Capítulo 8: La vieja amiga

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27 de abril de 2025. 8:05


Pasan los primeros desertores que han sido enviados directamente a los calabozos, y ordeno pasar a la siguiente, una mujer, según figura en la lista. Cuando la desertora hace acto de presencia tengo que ahogar un grito. No puede ser.

 -¿Pasa algo? -pregunta el rey que se ha dado cuenta de mi nerviosismo.

 -No, señor. Diga su nombre, por favor -le pido a la joven.

 -Amanda Pietro Guzmán -responde ella, mintiendo bastante bien.

 -Miente -digo al instante.

La chica abre los ojos y, asustada, le empiezan a temblar las manos, que las retuerce para disimularlo.

 -Increíble, Frau Langefeld, cada día pilla las mentiras más rápido -comenta Aquiles, impresionado.

Pero no ha sido mi astucia, a esta chica la conozco muy bien, aunque hacía años que no nos veíamos, su cara no ha cambiado mucho. Tiene el pelo muy largo, sucio como la mayoría de desertores de vivir en las calles como vagabundos. Las ropas con manchones de suciedad y raídas. Siento pena de que haya acabado así.

 -Mi señor, ella se llama Victoria.

 -¿Cómo sabe mi nombre? -pregunta ella, incapaz de sostenerme la mirada.

Me acerco hasta ella e intento coger su mano, pero ella me rechaza, temblando de pies a cabeza. Todavía no me ha reconocido.

 -No me tengas miedo, Victoria. ¿Acaso no me recuerdas?

Victoria me mira extrañada y me escruta unos segundos hasta que parece reconocerme. Su sonrisa se va ensanchando de oreja a oreja y sus ojos empiezan a humedecerse.

 -¿Ada? -dice con la voz acongojada-. ¿Cuántos años han pasado?

 -Demasiados, amiga mía.

 -¿Van a matarme? -pregunta entonces, temerosa.

 -Tranquila, yo responderé por ti.

 -¿Tú? ¿Trabajas para el rey? -inquiere en voz baja, lanzando una mirada recelosa al rey Aquiles.

 -Soy su secretaria personal, pero ya te contaré. Tú confía en mí.

 -Señora Langefed, ¿qué ocurre? -quiere saber el rey, inquietado por nuestra confidencial charla.

 -Majestad, ella es Victoria, una vieja amiga de la infancia.

 -Desertora -dice él con hastío.

 -También lo fui yo, señor. Puede encaminar su futuro, seguro que conmigo al lado, sabrá trabajar para usted.

El rey Aquiles le lanza una mirada desconfiada y chasquea la lengua.

 -No sé, Frau Langefeld. No puedo confiar en toda aquella que sea amiga tuya y dejarla vivir en la capital como si nada.

 -Es la primera amiga que reconozco, señor.

 -No será la última -replica él, nada decidido.

 -Señor, yo responderé por ella. Si no trabaja como es debido ni cumple con las leyes establecidas del Nuevo Régimen, le aseguro que seré yo misma quien la denuncie y envíe a los calabozos.

Siento a Victoria estremecerse, escondida tras de mí.

 -Déjame pensarlo, de momento, enviadla a los calabozos.

Los soldados interiores la cogen cada uno de un brazo y comienzan a sacarla de la sala de audiencias donde se pasa lista cada semana. Victoria empieza a llorar y me agarra de mi brazo débil, haciéndome daño. Dolorida, me suelto con brusquedad de su mano.

 -Confía en mí, Victoria, te sacaré de allí -le aseguro, aunque le hablo en un tono enojado por el daño que me ha hecho.





Cuando termino de pasar lista, acompaño al rey hasta su despacho personal, tenemos que hablar de Victoria. No tengo seguro convencerle para sacarla de los calabozos y ponerla a su disposición, pero lo intentaré. La verdad es que, tener a una vieja amiga a mi lado, después de tantos años de soledad, no me vendría nada mal. A veces siento la necesidad de contarle a alguien mis penas, de que me escuche y seque mis lágrimas, pero también tengo miedo. Miedo a volver a confiar en alguien y vuelvan a traicionarme. Victoria siempre fue una buena amiga, pero hace más de diez años que no nos vemos, ha podido cambiar igual que lo he hecho yo. Aun así, voy a arriesgarme, sí. Lo necesito.

 -Señor, le aseguro que Victoria estará a mi cargo y que al más mínimo problema...

 -Lo sé, lo sé -me interrumpe él, aireando la mano con desgana-. Te conozco bien, Ada. Confío en tu criterio y sé que no me pedirías este favor a menos de que fuera importante para ti. Pero entiéndeme, no he llegado hasta donde estoy confiando en cualquiera.

 -¿Por qué confió en mí, señor?

 -Me gustó tu descaro y valentía. Veía la picardía en tus ojos, y sé que estarías dispuesta a todo por salvar tu vida, aunque fuera a costa de la de los demás. Y no me equivoqué, me has servido más que notablemente.

 -Gracias señor. Ahora le pido que confíe una vez más en mí y me permita tenerla aquí.

 -¿De qué trabajaría? ¿Has pensado ya en ello? Viniendo de ti, apuesto a que sí.

 -Se ha quedado libre el puesto de profesor de Nuevas Leyes del Régimen, si me da unos días, le aseguro que se aprende las leyes y estará capacitada para dar las clases.

 -¡¿Unos días?! ¡Me tomas el pelo! Eres buena, pero ¿tanto?

 -Pienso ponerla a trabajar en cuanto ponga un pie fuera de las celdas, señor. No pienso darle un respiro, si quiere vivir, tiene que hacer logros para ello.

 -Bueno, quizás termine de ceder si me haces un favor a mí -responde finalmente tras unos minutos de tenso silencio.

El rey Aquiles se pone en pie y se aproxima con paso lento, mirándome de arriba abajo. Esto empieza a ponerme tensa, no me gusta el camino que está tomando.

 -¿Qué favor, señor?

 -Mira, Ada. Hace años, mucho antes de que llegaras a la capital, mi queridísima esposa murió enferma y desde entonces no he vuelto a tener ninguna compañera que... bueno, ya sabes, satisfaga mis necesidades.

 -Hay mujeres encargadas en lo que necesita en la capital, señor -repongo en seguida, sabiendo perfectamente lo que está a punto de pedirme.

 -Lo sé, pero Ada, siempre me has gustado. Eres incríblemente hermosa -Pasa su arrugada mano por mi mejilla mientras se relame los labios, ansioso por besarme-. Estás en la edad idónea. 28 años, ¿o me equivoco?

 -No se equivoca, señor -contesto tensa, haciendo innumerables esfuerzos por no apartarle la cara cuando sus asquerosos dedos comienzan a pasearse por mis labios, los cuales llevan años sin saber lo que es un beso de verdad.

Aquiles me sostiene de la cintura con fuerza y me acerca más a su fea cara. He conocido mujeres y hombres poco agraciados, pero tanto como él, pocos. Sin embargo, si quiero tener a una amiga a mi lado, tengo que tragar. Y aunque no fuera por Victoria, también tendría que hacerlo, pues al rey no se le puede decir que no. Parece como si llevara esperando esta oportunidad desde hace tiempo, y ahora ha visto la ocasión perfecta. El rey me besa, babeándome la boca. Tengo que reprimir las arcadas que me han entrado y responder al beso. Una de sus manos empieza a toquetear mi cuerpo y una vez más tengo que encomendarme a la santa paciencia para no ponerle la cara del revés. Esta situación, por desgracia, me trae muy malos recuerdos, pero todo sea por Victoria.

Ada LangefeldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora