4.

480 68 7
                                    

Simon nunca supo el porqué de que ha Edith le fascinase el arte. Para él hasta el más dulce de los versos resultaba increíbleme simplón; el más bello de los lienzos le parecía sonso e incluso la melodía más armoniosa no tenía valor alguno. Mas no se le podía culpar, aunque varios androides encontrasen el arte como algo interesante, bello e incluso divertido, ¿cómo comprender emociones ajenas sin sentimientos propios?

Durante horas de la tarde a la respostería misma había llegado un paquete a nombre de Edith Wilder. Era una caja grande y robusta, no muy pesada y casi ni producía sonido alguno. Simon tuvo curiosidad por su contenido desde el momento en el que el androide que le hizo la entrega le pidió firmar la tabla holográfica mínimo diez veces, y Simon ya sabía que cuando se firmaba varias veces podía llegar a ser algo bastante extravagante o bien terriblemente delicado. Su dueña era una de esas típicas personas que conseguían de todo tipo de regalos y souvenirs en sus viajes, así fuesen de otra ciudad que quedase cerca.

El androide empuñó un exacto que deslizó justo en el medio y a lo largo de la cinta que sellaba el paquete, una vez terminó tomó las solapas y las abrió hacia afuera encontrándose con un montón de almohadillas de poliéster de color blanco. Simon sumergió la mano y rebuscó en el contenido hasta que su mano rozó una superficie lisa y dura.

Con algo de curiosidad, Simon buscó los bordes del objeto y lo alzó. Era un cuadro. Un lienzo enmarcado. Los bultos de pintura se podían percibir en algunos sitios en donde el artista hubiese pasado pinceladas de más y la veladura se notaba fresca, mas estaba completamente seca.

Sin embargo, eso no fue ni de lejos lo más sobresaliente del lienzo.

Adherido a él, yacía una nota, con la letra que Simon pudo reconocer como la de su dueña.

«Cuélgalo en alguna parte donde se pueda apreciar, que para algo lo compré. —Edith.»

Una pequeña sonrisa surcó los labios de Simon y cualquier rastro de inquietud que el dibujo hubiese instalado en sus sistemas se esfumó como mágicamente ante aquella nota; esa inestabilidad de los últimos días se había hecho menos continua y agresiva con un intento de actualización correctiva, mas sus síntomas persistían y seguían taladrando su robótica mente, lo que ya había comenzado era imposible de detener y él era consciente de ello.

A menos que se reseteara la memoria.

Simon sacudió la cabeza, ignorando con todas sus fuerzas aquella idea, mejor se enfocaría en buscar un sitio adecuado para la pintura.

Aquello no sería demasiado difícil, las paredes de la repostería estaban completamente vacías de cualquier adorno, cosa que, ahora que notaba, hacía ver al lugar algo sonso.

Decidiéndose por un pequeño espacio al lado de la puerta de la cocina, Simon buscó las herramientas necesarias para colgar el objeto.

Quince minutos después, el cuadro estaba colgado de forma perfectamente simétrica y resaltaba a la vista de cualquiera. Edith estaría más que orgullosa.

. . .

Markus entró al local, como siempre empujando la silla de ruedas de Carl, quien se deleitaba leyendo una vieja y desgastada copia de “Veintemil leguas de viaje submarino” por Julio Verne, las páginas amarillentas poseían grietas en los bordes y tenían manchas abundantes, pero Carl era de los viejos tiempos y disfrutaba la textura de las páginas en sus dedos, disfrutaba recordar épocas anteriores donde los tiempos eran más sencillos, más felices.

Pese a toda la nueva paleta de sentimientos que poseía, Markus no comprendía la nostalgia, miraba hacia el pasado y tan solo encontraba un mundo monótono, uno que ahora le parecía sin sentido y vacío, carente de propósito real y de peso. Antes no lo habría cuestionado, antes estaba para servir, y antes aquella era su vida.

Como era ya usual, la repostería estaba encantadora mientras aquel androide rubio, Simon, iba de un lado a otro como sistemáticamente, asistiendo a todos por sí solo, a Carl aquella tarea le parecía difícil y ajetreada, pero aquello no le concernía en lo absoluto, por lo que siguió enfocándose en el libro.

Tomaron asiento y Simon se les acercó, tomando su orden con su usual cortesía Cyberlife, una vez hubo terminado se dirigió a la cocina a preparar el pedido.

Algo nuevo distinguió Markus en aquellos orbes celestes; una guerra interna que era intermitente y parecía durar una eternidad.

Curioso.

Cuando llegó el café y cuando Carl alzó la mirada para agradecer, lo primero que vieron sus desgastados ojos fue aquella pintura.

Esos trazos, que eran el reflejo de una búsqueda de significado, libertad e identidad movieron algo dentro suyo y causaron una abrumadora impresión.

—Lindo cuadro. —Comentó y Simon le observó antes de girar hacia el objeto y volver a verle.

—Es nuevo, la jefa lo compró.

—Me gusta —Carl bebió un sorbo de su café—, ¿qué opinas, Markus?

Los ojos observaron atentos la obra y encontraron diversas imperfecciones, pero de aquello se trataba el arte.

—Es hermoso.

Simon sin saberlo sonrió, mientras tomaba el dinero que se le estaba siendo extendido y se encaminaba a la caja registradora para guardarlo.

Vaya que lo es.”

Y el lienzo que mostraba manos humanas y manos androides entrelazadas, como símbolo de paz e igualdad, brindó a la vida de Simon una ínfima inestabilidad que sería su liberación tanto como su perdición, así como brindó una preciosa decoración a la repostería.


....

Heehee

Puro relleno amigos, pronto se viene de lo que de verdad se trata esta cosa

La razón por la que demoré es que estoy escribiendo una nueva wea que ni idea de cuando publicaré y a esa sí le estoy metiendo un montón de cosas y aquello me consume tiempo pues

Se llegan exámenes así que ya saben, si no vuelvo a publicar nunca más es que biología pudo conmigo y mi profe me crucificó

Ah bueno amiguis qué se va a hacer, nos vemos en otro capitulo, que les vaya bien

Why isn't it me?  [Simarkus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora