❝ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ xɪ❞

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LEER NOTA DE AUTORA, ES IMPORTANTE.

«ᴜɴᴀ ʀᴏᴍᴀ ᴏsᴄᴜʀᴀ ʟʟᴇɴᴀ ᴅᴇ ᴄɪᴄᴀᴛʀɪᴄᴇs»

ᴘᴀʀᴛᴇ ɪ

      Los Lightwood se habían marchado al día siguiente de que Ángela se hubiera recuperado de los efectos mortíferos del arsénico, argumentando que era hora de regresar a Idris porque a Benedict le esperaba pilas de papeles por responder y luego no supieron más de ellos; ya no los visitaban en Roma y tampoco Callida o Lauren hablaban sobre esa familia, dejando atrás los malos recuerdos que habían derivado a Ángela a días enteros de recuperación y dolencias. Aunque la ausencia de los Lightwood contribuyó un poco a que ella se sintiera mejor con rapidez.

      Ahora, habiendo transcurrido cuatro largos años de la casi muerte de Ángela Fairchild, todo parecía ir de maravilla a veces. Lauren permitía que los parabatai salieran dos veces a la semana y únicamente por las tardes para recorrer la ciudad, siempre y cuando Francis los acompañara para cerciorarse de que los castaños no ocasionaran dificultades, porque a decir verdad, parecían tener cierta habilidad para meterse en problemas que a veces solo se sentaban a esperarlos con resignación. Pero siempre encontraban la manera de escaparse de la atención de los Ravenway mayores. Y una de esas tantas maneras era la de escabullirse por la puerta de servicio del personal en las noches cuando nadie merodeaba cerca, para luego encontrar refugio en una taberna alejada del Instituto donde a las personas no les molestaba su presencia y a los subterráneos les daba igual si eran nefilim o no, después de todo, Edmund y Ángela les resultaban sumamente novedosos y encantadores, así que permitían que se integrasen entre ellos con el único acuerdo de no interferir en lo que sea que hicieran en el submundo. Aunque no todas las veces les había resultado bien; cuando Lauren se percataba que huían los resultados eran de lo peor.

      Y esa noche no fue diferente a las otras.

      El aroma del cigarro y alcohol azotaron las fosas nasales de Ángela cuando ingresaron al bar "Estrella alegre", un nombre tan ridículo y ajeno a lo que verdaderamente se vivía ahí dentro si ya te acostumbrabas al ritmo con el que se manejaban; las estrellas alegres no estaban en ningún rincón existente salvo los días viernes cuando ocurrían las grandes celebraciones.

      La música estallaba a puro fulgor mientras los italianos bailaban con energía en el centro del bar, se oían vítores y palmas chocando la una contra la otra a la par de las risas. La castaña logró divisar a un hombre corpulento que se tambaleaba cerca de la barra de bebidas para pedirle al cantinero otra ración de cerveza para él y sus amigos, pronunciando las palabras con detenimiento y un pésimo acento italiano.

—Llegamos a tiempo para la segunda ronda —mencionó Edmund y señaló con un gesto al gran grupo que bailaba. Saludó a lo lejos a Francesco, un amigo de la casa, con una inclinación leve y guio a su parabatai lejos de la muchedumbre para que sus palabras pudieran oírse por sobre el ruido.

—Donato estará contento hoy —dijo ella, indicando en un gesto al dueño del bar sentado en una esquina oscura y atiborrado de dinero, contaba pacientemente cada moneda que había sobre la mesa y luego anotaba todo en su pequeña libreta para llevar las cuentas del bar—, la casa está llena.

—Es el día en que todos celebran algo —dedujo Ed—, alguna fecha importante para ellos o sólo porque es viernes y no quieren regresar a sus casas temprano.

—Suena encantador —dijo sarcástica y luego sonrió con la mirada puesta en la barra, planeando pedirle al sobrino de Donato una ronda de cerveza fresca para ella y Edmund.

Ángel Caído | JEM CARSTAIRSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora