CAPÍTULO I: COMIENZO DE TODO

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Año 1817, Pomerania, Reino de Prusia.


—¡Que bella está usted, señorita Keselowski! —exclamó el viejo de mi pretendiente.

—¡Muchas gracias señor van Dyk!—agradecí en un falso gesto de sentirme alagada.

—¡Ah, dichosos sus padres de haber hecho a una señorita tan espléndida, preciosa y encantadora como usted!—seguía adulándome.

—¡Es usted un caballero de elegancia y porte inigualable! —elogié también.

El señor Wilhelm van Dyk, es mi pretendiente. Un hombre cuarentón, de barba corta, pero con graciosos bigotes. Un hombre que es un poco más bajo que yo, de cuerpo rechoncho como un barril de cerveza, de cabellos negros y ojos cafés. Lucía un elegante traje gris y un sombrero de copa, negro.

—¿Cuándo su padre me permitirá poder pedir su mano?—preguntó el viejo.

—La verdad es que no lo sé —dije como si no supiera cuando, la verdad es que sí sabía—, por lo tanto deberá esforzarse aún más.

Lo que me encantaba del señor van Dyk, es que me compraba hermosos vestidos, los más caros que él encontraba, eran para mi. Me traía chocolates y demás comida deliciosa. De vez en cuando, me llevaba a ferias, e invitaba a mi familia a fiestas.

—¡Ah, Dios quiera y sea pronto!—suspiró tomando mi mano, cosa que me daba asco y repulsión, pero debo aguantarme.

<<¡Dios nunca quiera>>—Pensé.

—Será pronto—sonreí falsamente.

—Señorita Nora—susurró acercando su rostro—¿puedo pedirle una cosa?

—Usted puede pedir cualquier cosa, que yo acepte es otra cosa.

—Señorita Nora, ¿le podría dar un beso?—preguntó causando una reacción de asco en mis adentros, que no manifesté físicamente nada más que con despegar mi mano de él.

—¡Claro!—dije, y le extendí mi mano.

—No, señorita, me refería a...—y señaló su boca.

—¡Qué falta de respeto y modales son esos, señor van Dyk!—apareció mi padre. Bendito sea.

—¡Le ruego me disculpe señor Agustin!—el señor van Dyk se apartó de mi.

—Nora, nos dejas a solas.—Dijo firme.

—Por supuesto padre.

Y salí de la gran sala, me dirigí a mi habitación y ahí me quedé sola unos instantes, pensando en si debería casarme o no con el señor van Dyk.

Pues para conveniencia de la familia, el señor van Dyk es la mejor opción que tengo en estos momentos, y la verdad es que me lucro de la situación aceptando todos sus regalos. Pero yo no quiero casarme con ese viejo, ¡yo tengo apenas 17 años y él pasa de los 40!

Yo no quiero casarme con nadie, pero sé que en algún momento deberé hacerlo. No quiero quedarme soltera a los cuarenta, la juventud se pasa rápido, y planeo disfrutarla. Al menos me pienso casar con un hombre guapo y elegante, no con un gusano desgarbado. Yo quiero a un alto y guapo.

—¿Puedo pasar?—escuché la dulce voz de mi hermana menor.

—Adelante— dije, yo estaba sentada en mi cama.

—¿Se ha ido ya el señor van Dyk?—preguntó sentándose en una silla frente a mi.

—No lo sé, se ha quedado con padre en la gran sala.

REDENCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora