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Definitivamente necesitaba una ducha, pero estaba desplomado en mi cama y con la ropa puesta. Tenía una camisa a cuadros desprendida sobre una remera negra de la renga. Un eterno adolescente, aunque mayor que yo, totalmente borracho e inconsciente tirado en mi cama. Que panorama alentador.
Moverlo era imposible. Medía como un metro ochenta y era de espalda ancha. Estaba en punto muerto y eso significaba que pesaba mucho más. Le saqué las zapatillas a los tirones, mientras maldecía un poco y le echaba la culpa al destino o al universo, o a los dos. Se quejó un poco con el zarandeo, pero no se despertó, supuse que no iba a hacerlo y por un lado era mejor. No quería que abriera los ojos ahora y que, dadas las circunstancias, me vomite el acolchado.

Me di una merecida ducha y me puse el pijama. Un short y un top viejo, porque ser sofisticada nunca fue lo mío. Cuando salí del baño me vi envuelta por una sensación de ternura. Martín estaba boca abajo con la cabeza de lado, y si no fuese porque me estaba babeando la almohada, me reiría. No tenía lugar para acostarme ni sillón en el que entrara, así que me senté en la cama y me apoyé en el respaldar. Estaba agotada y no quería dormirme. Esta tendría que ser una escena con la que debería sentirme familiarizada, no incomoda, pero la cercanía que ahora conocía de otra manera me ponía los pelos de punta. Casi no me di cuenta cuando se me fueron cerrando los ojos, pero me di cuenta de golpe cuando varias horas después fui recobrando el conocimiento.

Estaba apretada. No necesitaba abrir los ojos para hacerme una idea de lo que pasaba, lo sentía. Estaba enroscada entre los brazos de Martín. Sentía toda la extensión de su cuerpo pegado al mío y el latido de su corazón palpitando en mi espalda. Tardé tres segundos en reaccionar, lo sé porque los conté. Cuando su respiración me rozó la nuca me levanté como si hubiese visto una araña mutante, y el movimiento brusco lo despertó a él también.
Primero se quejó un poco y fue abriendo los ojos mientras se adaptaba a la luz. Se veía desorientado, y cuando me vio perdió toda prueba del sueño relajado que había tenido. Se sentó de golpe sin sacarme la mirada de encima. Fue cayendo poco a poco y siendo consiente de en donde estaba.

-Ay… -fue lo único que su voz con carraspera de recién levantado pudo articular. Se agarró la cabeza con las manos, claramente atajando el dolor de la resaca. -necesito un ibuprofeno.
-Y una ducha -ataco.
-Y silencio.
-Seguro que tu casa es muy silenciosa – contra ataco – en la mía me encanta hablar un montón.
-Que poca amabilidad con tus invitados – dice descaradamente mientras se para. Demasiado cerca.
-Soy muy amable con mis invitados, mucho más cuando llegan a mi casa sobrios y no caen muertos ni bien entran.
-mmm… -cierra los ojos un momento, supongo que pensando con que volver a la carga, pero cuando los vuelve a abrir me sorprende con una mirada de pena -perdón.
-Supongo que me vas a contar porque viniste a mi casa – no sé si es el camino correcto, pero de momento me importa saber.
-No puedo hablar con el estómago vacío – me lanza esa maldita sonrisa torcida y pongo los ojos en blanco. Se balancea un poco hacia adelante y casi pienso que se me cae encima, pero se apoya con una mano en mi hombro y recupera la estabilidad.
-O demasiado lleno – me río, porque ya no puedo soportar tanta tensión. Se ríe también y es como si todo pesara menos.

Veinte minutos después estamos los dos sentados en mi mesa, con café, tostadas con mermelada y una conversación pendiente.
-Lo del otro día… -dice, y me da un vuelco el estómago.
-No pasa nada – interrumpo- lo del otro día, es del otro día. -me mira con una sonrisa que no le llega a los ojos antes de seguir hablando.
-No puedo parar de pensar en eso. Es terrible, está mal. Ni siquiera puedo creer que lo hicimos.

Por supuesto. No es una novedad, pero saber lo mucho que se arrepiente hace que me resienta un poco, como si le pasara alcohol a una herida que yo misma me hice.

-Podemos hacer de cuenta que no pasó, es lo mejor -le digo como consuelo para los dos.
-Pero pasó – me mira a los ojos con tanta intensidad que quiero pellizcarme para salir del estado de hipnosis en el que siento que me encuentro.
-Eso no cambia nada. No quiero que las cosas cambien entre nosotros. -no quiero que suene a súplica, pero así es como suena.

Martín se estira sobre la mesa y me agarra la mano. Me acaricia el dorso con el pulgar y no me mira. Siento como se me va erizando la piel, por el contacto o por los nervios, no lo sé, pero presiento que lo que estoy a punto de escuchar no va a ser nada bueno. Cuando levanta la vista y hace contacto visual conmigo, lo veo demasiado claro.

-Demasiado tarde – suspira y se pone en pie. Se va. – para mi siempre fuiste mi hermana chiquita. Te cuidé con Ian cuando tus viejos tenían que salir. Te hice pochoclos para que mires películas y no nos molestes mientras hablábamos de nuestras primeras novias. Y ahora de golpe no siento que seas mi hermana. De golpe nos pasamos de la raya y me encantaría decirte que odio lo que pasó, pero no es así. Perdoname, pero siéndote sincero, me la paso pensando en las ganas que tengo de que se repita, en la tentación que siento en este mismo momento de sacarte ese pijama, y eso no puedo perdonármelo ni yo. -me concentro en tragarme las emociones que lo que me dice me despiertan y mantener la calma. Martín sacude la cabeza, como negándose a sí mismo todo lo que está diciendo, pero sigue. -Maca, no puedo hacer de cuenta que no pasó porque es en lo único que puedo pensar. Es como si todavía te sintiese.

Me aprieta la mano y después la suelta de golpe. Se va dejándome con un nudo de emociones que me nublan los ojos. ¿Creía que las cosas no podían empeorar? Que ilusa.

Nota de la autora: Gracias por leer hasta acá. Las cosas van a empezar a ponerse muy entretenidas, o eso espero (?
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Xime 💕

Hasta Que Te VíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora