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Me despertó el sol que, filtrándose por las rendijas de la ventana, me dio directo en la cara. Me moví incómoda y fui abriendo poco a poco los ojos hasta que estuve lo suficientemente consciente como para darme cuenda de en dónde estaba.
Mierda.
El sobresalto me llevó a sentarme de golpe en la cama y perder un poco el equilibrio. Apreté el acolchado con las manos, como si usando toda mi fuerza esta situación se desvaneciera. Me tomé un minuto antes de perder la calma para repasarme. Tenía la bombacha puesta, lo que me llenó de una inminente felicidad que no tardó en desaparecer. Tenía una camiseta gris, grande, que claramente no era mía. Debajo no tenía nada.
Casi grito, pero mientras mis ojos se terminaban de acomodar a la luz, creí más conveniente levantarme sin hacer ruido y salir de este departamento lo más rápido posible, y sin ser vista.
Me costó encontrar mi ropa, que estaba desparramada por toda la habitación, y mis zapatos estaban en la pequeñísima cocina, uno debajo de la mesa, y otro tirado casi en el pasillo. El recuerdo me estremece.
Me doy cuenta de que me falta el corpiño, pero no tengo tiempo para eso. Necesito escaparme de acá. La noche anterior llegué totalmente borracha a un departamento que no es el mío y con la última persona con la que tendría algo. El departamento me suena familiar, y aunque mentalmente me niego a aceptar lo que pasó y busco alternativas a la realidad, en el fondo sé muy bien donde estoy, qué hice y con quién. Maldigo y me vuelvo a estremecer. Que no se malinterprete, nadie se aprovechó de mí. Somos dos adultos que se conocen, tienen confianza, tomaron bastante de más y terminaron en una situación... "complicada".

Hago tiempo de salir sin ser vista. Completamente desalineada como voy, llamo la atención de todo el colectivo, pero no podía tomarme el tiempo de darme una ducha o quitarme el maquillaje de la noche anterior. Me alisé el pelo castaño con los dedos y eso es lo mejor que conseguí. El viaje a mi propio departamento fue un calvario. Prácticamente tuve que cruzar toda la ciudad. Vivo en Bahía Blanca, una ciudad linda y con una noche espectacular, pero con una mañana que no es buena compañera con sus habitantes con resaca.
Agradecí encontrar las llaves enseguida, el sol me estaba asando casi igual como la vergüenza que me envolvía. Entrar en mi departamento fue como llegar a un refugio inquebrantable y después de una merecida ducha y de al fin parecer una persona normal, me senté en mi pequeño sillón a torturarme con lo que había pasado.
Salimos a festejar el cumpleaños de mi hermano mayor. Cumplió 32 y organizó una cena en la terraza de su propio departamento. Soy la única familia que tiene en este lugar, estamos solos. El resto de nuestra familia vive en la provincia de Río Negro. Así que éramos nosotros dos, y todas sus amistades. Compartimos algunas, soy amiga de alguna de sus amigas, y muy poco amiga de sus amigos, que son todos bastante idiotas. Martín es al único que conozco bien, prácticamente de toda la vida. Vinimos los tres juntos a esta provincia desconocida y a esta ciudad que poco se parece a nuestro pueblo natal. Nos adaptamos los tres juntos y nos conocemos desde que éramos chicos. Martín fue siempre el mejor amigo de mi hermano, el compañero garrapata del jardín de infantes, con el que se defendían de los demás a las piñas en la escuela y el pibito del barrio, con el que se escapaban en bicicleta a la hora de la siesta. Tienen una amistad especial, una que compartimos hasta después de la adolescencia, cuando Martín y yo nos besamos en el patio de su casa, dejándonos llevar por el revoloteo de hormonas y la cercanía que teníamos. Éramos una hermandad, y después de ese beso fuimos conscientes de que con algo tan simple podíamos destruir lo que mi hermano y él tenían. Nos alejamos. Seguimos siendo hermanos de corazón, aunque con prudencia, y jamás tocamos ese tema. Hicimos como si nunca hubiese pasado y a ninguno de los dos le afectó. Eran cosas de chicos, dijimos. Hasta anoche.
Anoche rompimos todas las reglas. Después de la cena fuimos a un pub en el que todos tomamos demasiado. Bailamos como locos, festejamos y la pasamos genial. Sé que mi hermano se fue acompañado antes que yo, y que cerca de las cinco de la mañana empecé a histeriquear con Martín. Dios, que vergüenza. Apoyo la cabeza en las manos y siento moverse los engranajes en mi cabeza, pensando y creando ideas de qué pasará a partir de ahora. Porque una cosa es un besito inocente a los catorce años, y otra cosa son varios revolcones 14 años después.
Se me escapa un sollozo y me calmo enseguida. Dueña de mí misma, afirmo en silencio que nada va a cambiar a partir de ahora. Puedo vivir guardando este secreto y sé que él también lo hará. Martín no va a ser tan estúpido como para no fingir que esto no pasó. En el fondo se que no va a cambiar en la forma de tratarme, que los dos vamos a hacer borrón y cuenta nueva. Estoy tan segura que ni siquiera me sobresalto cuando mi teléfono suena anunciando un nuevo mensaje de texto. Que en realidad son dos. El primero solo dice mi nombre con puntos suspensivos:
-"Maca..."
Se me encoje el corazón, un poco de pena y un poco de miedo, pero la sensación dura poco.
-"Tengo dos hipótesis: Me dejaste tu corpiño de souvenir o es solo para poder volver? No me molesta ninguna de las dos."
Idiota.

Hola a todos ❤️ espero que les guste esta historia y que se encariñen con ella. Voy a hacer hasta lo imposible para actualizarles todos los días.
Recuerden que me ayudan con un voto.
Xime ,❤️

Hasta Que Te VíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora