❝ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ xᴠɪ❞

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«sɪɴ ᴘɪᴇᴅᴀᴅ»

      Los párpados sellados y la piel pálida le daban el aspecto cadavérico que muy pocos deseaban ver; las venas resaltando en tonos verdes y sus mejillas levemente hundidas por no haber estado ingiriendo alimentos tampoco era buena señal a pesar de los esfuerzos que los Hermanos Silenciosos hacían a diario para disgusto de Lauren Ravenway, quien se había ganado un extenso cuestionario por las largas marcas que cruzaban la espalda de la niña.

      Edmund se había ido junto con el brillo de la presencia de Ángela, sumiendo al Instituto de Roma en una oscuridad silenciosa y sepulcral que nadie sabía cómo mejorar o entender. Y eso solo era el inicio. La muerte podía cambiar a la personas de múltiples maneras.

      Francis había permanecido fielmente junto a la castaña a la espera del momento en que se dispusiera a abrir los ojos, aferrado a su mano e implorando por no perderla cuando reaccionara. Desde que su hermano falleció había estado sintiendo un extraño peso en su pecho, semejante a una culpa que no sabría explicar, angustiado por cómo sería la reacción de Ángela cuando se enterara de todo lo que había sucedido en esos tres días en los que se mantuvo inconsciente. Noticias que no le harían nada bien.

      Maldición, pasaron tantas cosas que de seguro iban a destrozarla.

—¿Por qué sigues aquí? —Bella había ingresado a la enfermería ataviada en un carísimo vestido de algodón de color azul marino con encaje, luciendo elegantes joyas y accesorios, pero sobre todo, y lo que más captó la atención del rubio, era la cinta blanca que decoraba su muñeca lo que sobresalía en ella.

      Bella se detuvo junto a él y Francis tensó los hombros y aclaró su garganta antes de responder:

—Espero —expresó cortante—. ¿No deberías estar en Francia fingiendo ser la prometida perfecta? —Desvió su mirada gris hacia Ángela, ignorando la expresión dolida en el rostro de su hermana.

—No podía irme tan rápido, no con el funeral de Edmund. —La voz de la castaña se quebró notablemente.

—¿Llorarás su muerte? —espetó en tono agrio—. No hay nadie más en la habitación para que crea tu actuación, Bella. —Recibió un golpe fuerte en la espalda que lo desestabilizó al punto de casi tirarlo fuera de su asiento. Giró el rostro sorprendido para notar que Bella se encontraba al borde de las lágrimas.

—¡Era nuestro hermano y ahora está muerto! —chilló escandalizada—. No dejo de pensar en las cosas que le hemos hecho —sollozó incontrolablemente—, en lo crueles e injustos que fuimos con él. Pobre Edmund. —Se lanzó a los brazos de Frank y le propinó varios golpes que para él no fueron más que suaves caricias, pues su hermana no contaba con mucha fuerza—. ¡Todo por tu culpa! —Detuvo los torpes golpes y obligó a Bella a tomar asiento para que se relajara.

—No fue mi culpa, Bella —dijo seriamente, remarcando las palabras para que quedase lo más claro posible—. Y no fue tu culpa, así que baja la voz y tranquilízate.

—¡Eres un insensible! —continuó gritando—. ¡Debimos protegerlo! Y ahora... ahora... —La respiración entrecortada de Bella le dificultaba hablar con normalidad, las palabras se le atoraban en la boca y solo balbuceaba presa del llanto—. Ahora jamás regresará. Ninguno de los dos lo hará —agregó observando a Ángela.

      Francis permaneció en silencio sopesando las palabras de su hermana, imitando la acción de admirar a la castaña con expresión pensativa.

—Desde que ha llegado a Roma todo empeoró, ¿no es así? —preguntó ella—. Has perdido por completo la cabeza por Ángela y te empeñaste en destruir a tu propio hermano solo para quedarte con ella como si fuera un premio. —La crudeza en sus palabras lo hacían enfurecer cada vez más—. Al fin de cuentas, Madre no ha sido la única que perdió su sano juicio.

Ángel Caído | JEM CARSTAIRSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora