Mi primer pensamiento cuando lo veo es "Dios, que bueno que está" y el siguiente cuando noto que camina hacia mí es "Dios, que me trague la tierra". Casi se me estaba poniendo la carne de gallina por culpa de la incomodidad de tener que ver a Martín después de haber dormido con él en ese momento tan raro e inexplicable, pero una amiga de mi madre lo paró en el camino hacia mí para decirle cosas como "Martincito, que grande que estás, mirá esos cachetes", así que aproveché su momento de vergüenza para escabullirme. No estaba preparada para enfrentarlo después de la secuencia de confusos hechos de los últimos días. Quería irme. Estar en casa me volvía vulnerable y me despertaba sentimientos de debilidad que en la seguridad de mi departamento en Bahía Blanca no eran capaces de salirme. Acá las cosas eran diferentes, demasiado familiar, como el aroma a vainilla que llena la casa de mis viejos o el sonido de la guitarra de Martín moviéndome la tira de recuerdos de la juventud que dejé enterrada acá. Martín es un amigo, y ese es mi mantra desde que esa misma frase dejó de tener sentido.
No puedo terminar de entender lo que me está pasando, porque un momento nos estamos divirtiendo y dejando que todo pase, siendo los mismos de siempre a cuestas de lo que pasó entre nosotros, y al otro estamos envueltos en una tensión asfixiante que hace que hasta mirarnos sea incómodo. No entiendo tampoco que es lo que me impulsó a besarlo a pesar de todos los motivos que tengo para no hacerlo, ni qué es lo que lo llevó a él a no devolverme ese beso. Mucho menos voy a entender ese gesto de acurrucarse contra mí y darme la tranquilidad que necesitaba para dormir en una noche de tormenta. Pero hay algo más difícil de entender, y es ese dolor físico que me atraviesa el cuerpo cuando se acerca.
Me mezclo entre la gente que hay charlando animadamente en el patio y paso desapercibida hasta la cena, en la que quedo sentada estratégicamente (si las estrategias las organiza el diablo) entre Ian y Martín.
-Hermanita, no creo que mamá y papá quieran verte borracha. Vos no te viste nunca en esa situación, pero creeme y haceme caso – dice Ian entre risas y Martín se ríe con él.
-No me voy a emborrachar con un poco de vino – respondo inclinando nuevamente mi copa – he ganado algo de cultura alcohólica.
-Sí que lo sé – sisea Martín en un tono áspero que me sorprende y me aterra. Mi hermano, completamente ajeno al mensaje subliminal, se ríe de nuevo, y ante mi gesto indisimulable de sorpresa, le responde él.
-Si la habremos acompañado a su casa porque no podía sola...
Y de repente la conversación se trató de las borracheras, fiestas, novios y experiencias de la vida en casa y de las primeras metidas de pata después de mudarnos. La cena fue tan amena y disfruté tanto de estas dos personas que adoro, que pude olvidarme por completo de que me había acostado con una de ellas.
Mi mamá estaba tan emocionada con la sorpresa de su fiesta que prácticamente no nos dio ni la hora durante toda la cena, pero no me pasaron desapercibidas las miradas de soslayo y las sonrisas de satisfacción. Cuando mi papá se paró y pidió silencio, ella lo miró expectante.
No recuerdo exactamente cuales fueron las palabras de mi papá, porque me largué a llorar a la segunda. No soy de llorar, pero la verdad en cada cosa que le dijo a mi mamá me emocionó tanto que no lo pude evitar. Ian me tenía abrazada y los dos compartíamos la sensación de plenitud que te deja saber que, a pesar de los años, seguimos teniendo una familia maravillosa.
Lo siguiente que pasó fue que entró una prima de mi mamá con un carrito y una torta enorme llena de velas, y todos empezamos a cantarle el feliz cumpleaños mientras ella era pura alegría. Todo estaba saliendo tan bien y me sentía tan relajada que dejé que ese miedo que me quedaba por tener a Martín al lado se evaporara por completo.
Para las dos de la madrugada, el baile en el medio del patio estaba en pleno apogeo y yo estaba algo mareada por las muchas copas de vino que había tomado. Odiaba darle la razón a Ian así que me mantuve estable y disimulé cada falta de equilibrio. Había perdido de vista a todo el mundo, así que aproveché mi momento de cero a la izquierda y me metí en la casa. Necesitaba un poco de silencio para sacarme el aturdimiento y normalizar mi estado antes de salir. Primero me apoyé en la mesada de la cocina, entre la oscuridad, pero eso me recordó a Martín llevándome a dormir, así que me metí en el pequeño cuarto que usan de lavadero. Me quedé ahí, parada en el medio y cerré los ojos, escondida de todo lo que empezaba a sentir con el efecto del alcohol. Cuando logré calmarme, amagué a salir del lavadero, pero Martín me ganó de mano abriendo la puerta y metiéndose adentro conmigo. Ni siquiera me vio en un primer momento, y yo solo quería morirme porque no podía estar pasando de nuevo.
-Ay – dijo cuando se chocó conmigo y la poca luz que entraba del patio le iluminó la cara para mostrarme algo más que sorpresa en sus ojos. - ¿Qué haces acá? – me preguntó. Arrastraba las palabras.
-La pregunta sería: ¿Qué haces vos acá? – le respondí.
-La cerveza me da muchas ganas de lavar la ropa – dijo entre risitas, y aunque hice fuerza para no reírme con él, supongo que todo el vino que tomé me hacía perder un poco de voluntad.
-Bueno, lavá lo que quieras, yo justo salía. – dije moviéndome para salir, pero al pasar al lado suyo sentí el calor de su mano en mi brazo, frenándome.
-¿Qué hacías acá, Maca? – y la profundidad con la que me miró me derritió hasta las entrañas. "No de nuevo" pensé otra vez.
-Vine a pensar.
-¿Te estás escondiendo de mí?
-No – mentí.
-A mi me parece que sí.
No sé como pasó, pero el peso que su mirada tenía en la mía empezó a ejercer presión en mi estómago, si es que es eso posible, y empecé a sentir; primero, ganas de volver a besarlo; segundo, ganas de sacarle toda esa ropa; tercero, ganas de gritarle cuatro cosas por estar volviéndome loca yendo y viniendo y; cuarto, ganas de volver a besarlo. Sí, otra vez. Dios, no vuelvo a tomar vino.
-Martín...- Su nombre me salió en un hilo de voz, suplicante de vaya a saber que cosa y casi inaudible, pero lo escuchó.
Lo siguiente fue sentir todo su cuerpo presionando el mío contra la pared y al instante, mi corazón latiéndome en los oídos y en cada una de mis extremidades nerviosas. No había parte del cuerpo de uno que no hiciera contacto con la del otro. Con una mano me sostenía de la cintura, pegándome a él con tanta fuerza que parecía físicamente imposible, y con la otra presionaba mi nuca para que su boca prácticamente devorara la mía. Era casi doloroso y hubiese pensado otra vez eso de "no de nuevo" si no hubiese estado demasiado ocupada abriendo la boca para que hiciese conmigo lo que quería. Vamos a volver a echarle la culpa al vino.
Me dejé llevar como si mi vida dependiera de ello. Me entregué a su beso con todo lo que soy y con mis dedos enredados en la tela de su camisa, forcejeaba para tenerlo aún más cerca, cosa que era imposible. Esto no tenía nada que ver con el beso frío en la habitación de Martín y mucho menos con los besos de aquella noche en la que perdimos la cabeza. Esta vez, en cada tironeo y en cada caricia desesperada, había algo más. Existía una necesidad urgente que cuando dejase de estar ocupada, agregaría a esa lista de cosas que no entiendo.
La mano con la que Martín ejercía fuerza en mi cintura bajó primero, hasta apretarme el culo, y después hasta levantarme la pierna y envolverla a su alrededor. Quedé en una postura tan sensual como incómoda, pero no tardé en entender sus intenciones cuando el crecimiento de su excitación me presionó la parte baja del abdomen. Se me escapó un gemido cuando al mismo tiempo tironeó suavemente con sus dientes de mi labio inferior y perdí la razón por completo cuando sus besos pasaron de mi boca a mi cuello en un segundo.
Puse los ojos en blanco porque no podía ni conmigo misma, me avasallaba el remolino de sensaciones que mi cuerpo estaba experimentando y quería más. A pesar de mi buen juicio ahora desaparecido, necesitaba más.
Ninguno de los dos, medio borrachos y demasiado ocupados en otra cosa, se dio cuenta de que la puerta del lavadero se abría, y cuando la luz se encendió nos encontramos con la expresión boquiabierta y la mirada de horror en la cara de mi papá.
Sentí como se entumecieron en un segundo todos los músculos de Martín y mi cuerpo experimentó una especie de vacío cuando se separó del suyo. Solo quedaba inventar una explicación, me dije, pero estaba demasiado borracha como para intentarlo.
La noche prometía.
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Hasta Que Te Ví
RomanceUna noche de copas de más. Una Macarena que se deja llevar. Una vida de promesas tirada a la basura. Un viaje que lo cambia todo. ¿Puede la tristeza que anida en un corazón desde hace años convertirse en algo más? Una novela sobre amor y amistad.