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"Oh, querida musa de mi pasado. Se nos había olvidado como el mismo amor puede quebrarte sin costo alguno. No hay necesidad de cobrarle las piezas rotas que ha dejado, pues nos toca a nosotros repararlo."

La música de Andrea Bocelli se encontraba siendo escuchada por las 15 personas del café-bar esa noche de otoño. No estaba de más decir que incluso con aquella estación donde las hojas cubrían las aceras con montañas de ellas, las chicas continuaban vistiendo sus faldas y vestidos. Parecían disimular a la perfección como el viento llegaba a calarse entre la tela de sus prendas, con tal de no arruinar la noche con sus respectivas citas.

Quizá la noche era perfecta para obtener inspiración, pero el lugar no ayudaba en lo absoluto si el chico se encontraba siendo el único que estaba solitario entre tantas personas.

Parecían ser que las horas en Nueva York pasaban terriblemente largas cada día. Aunque, ni siquiera hubiera tomado como opción mudarse a uno de los mas prestigiosos suburbios de la ciudad si no hubiera sido por su insistente padre.

La carrera de Literatura que cursaba, estaba por terminar, pero eso no limitó a su progenitor (como él le nombraba) para convencerle de mudarse con él por los meses que le quedaban, cosa que no era grata para el moreno.

Hacía meses que su mamá no había soltado ninguna botella de vino en lo que llevaba divorciada de él. No, no había sido solo el hecho de que había perdido a su amor de preparatoria. Si no que, además, éste mismo se largó a los brazos de una chica mucho menor que él.

Tal vez los meses seguían su curso, pero en el fondo de él se continuaba guardando un rencor hacia el hombre que alguna vez admiró tanto. Trataba de dejar que ese remordimiento no le afectara en su día a día, suficiente tenía con compartir el mismo lugar para dormir.

Solo esperaba que su madre estuviera pasándolo bien con el resto de la familia, pues había hecho lo posible para que ella emprendiera un viaje con sus hermanas y tías hacia Europa, con el fin de que se distrajera un rato.

[...]

Sus piernas emprendieron el camino de vuelta a los suburbios, mientras sostenía con una de sus manos la libreta donde sus poemas se mantenían escritos solo a su merced.

Sí, era poeta.

No era el mejor haciéndolo, pero siendo alguien de un carácter fuerte necesitaba plasmar sus pensamientos en alguna parte. No tenía quién le escuchara, si acaso, los amigos que conservaba se encontraban haciendo sus propias vidas como para escucharle.

Pero eso no importaba, se desempeñaría de una forma y otra, incluso sabiendo que en la actualidad la poesía estaba siendo dejada atrás por las nuevas generaciones.

Manhattan se había convertido en su lugar preferido desde tiempo atrás. Recordaba una pequeña visita cuando acompañó a su padre al trabajo, comiendo en el camino un hot-dog tan mas delicioso. Tal vez había sido esa la única razón por la que había aceptado (dejando de lado el convencimientode su padre), quería un lugar que le brindara comodidad y Manhattan había cumplido con ello.

Dejó las llaves de su casa de vuelta en el bolsillo trasero de sus jeans, mientras caminaba por el amplio pasillo hasta subir las escaleras sin decir una palabra o avisar de su llegada. Debían ser las diez de la noche, demasiado temprano a su parecer. Fue directo a su habitación pasando de largo las demás, cerrando la puerta con cuidado para finalmente irse a tirar a su cama.

Estaba agotado para esos momentos, así que, cambiando su ropa por un pantalón de algodón y una camiseta blanca, enfundandose mas tarde en sus mantas.

[...]

Los días habían pasado sin la mayor importancia para el moreno, quien emergido en sus lecturas pendientes, logró terminar al menos los cinco libros que faltaban por leer de su estante.

No era un gran comprador, pero había demasiados espacios vacíos que se vio en la necesidad de llenarlos con nuevos títulos inspiradores. Siendo así, tomó su cartera, saliendo de su hogar hacia alguna de las librerías más cercanas que había visto de paso hasta dar con una de ellas.

Empujó la vieja puerta de madera, mientras un timbre anunciaba su presencia al lugar, llevándose la mirada de unos cuantos compradores. Metió las manos en sus bolsillos, mientras recorría los extensos pasillos buscando por alguna sección que le interesara.

Había omitido las novelas románticas, inglesas y textos políticos que se encontraban en unos estantes, hasta dar con el suyo. Poesía y otras novelas históricas se encontraban frente a él, a lo que, con una sonrisa pequeña, empezó a hojear las portadas y páginas, disfrutando de paso el delicioso olor de las páginas.

Pero incluso en su momento de placer, se vio interrumpido por una figura de no mas del metro sesenta que se colocó a su lado, mirando también los clásicos que había. Aclaró su garganta con la incomodidad de por medio, apresurandose a elegir un par de libros para largarse de ahí. No se consideraba un antipático social, pero tampoco gustaba de la presencia de otras personas, conocer a gente nueva no era lo mas grato, y si era posible, huía de ello.

"Fiodor Dostoievsky no es tan bueno." Murmuró la chica cuando el moreno tomó entre sus manos "Crimen y castigo". "Si buscas algo bueno, vete por Emily Brontë. Vale cada centavo." Entre sus pequeñas manos, la castaña tomó "Cumbres borrascosas" con una amplia sonrisa, hasta girarse en su lugar con una ceja enarcada.

Para esto, Calum ya se encontraba hasta el borde de exasperació, odiaba cuando la gente se atrevía a criticar o comentar sobre sus lecturas. Así que, brindando su mejor sonrisa, se giró conectando con los orbes verdosos de la joven, quien no debía pasar de 20 años, y pronunció; "Gracias por la recomendación, pero me quedo con éste." Y siendo así, retomó su paso ahora hacia la caja de cobranza, donde esperó a que la fila avanzara.

"¿Por qué no le das una oportunidad? ¿Acaso te cierras a tus lecturas? Vamos, te lo recomienda una chica experta en la lectura." La chica, sonriente, le tendió el libro antes dicho, esperando a que éste aceptase sin mas. Pero así no funcionaba, no con Calum.

"Estoy bien con mis lecturas, bonita." Arrastró aquellas palabras con la paciencia acortandose, mientras llegaba su turno, dejando los libros elegidos sobre la barra.

"Vaya, eres demasiado grosero. ¿Te habían dicho?" La chica soltó un bufido, mientras depositaba "Cumbres Borrascosas" sobre el estante donde se encontraban los libros no vendidos. "Emily se pondría tan mal mirando como dejas su literatura a un lado."

Aquellas habían sido sus últimas palabras, pues ya estaba cruzando la puerta para cuando el chico se enfocó en sacar el dinero. La escena de momentos atrás había sido extraña, pero ni siquiera así dió reparo para lo que iba a hacer.

"Agregue también 'Cumbres Borrascosas'."

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⏰ Última actualización: Feb 18, 2019 ⏰

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