separaron sus labios de un modo sensual y único, inolvidable. No abrieron los ojos; temían que eso terminara con el momento. Quizás, el último momento verdadero juntos.
- No me dejes. - susurró ella a los labios temblorosos por otro beso de él. - No me dejes, Levi. Te amo, te amé y te amaré hasta que me deje de llamar Mikasa Ackerman. ¿Quién diría que podría enamorarme de ti? ¿Quién diría que serias aquel que sin saber buscaba? Simplemente ámame, y no me dejes ir nunca. Quiero ser la que tome tu mano en todo momento en que lo necesitas, la que te despierte en las mañanas, ser la almohada que siempre abrazas y el hombro en el que eres capaz de llorar. Por qué te amo. Y sé que aunque decidieras decirme adiós hoy, nada terminaría por quitarme este sentimiento. Te amo. - Y sin más, lo volvió a besar. Lo besó sin temor, sintiendo un sí entre sus palabras. Pero en lugar de eso, simplemente sintió el rechazo de unos labios fríos y tensos. Mikasa abrió los ojos de golpe, y descubrió a Levi mirándola con detenimiento.
- No puedo. - susurró sin respiración.- Yo... - sus labios temblaban, así que los apretó en una línea recta, rompiéndole el corazón a la chica.
Frunció sus labios; no aguantaba su quijada quieta, y su pecho y se inflaba y desinflaba con rapidez. Tragó gordo, y con ligereza caminó dos pasos hacia la puerta en reversa. Lo miró, intentando adivinar si era una broma, si no lo decía enserio. Pero parecía tan serio que hasta daba miedo. Mikasa asintió, alzando su rostro, y caminó hacia la puerta. Se recargó en el marco de ésta última, sabiendo que Levi no le quitaba los ojos de encima.
- Nunca besé a Eren. Nunca lo hubiera hecho aunque hubiera querido, no hubiera podido. Para mi desgracia, sabes cómo estar debajo de mi piel, de mi alma. Aunque lo hubiese besado, te hubiera estado besando a ti en mis pensamientos. Porque te amo. - Se detuvo, e insegura, bajó la mirada. - Solo espero que cuando te des cuenta de esa verdad, ese Te amo no sea un "Te amé". - Y sin decir una palabra, Mikasa salió del departamento, corriendo por todo el corredor, perdiéndose entre las escaleras llena de lágrimas y una tristeza que no lo dejaba seguir con su camino. Lo único que la azabache pedía en ese momento, era sentir el agua de la lluvia helada que caía sobre su rostro, puramente para comprobar si aún era capaz de sentir algo.

¿Quién entiende a los hombres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora