27: Las túnicas de gala dejan de ser inútiles

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Capítulo veintisiete

Las túnicas de gala dejan de ser inútiles

Angelina me protege de las preguntas de los curiosos y Fred y George reaniman la fiesta que estaban celebrando en honor de nuestro campeón de Gryffindor, así que pronto todos me olvidan y puedo tomar el vaso de agua que me prepararon, subir las escaleras en modo automático, sin pensar en dada, e irme a dormir sin más.

Por la mañana me despierto sin recuerdos de haber soñado. En el baño me lavo los dientes sin estar segura de dónde estoy ni de qué día es. En noviembre (si es que es este el mes) ya no hace falta pensar, el cuerpo sigue su rutina. No noto nada extraño hasta que mi mente va sola, como siempre, a pensar en Cedric y entonces siento un golpe en el corazón. No tengo que pensar en él; ya ni siquiera hay algo para pensar. No somos nada. Pero mi mente sigue volviendo a él, a él, y sacudo la cabeza como para alejar el pensamiento que me rebota dentro de las paredes del cráneo sin querer salir. Me empiezan a sudar las manos, no puedo respirar bien y a los pocos segundos comienzo a llorar.

Hermione entra al baño y me mira muy seria antes de darme un abrazo.

—Cedric —le digo luego de tomar una bocanada de aire—. Terminó conmigo anoche. Cedric... —Y rompo a llorar otra vez.

Cuando salimos de la habitación Parvati y Lavender nos miran con curiosidad y nos siguen de cerca hasta el Gran Salón, donde las esquivamos al sentarnos con Neville y Ginny. Durante todo el desayuno mantengo la mirada baja para no cruzarme con los ojos de nadie, especialmente todo los de él. Siento que todo lo que no sufrí anoche lo voy a sufrir cada vez que lo vea, como si el golpe entrara de lleno como por primera vez, sin aviso, y no valiera todo lo que ya lloré. Por suerte no lo veo, o Hermione se encarga de que no suceda, y logro terminar el desayuno a tiempo para el momento en que suena la campana y salimos del castillo para ir a la primera clase: Cuidado de las criaturas mágicas.

Durante la clase Draco y sus amigos-seguidores se ríen todo el tiempo de las cosas usuales, y escucharlos contentos solamente logra tirarme más abajo el ánimo. Siento que reírme me desgarraría el pecho. Mientras Harry intenta meter el escreguto en la caja (que es la actividad del día para hacer en parejas y justo le tocó el peor día para colaborar conmigo) veo que Lavender se acerca, pero lejos de decirme algo sobre los pantalones de algún chico, me pone una mano en el hombro y me sonríe suavemente.

—Si necesitas algo, nos avisas —dice y Parvati asiente detrás de ella—. Podemos hacer una noche de chicas.

—Hay mucho que estudiar —se queja Hermione—, no podemos acostarnos tarde.

—Le hablaba a Leyla, si no quedó claro. En fin, piénsalo —dice Lavender con los ojos en blanco y se va a su lugar otra vez.

A la hora del almuerzo, de camino al Gran Salón, me siento mejor por haber estado afuera y hasta me parece que Lavender me quiso hablar con buena intención por primera vez en muchos meses. Pero luego Hermione tira de mi manga para detenerme y como por instinto contraproducente miro la puerta del salón: en ese instante entra Cedric, rodeado de más chicas que lo normal, y yo estoy aquí, aplastada, al borde de las lágrimas otra vez.

—Sigan sin mí —les digo a mis compañeros sin mirarlos—, no tengo tanta hambre.

Sentada en los escalones de entrada del castillo me quedo a sentir el aire frío. Por suerte no son muchos todavía los que saben lo que sucedió; por fuera, nada se ve muy distinto: Cedric sigue rodeado de chicas y yo, como últimamente, estoy sola. Esto seguramente me ahorrará preguntas que no quiero contestar. ¿Qué le pasa a la gente por la cabeza cuando cree que es una buena idea preguntarle a alguien sobre algo malo que le acaba de pasar?

Leyla y el Torneo de los Tres Magos | (LEH #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora