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Jungkook.

Cuando la campana sonó, yo estaba entrando por el portón de la institución.

Sí, institución para hombres, y era tan lujoso y costoso como sonaba. Llevaba asistiendo a ese centro desde que era un niño, y mi reputación seguía siendo la misma que la del primer día. Básicamente la reputación de alguien que llega tarde al comienzo de curso y no le importa en absoluto. La misma que la de mi mejor amigo, quien venía fumándose un cigarrillo unos metros atrás.

— Luego dirás que la voz ronca te viene de fábrica —bromeé cuando me alcanzó, tirando la chusta al suelo y pasando de ella sin molestarse en pisarla. Lo hice yo de forma disimulada, ya que aunque me avergonzara confesarlo, realmente odiaba dejar cigarrillos en la calle, y menos aún sin apagar— A mí no me engañas, que es por todos los cigarros que te fumas al día.

— ¡Tampoco te pases, que ya no son tantos! —sonrío al escuchar sus propias palabras, cargadas de tanta ironía como mentira— Además, en ese caso jamás habría mentido. Me viene de fábrica, concretamente de las del tabaco.

Ambos echamos a reír, aligerando el ritmo y sin que nos importase la prisa que nos estuviera metiendo el secretario. Todos los años eran iguales. Seguramente ese hombre soñaba con poder cerrar el portón a tiempo, pero le era imposible gracias a una cabellera multicolor que se solía asomar por el fondo casi diez minutos después de que sonara la campana.

Y esta vez no fue diferente. Nosotros entramos, pero Kyungsoo y su pelo ahora rubio, asomaron por el fondo del recinto. El secretario suspiró y soltó varias maldiciones en voz baja.

— Me da que alguien se ha levantado con el pie izquierdo —murmuré sonriente al pobre trabajador. Este nos fulminó con la mirada, invitándonos a marcharnos a nuestras respectivas clases.

Con la parsimonia no nos había dado tiempo a mirar las listas, pero tampoco hacía falta. Los tres iríamos a la clase de matrícula, la que inicia el abecedario y a su vez, todas las listas de notificaciones. Básicamente la clase de los inteligentes.

En el centro las cosas funcionaban con unas bases tan crueles y fáciles de comprender, que era imposible derrumbarlas. Las letras de las clases, a medida que decrecían, también decrecía el nivel escolar que representaban, siendo la clase A la mayor y la E la peor.

Supuestamente había igualdad de trato, pero a la hora de la verdad tu esfuerzo se medía en tus resultados, y los de clases más bajas, eran considerados como alumnos vagos o perezosos, no personas con dificultades.

Mírate - KookGiWhere stories live. Discover now