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Eran las diez y veinte de la mañana.

Afuera hacía un clima fresco, ideal para dar una vuelta y pasearse por los diversos locales de venta de Detroit.

El reconocido artista Carl Manfred no era una persona de exteriores (tanto figurativa como literalmente), sin embargo, esa mañana le apetecía salir junto a su androide Markus, desayunar en algún lugar delicioso y despejarse un poco de toda la carga que un famoso pintor, escultor y dibujante pudiese llevar sobre sus hombros. Después de tanto trabajo, tantas noches en vela solo para lograr entregar los cuadros correspondientes dentro del plazo fijo, tantas reuniones aburridas con sus monótonos patrocinadores, tantas fiestas repletas de hipócritas busca-fortunas, un merecido descanso era el mejor de todos los regalos que alguna vez hubiese podido obtener.

De igual forma, había podido notar que últimamente su androide se hallaba un poco frustrado, por lo que concluyó que quizá un nuevo ambiente le haría bien.

Markus estaba pasando por un terrible bloqueo artístico.

Hacía ya tiempo que Carl Manfred había hecho a Markus abrir los ojos y le había mostrado una nueva perspectiva del mundo. Le enseñó el verdadero concepto de vida y le proporcionó su signficiado completo.

Y Markus tan fascinado había quedado con ese concepto, con todos los nuevos colores que sus ojos captaban, que se sintió abrumado y quiso poder plasmar lo que sentía de alguna forma u otra.

Afortunadamente, el arte era una buena escapatoria en lo que respecta a reflejar sus emociones, sin embargo, en estos momentos se hallaba terriblemente atascado.

Cada vez que intentaba dibujar terminaba haciendo líneas al azar que simplemente no lograba unir. Ninguna forma, ninguna figura, nada. Ni siquiera podía llamarse arte abstracto porque la verdad, daba pena. Parecía como si le hubiesen desinstalado cualquier tipo de función artística de su software. El lápiz y el pincel en su mano artificial se sentían pesados y desconocidos, como si nunca antes los hubiese usado.

—No lo sé Carl, es muy extraño... —Markus empujaba suavemente la silla de ruedas de Carl, sin rumbo fijo, simplemente avanzando hacia el frente, hacia lo que fuese que el destino le deparase.

—¡Oh Markus! Eso nos sucede a todos todo el tiempo, es un infierno pero ya verás que se te pasa pronto.

Markus no le comentaría a Carl que tenía miedo de que el bloqueo no se le pasase nunca.

Cambio de tema.

—Ya van a pasar de las diez y todavía no has desayunado nada, Carl.

—Suenas como si fueses el mismo que antes —rio el humano, volteando a verlo a los ojos azul océano—, hagamos una cosa, pararemos en el primer sitio que se nos cruce en frente, ¿bien?

—Bien.

Recorrieron las calles por otros cinco minutos antes de encontrarse con un formidable lugar llamado “Sweet Pleasures”, sin más demora entraron.

Una agradable fragancia a vainilla dio de lleno en los sensores de olor de Markus, quien recorrió con la vista los interiores del lugar, todo tenía un aspecto sumamente pulcro y ordenado.

Estaba vacío, parecía que acababan de abrir.

Él y Carl se acercaron al mostrador, donde un androide rubio les atendió con amabilidad.

La primera vez que dos miradas destinadas a hacerlo cruzan, lo sientes en lo más profundo de tus entrañas.

Y de pronto, tu mundo está de cabeza.

—Buenos días, ¿qué desearían ordenar? —Preguntó Simon de forma cordial con una pequeña sonrisa asomándose por sus labios.

—Hola, nos da un café con leche y... —Inició Markus con espontaneidad, quien fue interrumpido por Carl.

—¿Qué recomiendas...? —Dijo Carl y se detuvo, esperando el nombre del androide de ojos claros.

—Simon, me llamo Simon. —El LED del rubio parpadeó en amarillo por escasos segundos antes de volver a tornarse el usual celeste Cyberlife—. Varios clientes suelen encontrar delicioso el pastel de fresas de la casa. ¿Le gustaría probar?

—Por supuesto.

—Serían tres dólares.

A continuación Markus y Carl ocuparon una pequeña mesa cerca del mostrador mientras Simon preparaba su pedido. A los poco minutos Carl ya tenía su orden servida.

El hombre quedó fascinado con la explosión de sabores en su boca y mandó sus felicitaciones al chef, Simon volvió a sentir esa extraña satisfacción en su sistema, por unos instantes su LED volvió a parpadear en amarillo.

Markus tamborileaba sus dedos sobre la mesa de forma rítmica, cosa que no pudo evitar extrañar a Simon. Ese androide se veía tan humano, actuaba como uno y parecía pensar como uno.

¿Cómo era posible?

El androide rubio le observó con curiosidad, intentando analizar y comprender con sus ojos celestinos qué era el ser que estaba visualizando. Su modelo era un RK200, jamás había escuchado a nadie hablar de esos, a excepción de algunas cuantas conversaciones que mencionaban que la serie RK eran mayormente prototipos, seguramente por aquello mismo tampoco había visualizado ninguno en las tiendas públicas de Cyberlife.

Simon regresó a la cocina, pensando en que ningún androide que hubiese ingresado antes había lucido así, tan vivo.

Pero él no debería estar cuestionando cosas de tal manera, no estaba en su programa.

Decidió apartar aquellos sinsentidos de su cabeza y volver al trabajo, sin embargo, su LED seguía amarilla.

Why isn't it me?  [Simarkus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora