Mérida: Una charla confusa

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La noche caía con su hermoso vestido negro, cubierto de lentejuelas plateadas, acompañada del suave suspiro del viento que parecía acariciar y estremecer la delicada piel de la Ninfa; a quien por unos instantes parecía no importarle nada y que parecía no extrañar nada de su hogar, ni del mundo al que ella pertenecía. Se encontraba envuelta en un maravilloso sueño, recordando el día tan magnifico que había pasado con Edward.

De pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz de su amiga de cabellos dorados quien irrumpía de manera sutil en la alcoba de la mujer acuática.

–Y bien… ¿No vas a contarme? –pregunto la dama de compañía principal de la Reina.

– ¿Contarte qué…? –pregunto desconcertada la Ninfa.

– ¿Por qué estás tan feliz?, cualquiera diría que algo estupendo te paso en el día. Después de todo saliste con el Príncipe, ¿no es así? –volvió a decir la doncella Real.

–Pues sí, estuve con el hombre más maravilloso que he visto en este lugar, y estoy casi segura de que es el más interesante…

–Y, ¿Cómo no va a serlo, si es el Príncipe de quien hablamos? –interrumpió Mérida.

–Yo no estoy hablando de Henry –respondió la delicada doncella que venia del interior de los bosques.

– ¿Ah no? Entonces… ¿De quién? –volvió a preguntar la doncella del castillo.

–No voy a decirte su nombre, solo te diré que es maravilloso, es todo un caballero y un gran hombre. Es apuesto, es gentil y en su mirada hay un brillo singular en el que pareciera destellar el más bello amanecer.

– ¡Vaya! Creo que ese hombre logro cautivar tu corazón, pero… ¿Qué dirá el Príncipe cuando se entere? –se apresuró a decir la hermosa dama de cabellos de oro.

– ¿Henry?, no entiendo que tiene que ver él en todo esto, él y yo solo somos buenos amigos.

–Si tú lo dices –dijo Mérida en un tono algo sarcástico. –Pero cuéntame, ¿Quién es él? ¿Dónde lo conociste?

–Ya te dije que no voy a decirte su nombre. Paseamos por el mercado, recorrimos las calles y me mostró la aldea, es maravillosa… de dónde vengo no hay edificios tan maravillosos como la biblioteca, los museos o esos lugares a lo que llaman templos…

– ¿No hay templos en tu aldea? –Pregunto Mérida extrañada – ¿Cómo es el lugar de dónde vienes?

La Ninfa se dio cuenta de que había cometido un error imperdonable, había hablado de más y no estaba segura de cómo arreglarlo, una palabra en falso y podría estar expuesta.

–Lo que quise decir es que no hay templos como los suyos, o al menos yo no los recuerdo, recuerdo que mi aldea era pequeña y con muy pocos edificios, parecía estar en medio de un claustro o algo parecido… Lo cierto es que sigo sin recordar mucho de cómo era aquel lugar.

–Pues bueno, ojala te acuerdes… aunque he llegado a pensar que provienes de alguna aldea un tanto perdida y separada de las otras, por eso tu idioma no es muy conocido ni familiar para nosotros; en fin creo que será mejor que te deje, ya es tarde y mañana nos espera otro día. Descansa.

Y sin decir más nada Mérida salió de la habitación con la duda en su mente de quien era realmente aquella chica.

Ninfa Celtica: La AldeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora