Capítulo 12 - Lo que puedo ver de ti

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La música de los violines de mis alumnos inundaba el salón y me permití relajarme un rato mientras los escuchaba. Era increíble cuán rápido podía pasar el tiempo, permitiéndonos avanzar con él y mejorar nuestras habilidades. Un claro ejemplo eran estos niños que estaban tocando Gavotte para mí. Habían comenzado hace tres meses conmigo, sin saber nada de violín, ni siquiera sabían cómo sujetarlo correctamente, y ahora... el sonido de sus violines era glorioso, aún faltaba mucho por pulir y a penas estaban descubriendo su vibrato, pero estaba muy orgulloso de cuanto habían logrado avanzar. En momentos como este, me encantaría poder verlos para apreciar sus caras llenas de satisfacción.

—¿Qué tal, profesor Li? —preguntó insegura la niña cuando llegó al final de la pieza.

—Tocaron muy bien y en todo momento se mantuvieron en completa sincronía —dije sonriendo—. Parecían un solo violín, los felicito.

Escuché el sonido que hicieron sus manos al chocarlas y sus suaves risas, estaban alegres y yo igual. Esto era precisamente lo que me encantaba de ser profesor, no se trataba solo de enseñar, sino que todo el conocimiento que transmitía era recibido y puesto en práctica, siendo capaz de notar como mis alumnos mejoraban poco a poco.

La alarma sonó y les indiqué que ya era hora de recoger sus pertenencias. Salimos juntos hacia la recepción, pero antes de poder llegar siquiera al lugar donde estaba Rika, unos brazos delgados me envolvieron con euforia.

—¡Xiao Lang!

Suspiré y reviré mis ojos cansado. Amaba a mi prima, pero a veces se pasaba de cariñosa.

—Esta vez no ha pasado tanto tiempo como para extrañarte.

—Eres un necio —dijo, ofendida—. No importa cuánto tiempo pase, yo siempre te extraño.

—Bien, bien... Yo también te extrañé ¿Contenta?

—Además de necio, eres un falso.

—Los esperaba para la noche.

—Eriol logró conseguir un vuelo que saliera al medio día y aquí estamos.

En seguida, unos brazos pesados me envolvieron con efusividad y de inmediato supe que se trataba del maldito cuatro ojos.

—¿Me extrañaste, lobito?

—No me han dado tiempo de extrañarlos, realmente —dije, tratando de sacármelo de encima.

—No seas penoso —dijo volviendo a pasar su brazo por encima de mi hombro—. Sabemos que nos amas y que no puedes vivir sin nosotros.

—¡Solo ha pasado un mes!

—Tiempo suficiente para extrañarnos con locura —dijo Mei.

La luz que me guía en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora