Edward (sentimientos reales o solo fantasía)

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La mañana apenas había avanzado un par de horas y Céltica salía de aquella hermosa galería junto a su amigo el Príncipe Henry; caminaban por las calles que comenzaban a ver la vida de los mercaderes. El sol se encontraba en su más bello esplendor matinal y ella se sentía feliz, sonreía y reía; era dichosa, nada podía mejorar su día… excepto Edward, el apuesto caballero que ella vino a buscar.

Edward caminaba en dirección a ellos, y cuando al fin estuvo con ellos le dijo al Príncipe:

–El tabernero quiere una audiencia contigo, dice que es muy importante.

Y Henry un tanto preocupado por su amiga, la doncella de los bosques dijo –iré en seguida, pero hazme un favor, acompaña a Céltica de vuelta al castillo, debe estar con mi madre al atardecer.

–Claro, será un honor acompañarla –respondió el apuesto caballero.

Y sin más, Henry se despidió de Céltica y se marchó. Cuando al fin estuvieron solos Edward se dirigió a la frágil damisela y dijo –Bien, ¿Qué deseas hacer?, aún es temprano  y la Reina te espera hasta el atardecer, creo que tenemos tiempo de sobra.

Céltica no podía articular palabra alguna, era la primera vez que hablaba con él a solas y la primera vez que experimentaba los nervios, pero al fin abrió los labios…

–Me gustaría recorrer el lugar, no suelo salir mucho del castillo y por lo tanto no conozco bien la aldea, así que me gustaría conocer más, ¿me lo muestras?

–Con gusto, te mostrare la playa… es un lugar hermoso y creo que te gustara sentir el agua en tus pies.

– ¿La playa?, ya he estado allí antes –era mentira, pero sabía que el agua salada la dañaría – ¿No hay otro lugar que quieras mostrarme?

–Bien, creo que podemos ir al mercado, ahí hay muchas cosas bonitas para comprar –dijo Edward, no teniendo más ideas.

Fueron hasta allí y pasaron el resto del día viendo ornamentos y otros tiliches en aquel lugar, ella estaba fascinada, pues estaba con aquel hombre que la había cautivado; lo conocía cada vez mejor, pues platicaba con él en todo momento. Supo sus gustos y sus ambiciones, sus pasiones y sus miedos,  conoció cosas de su pasado, incluso reconoció entre sus relatos aquel que se desarrollaba el día que lo conoció en el bosque, sin que él lo supiera…

Todo fue perfecto para ella aquel día, pues al fin tenía la certeza de que no era una Ninfa más del bosque, no era una más de aquellas que solo esperan a fornicar con algún fauno lujurioso, a procrear con algún elfo apuesto o a ser poseída por algún vanidoso centauro, segura estaba de que ella había sido bendecida por los cuatro espíritus y la madre tierra, y aun cuando sabía que no tenía sentimientos por ser una criatura tan fría como el hielo, tan pura como el agua y tan libre como el viento; sabía que aquel hombre le provocaba sensaciones que ella misma desconocía, pero que de uno u otro modo ella apreciaba y disfrutaba.

Cuando regreso al castillo al atardecer, la Reina y sus compañeras estaban impresionadas, pues nunca antes había cantado con tanta pasión y entrega como aquel maravilloso día.

Ninfa Celtica: La AldeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora