❝ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴠɪɪ❞

444 53 99
                                    

«ᴇʟ ɪɴɪᴄɪᴏ ᴅᴇ ᴜɴ ᴠɪ́ɴᴄᴜʟᴏ»

8 meses después.

      La familia Ravenway resultó ser más extraña y enigmática de lo que Ángela había pensado al principio; no recibían visitas de otros nefilim, no solían alejarse de Roma por mucho tiempo y tampoco eran lo suficientemente abiertos como para formar una opinión buena sobre ellos. Es decir, eran amables con Angie, pero con esa máscara frívola detrás de sus ojos que la hacían inquietarse cada vez que estaba junto a uno de ellos, como si ocultaran algo malicioso tras buenas intenciones. A excepción de Edmund, claro, quien siempre se mostraba cálido y sonriente alrededor de la castaña mientras estudiaban o entrenaban, por lo que desde que descubrió la verdadera identidad de los Ravenway siempre se mantuvo cerca de él para no sentirse más incomoda de lo habitual.

      Edmund parloteaba algo acerca de los cuadros en el vestíbulo del Instituto, sobre que deberían ser cambiados, pero la mente de Ángela estaba flotando perdida en otro asunto, sin poner mucha atención a las quejas de su amigo, pensando profundamente en Londres. ¿Qué estaría haciendo Lottie que no respondía sus cartas hacía más de un mes?

―Y un hombre lobo quería mordisquear mi trasero ―dijo Ed al percatarse de que su Angie no lo estaba escuchando.

―Eso es maravilloso, Edmund ―repuso ella, su mirada dirigida al ventanal de la sala de entrenamientos, donde Roma relucía en su máximo esplendor bajo la luz del sol.

―¿De verdad? ―replicó él―, ¿es maravilloso que muerdan mis... partes privadas? ―espetó, asqueado.

―¿Qué? ―inquirió Ángela, confundida.

―¡No estabas escuchándome! Eres una amiga desconsiderada. ―Se llevó las manos al pecho, simulando que Angie le había roto el corazón y luego se dejó caer de espaldas al suelo.

―No seas exagerado ―protestó y lo ayudó a ponerse de pie de mala gana.

―Entonces, ¿en qué pensabas? ―preguntó mientras sacudía el polvo de su ropa.

―En nada, sólo veía si ese paisaje era una buena opción para dibujar. ―Mintió.

―De acuerdo ―suspiró abatido―, haré de cuenta que me trago tus mentiras sólo porque este día será especial. ―Elevó ambas cejas un par de veces, sonriendo con malicia. Le gustaba esa actitud un poco atrevida en él.

      Hasta donde sabía, Edmund jamás se había comportado tan libremente abierto antes hasta que ambos se conocieron, por lo que aprovechaban cada oportunidad para pasar el tiempo juntos riendo y jugándole bromas a los demás. A pesar de que casi todas las noches lo oía llorar en su habitación. Ángela juró que iba a intentar averiguar qué era lo que realmente ocurría con él, porque sabía que detrás de tanta amabilidad fingida y sonrisas forzadas se escondía algo verdaderamente triste.

―¿Por qué este día será especial? ―Lo interrogó, no le agradaban mucho las sorpresas después de que la última fuera abandonar a su familia―. ¿Qué planeas hacer? Te advierto que no te gustará verme enojada.

―Tranquila, tranquila. ―Alzó ambas manos a modo de defensa―. Paz. Prometo que no es nada malo, pero sí será especial.

―¿Debo recordarte que tus ideas no suelen salir para nada bien? Como aquella vez en la que dejaste una araña en la alcoba de tu hermana porque dijiste que le agradaban y acabó corriéndote por todo el Instituto jurando que colgaría tu cabeza en la entrada. ―Ese día Ángela había aprendido muchos insultos en italiano y estaba segura de que pronto podría ponerlos en práctica, sólo bastaba encontrar la ocasión propicia.

Ángel Caído | JEM CARSTAIRSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora