6

19 6 5
                                    

Martín.

La resaca me palpita en la cabeza, son las cinco de la tarde y después de una ducha que de verdad me hacía falta, salí a correr. Es febrero y a esta hora la ciudad es un infierno, pero ni mi cuerpo ni mi cabeza pueden seguir soportando todo lo que pienso cuando me quedo quieto. Corro tres kilómetros. No estoy en forma así que el dolor me escoce la piel cuando me doy una nueva ducha al llegar al pequeño departamento en el que vivo. La cabeza me vuelve a dar vueltas y me siento bruscamente.

Maca...

Me agarro la cabeza con las manos, desesperado. De todas las cosas que hice mal en mi vida, que son muchas, esta debe ser la que peor llevo. El recuerdo está tan presente que me hace doler el estómago. En el remolino de pensamientos se me mesclan el sabor de su piel, el perfume que dejó en mi almohada y la cursilada que le dije apenas hace unas horas. Golpeo la cabeza contra la mesa y maldigo, porque sé que hay muchas clases de idiotas, pero yo parado en su cocina después de haber dormido borracho en su cama, diciéndole un montón de estupideces salidas de la melancolía post alcohol, las supero todas.

-Perdón – escribo en un mensaje de texto. Es el segundo, porque el primero lo ignoró completamente. El estomago se me retorció un poco cuando llegó al fin la respuesta.

- ¿Podes parar de pedirme perdón?

Suspiro, expulsando todo el aire que no sabía que estaba acumulando.

-Creo que no puedo. Perdón, seguramente te lo vaya a decir varias veces en los próximos días.

-Ni se te ocurra. -la imagino frunciéndole el ceño al teléfono y se me escapa una sonrisa que no puedo evitar.

-Bueno. Perdón. -la sonrisa mutó a risa.

-En serio. Y ahora déjame trabajar.

Macarena tiene ese carácter insoportable. Siempre nos quisimos mucho, como la cercanía de hermanos del corazón nos enseñó a hacerlo, pero nos llevamos bastante mal. De hecho, podíamos pasar de los ataques de risas más escandalosos a mandarnos a la mierda en dos segundos. Nos pinchábamos todo el tiempo, porque siempre quedó afuera. A nadie le gustaban los triángulos y yo era demasiado amigo de Ian como para ser demasiado amigo de ella, y eso claramente siempre le molestó. Me pareció oportuno volver a pinchar un poco, y quizá con un poco de nuestra típica relación de toda la vida, borrar los últimos y raros acontecimientos.

-Mentirosa. Es domingo y anoche dijiste que tenías el fin de semana libre.

-Mentiroso. Yo nunca dije tal cosa.

-Pero igual tenes el fin de semana libre, así que prácticamente no estoy molestando... perdón.

Me río fuerte mientras me la imagino soltando palabrotas para todos lados. Algunas de ellas me llegan en el siguiente mensaje.

-No somos amigos – me escribe de repente y es como una cachetada. No, no somos amigos.

-No, perdón. – respondo, y ya sé que el jueguito se terminó, pero intento salvar el buen ánimo. Se que no somos amigos, ni siquiera sé porque estoy intentando mantener una conversación con ella cuando casi nunca hablamos. No es muy difícil resolver la ecuación, no puedo soportar la distancia. También sé que suena igual de estúpido que las cosas que le dije en su casa, pero estoy acostumbro a perder el control de mis emociones.

-No quiero que las cosas se pongan raras entre nosotros. Siempre fuimos buenos amigos, a pesar de todo – respondo, y con el "a pesar de todo" le envío el recuerdo de nuestro beso infantil cuando éramos adolescentes, espero reciba el mensaje.

-Esta vez "a pesar de todo" fue demasiado lejos.

-Esta vez también podemos superarlo.

No sé cómo, ni porque, ni que fuerza sobre natural me empuja a actuar, pero antes si quiera de que pueda darme cuenta la estoy llamando. Estúpidos y sensuales impulsos.

-Martín... -su voz suena suave, pero cargada de un montón de cosas que me gustaría poder interpretar. Más que nada, suena a advertencia.

-Perdón ¿Ok? – cierro los ojos y maldigo en silencio, lo hice de nuevo

- ¿En serio? -se ríe.

-Soy buenísimo pidiendo perdón – me río también. -no sé que estoy haciendo – me sincero.

- Estás tratando de arreglar algo que no se puede arreglar. Ya pasó, Martín. Y ya te lo dije, preferiría que lo olvidáramos y seguir como si nada.

Como si nada, pienso. Qué fáciles parecen ser las cosas para ella.

- ¿Podes hacer de cuenta que no pasó? – le pregunto.

- Claro que sí. Somos adultos.

- ¿De verdad? – sé que sueno como una criatura, pero me siento tan desesperado que no me importa.

- ¿A dónde queres llegar? – me pregunta y percibo la indignación en su voz.

-Maca, yo no puedo hacer de cuenta que no pasó. Ya te lo dije.

- ¿Y entonces por qué no dejas las cosas cómo están? No te entiendo.

Ojalá me entendiese un poco yo mismo.

-No sé si quiero dejar las cosas como están. Las cosas cambiaron, aunque no lo quieras ver. – vuelvo a cerrar los ojos con fuerza, conteniendo toda mi frustración.

-Chau, Martín. Va a ser mejor que tomemos un poquito de distancia. No quiero que te confundas. – suena tranquila cuando me corta.

Más frustración, si es eso posible. Tardo pocos segundos en darme cuenta de que la volví a cagar con Macarena, pero no tengo mucho tiempo para castigarme con eso porque el sonido de un nuevo mensaje me distrae. Es mi mamá.

-Martincito, el jueves es el cumpleaños de Margarita, cumple 60. Le estamos organizando una fiesta sorpresa. Ya les avisé a Ian y Maca para que vengan todos juntos.

Margarita es la mamá de los chicos, y esto sí que no me lo esperaba. La expectativa por el inminente viaje al pueblo, los tres juntos, me borra cualquier rastro de frustración y me llena de adrenalina.

-Calma, Martín – me digo a mí mismo para no volver a perder el control. Necesito entender todo esto nuevo que me pasa, no sé si este viaje lo va a mejorar o empeorar, pero de momento, solo puedo estar emocionado por la idea.

Nota de la autora: Espero que hayan disfrutado conocer un poco a Martín. Yo ya estoy un poco enamorada de él (lo conozco bastante más que ustedes) y espero poder contagiarles algo de eso. No siempre, pero va a haber varios capítulos narrados con su voz. Gracias por leer ♥

Hasta Que Te VíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora