14 de Enero de 2019. 19:33
-Manos de niña mimada que nunca han trabajado -espetó la vieja criada nada más verme las manos.
-Soy estudiante -le respondí ofendida.
-Eras. Ahora eres criada, vete acostumbrando.
Esas fueron las primeras palabras de Agnes el primer día que me puso a trabajar. Ya han pasado tres meses desde que llegué a la casa de Fernández de Castilla y Arguiz. He acabado aprendiéndome el nombre de la familia de corrillo de tanto escuchárselo decir a Agnes. La vieja criada me ha estado curando cada día la herida, que va mucho mejor. Ya no sangra, aunque extrañamente, continúa doliéndome cada vez que me excedo haciendo esfuerzos, por lo que he tenido que acostumbrarme a hacer las tareas con la mano izquierda. Además, esa misma noche me mostró nuestra habitación, un pequeño habitáculo donde habían añadido un camastro para mí, me dejó ducharme en una estrecha ducha donde sale agua fría durante todo el año, como me aseguró.
Estaba tremendamente helada, y no solo el agua, el ambiente estaba muy frío, nada que ver con mi ciudad situada al sur de España. Así que, me animé a preguntarle dónde me encontraba y descubrí que me habían traído a Soria, municipio de Castilla y León, pasando de largo la capital. Al menos, he tenido suerte de no caer allí, pues acabaría muerta. Aquí tengo una oportunidad de vivir.
Tras la ducha, me dio mi uniforme: una camisa y una falda embotada celeste, con un delantal blanco que me sentaba de pena, pero que no tuve más remedio que ponerme. Para colmo, Agnes me cortó el pelo, pues a la señora Águeda no le gusta que las chicas del servicio lleven el pelo más largo que el suyo, así que me lo dejó en media melena.
Durante estos primeros meses, Agnes no me ha dado respiro. Nos levantamos a las seis de la mañana y comenzamos preparando el desayuno, ponemos la mesa y servimos a los señores la comida a las siete en punto. Diez minutos antes, salgo a comprar el periódico para Don Carlos. Tras ayudar a los niños a vestirse para irse al colegio, nos hacemos cargo de la limpieza general de la casa. Empezamos por el dormitorio principal de los señores y luego el de los niños. A continuación, dejamos como los chorros del oro los tres cuartos de baño que tiene la casa y nos ponemos a preparar el almuerzo y poner la mesa para cuando lleguen los niños solo se tengan que sentar a comer.
Con Agnes he aprendido modales de reina, aunque no sea más que una simple sirvienta. Me ha enseñado a identificar todos los cubiertos de la mesa y a saber usarlos correctamente. El cuchillo para la carne y el del pescado, la cuchara para la sopa, el tenedor para la ensalada, el vaso para el agua y la copa para el vino blanco y tinto. Dónde ponerse la servilleta, cómo limpiarse, cómo sentarse a la mesa, cómo hablar a los señores y hasta cómo reírse sin ser una escandalosa. También sé servir las comidas, empezando por el señor Fernández de Castilla, un hombre que pocas veces está en su casa. Al principio, desconocía en qué trabajaba, aunque Agnes me ha dejado caer que tiene un buen cargo en el Nuevo Régimen impuesto por el rey Aquiles.
Son pocas las veces que coincido con él, incluso algunas noches, la familia cena sin su presencia. Sin embargo, el almuerzo nunca se lo pierde. Y ojalá no fuera así. Es un ser asqueroso, tras esa máscara de hombre educado y elegante, se encuentra un verdadero sobón que aprovecha el más mínimo acercamiento para tocarme el culo. Su esposa no sé si se habrá dado cuenta alguna vez, y si es así, se ve que no hace nada por evitarlo.
Águeda es la típica esposa florero que solo tiene hijos para contentar la virilidad de su marido y que después pone a sus criadas de niñera porque no soporta a los niños. Si su marido le pone los cuernos, bien poco le importa a ella mientras no lo vea con sus propios ojos, y si alguna vez lo llega a ver, se hace la ciega. Ella es a la siguiente que sirvo la comida. Tiene los ojos azules muy apagados, con surcos oscuros debajo, es alta y tiene una destacable nariz aguileña que no hace más que resaltar toda la fealdad de su cara. Además de ser fría y egoísta, disfruta ideando nuevos castigos para ponerme y espera el más mínimo error para llevarlos a cabo.
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Ada Langefeld
Ficción GeneralEn tiempos de guerra, la persona más adorable del mundo puede llegar a convertirse en un ser malvado. Algo así sucede con Ada Solís, la protagonista de esta historia, que tendrá que vivir la Tercera Guerra Mundial y sufrir la pérdida de sus seres má...