IV. Agoney

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Es casi la una de la madrugada y Emma está riendo histéricamente y hablando a gritos por teléfono en la habitación de al lado. No la soporto y cualquier otro día iría a su habitación a decirle que no son horas, que yo madrugo para ir a trabajar y que lo bueno de llamar a alguien con el móvil es que te oye perfectamente sin necesidad de que subas el volumen de tu voz.

Cualquier otro día, acabaríamos discutiendo después de que ella me echase en cara (como siempre) que me molesta todo lo que hace sólo porque la tengo cruzada desde el primer día y no porque sea ella una niñata egoísta y consentida que no sabe mirar más allá de su ombligo.

Pero hoy no. Hoy no me apetece ir a su habitación a montarle un pollo, fue un día tan especial que no quiero estropearlo. Prefiero cerrar los ojos y recordar el vídeo que esta mañana me enseñó Raoul porque su voz es hipnotizante. Prefiero pensar en lo suave que estaba su carita cuando le he dado un beso en la mejilla. Prefiero emocionarme porque mañana tengo una cena en su casa.

Raoul también vino por la tarde un rato, a hacerme compañía como prometió, pero curiosamente hoy hubo bastantes más clientes que ayer y hablamos a medias sólo sobre el libro que ya terminó.

Además, hablé con Miriam por whatsapp un rato y me dijo que volverá a Madrid el viernes y eso fue otra buena noticia porque tengo muchísimas ganas de verla. Sólo lleva fuera una semana pero me di cuenta de que no sé rellenar mis horas libres si no está mi leona aquí.

Durante los primeros meses de mi estancia en esta ciudad (cuando todavía estaba en la carrera) formamos un grupo de amigos algo más amplio. Pero todo se fue bastante a la mierda cuando, después de haber estado juntos 2 meses, Andrés me puso los cuernos delante de otra amiga que me lo ocultó durante semanas hasta que se lo contó a Miriam y ella a mí. Fue un drama de lo más absurdo ahora que lo pienso, ni si quiera me importaba tanto Andrés pero el grupo se disolvió.

En fin, que no tengo mucha más gente con la que hacer planes o a la que contarle mis cosas aquí pero ahora está Raoul invitándome a cenar y Miriam vuelve el viernes así que no puedo ni quiero estropear el buen humor discutiendo con Emma.

***

Son casi las once de la mañana del miércoles, llevo dos horas en la librería y sólo vino un señor a comprar un libro en concreto que localicé a la primera. Realmente estoy aprendiéndome de memoria la distribución de la tienda y no puedo evitar pensar que Aurora estaría orgullosa.

Llevo un rato dándole vueltas a que es extraño que Raoul no apareciera hoy por aquí, pero justo está entrando por la puerta con el pelo revuelto, la cara de sueño y una velocidad que me asusta.

- ¡Ago! Joder, qué mal... me he quedado dormido, soy un desastre y tengo clase en quince minutos y voy a llegar tarde... menos mal que Mamen me adora... - Dice todo eso casi sin poder respirar, me parece una imagen muy tierna y la vez su pelo hoy hace que me recorra un escalofrío de punta a punta de la espalda. Es un chico guapísimo.

- ¿Mamen?

- Mi profesora de canto. Escucha... tengo que salir corriendo pero venía porque... ¿sigue en pie lo de la cena esta noche verdad? – asiento tan rápido que casi me parto el cuello y él me dedica una sonrisa enorme – Vale, perfecto... a ver... voy a tener un día muy liado pero... ¿me darías tu número? Así te voy informando sobre la hora en la que quedaremos y eso porque Hugo no sabe hacer planes y... ni si quiera ha definido una hora para la cena... o sea... que también podemos quedar tú y yo antes pero...

Se va a ahogar. Creo que las prisas se sumaron a los nervios y la emoción y no puede ni hablar. Me apetece muchísimo abrazarle y comerle la cara a besos, pero en lugar de eso salgo de detrás del mostrador y le coloco la mano en el hombro mientras él sigue soltando palabras sin ordenar sobre una misma idea.

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