CAPÍTULO VII: "CHOCOLATES"

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Habían pasado tres semanas desde que Sara cayó enferma. Despertó a los cuatro días, todos nos habíamos preocupado por ella. Ni el doctor Boraska pudo aliviar a Sara, solo despertó. Así, de la nada. Me había parecido raro todo aquello pero no quería asustarme ni que mi mente comenzara a hacer suposición que tal vez eran erróneas.

Mis brazos, costillas y piernas habían mejorado. El cuello me dolía aún, pero ya podía hacer todo lo que antes hacía. Me dolió mucho cuando devolvieron mi hombro a su lugar.

Debo admitir que se me hizo muy difícil quedarme en la cama sin hacer nada, yo había sido un problema para nana y Bastian, pero ellos muy amable y gentilmente me ayudaban en todo. Me alegraba el saber que podía contar con ellos.

El joven Tennenberg había venido todos los días para constatar por él mismo que yo estuviera bien, me había traído muchos chocolates amargos, un día me puse a vomitar por comer tantos. Como eran muchísimo más de lo que yo podía comer le di a todos... Incluso al señor Piszczek.

El señor Piszczek aún no se marchaba de casa, se quedó aquí con la excusa que era hijo de un viejo amigo de padre. Y nos explicó su accidente, un criado le había abierto la puerta, ya que estaba muy mal herido porque en el camino a Pomerania, lo habían golpeado y posteriormente asaltado. Nos contó que es de la región de Silesia, que allá su familia tiene negocios de telas de primera calidad, que gracias a eso han amasado una gran fortuna y viven cómodamente.

Bianca cumpliendo con lo prometido, no ha vuelto a cruzar palabra alguna con el señor Piszczek. Yo he hablado con él, siempre para pelear en la mas mínima oportunidad que veía y para darle los chocolates, le di muchos con la esperanza de causarle una gran indigestión.

Últimamente me he encargado de su comida sin que nadie lo sepa, he escupido sobre ella y hasta la he tirado al suelo. No he tenido ningún resultado para que se enferme, solo he obtenido la satisfacción de saber que su comida está sucia y que la come sin sospechar nada. Pobre tonto.

La salud de Karl Kaska también había mejorado, ya nos llevaba a donde quisiésemos ir, estaba en una sola pieza. Me alegraba que estuviera mejor.

El señor van Dyk ha ido a un viaje por las Americas, y no ha venido desde hace mucho, solo me mandó un hermoso vestido morado para que me lo pusiera cuando estuviera bien de mi salud.

Los señores Paul y Antonia Tennenberg nos han invitado hoy a una fiesta que van a organizar en su gran mansión. Ellos son los padres del joven Frederik Tennenberg.

Con respecto al señor Benlliure, no lo había visto más. Y así no se podían cumplir mis planes de saber lejos al señor Piszczek.

Yo estaba arreglando mi cabello para salir y cortar mas flores y ponerlas en mi habitación. Curiosamente las flores que me había regalado el señor Piszczek no se habían marchitado, continuaban frescas. Algo que me parecía curiosamente raro.

Ya no las quería tener ahí así que las agarré y salí de mi habitación camino a donde se tira la basura. Pero fui interrumpida en mi trayecto.

—¿Ya no le gustan las lavandas, señorita Keselowski? —preguntó el señor Piszczek que al notar que me iba a deshacer de las flores, puso una expresión de tristeza.

—Claro que me gustan, pero no estas—respondí mostrando mi desprecio hacia las flores.

—¿Sabe cuán difícil es encontrar lavandas en Pomerania? Y las conseguí únicamente para usted —me miraba con mucha paz y serenidad, como queriendo calmarme.

—¿Y usted sabe cuantos días estuve esperando para que estas flores se secaran? Quizá están infectadas con algún tipo de maleficio y por eso están tan frescas.

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