Capítulo 19: La asesina silenciosa

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1 de marzo de 2024  17:14


Accedí al ejército interior sin perder mi puesto de cabo, cosa que tampoco me importaba mucho. El Rey quiso sorprenderme el primer día enseñándome sus queridos perros, cinco dobermans negros como el carbón y con unos colmillos blancos y afilados que mostraban cuando te acercabas a sus jaulas. Reconozco que sentí miedo la primera vez que los vi, hasta retrocedí cuando empezaron a ladrar, cosa que al rey le hizo gracia porque no entendía que no le tuviera miedo a las ratas de las celdas, pero sí a unos perros. La diferencia es que los dientes de las ratas no tienen comparación con la de estos perros.

El rey me presentó a sus perros porque la primera tarea que iba a hacer como cabo del ejército interior es la de cuidar de ellos. La idea no me agradó mucho, pero tampoco iba a quejarme después de que me dejara trabajar dentro de las murallas. Al fin y al cabo, alimentar unos perros y cerciorarme de que estén bien no es nada laborioso. Lo que no sabía entonces es que también me tocaría sacarlos de paseo cada vez que el ejército interior necesitaba ir tras algún desertor o traidor que huía de los calabozos. Muy pocas veces pasaba, pero entre los reclutas recién llegados solía ocurrir, se confiaban y los desertores aprovechaban para escaparse. Ahí debía aparecer yo con los perros para que rastrearan la ciudad y los encontraran.

Cada vez que los sacaba, los perros, con su robustez, tiraban con fuerza de mí para que los siguiera, lo que me provocaba intenso dolor en el codo, así que acabé por acostumbrarlos a ir solos. Por primera vez, los perros corrían sueltos por la ciudad y obedecían mis órdenes. Me llevó meses adiestrarlos, pasando tardes entera haciéndoles entender que si yo les llamaban debían venir, premiándoles con comida. Al principio solo recibía ladridos y amenazas de mordiscos. De hecho, me llevé algún que otro mordisco, pero mereció la pena cuando ya no tenía que llevarles con correa.

Gracias a esto, mi imagen sombría fue creciendo de fuera de las murallas a dentro, me veían como un verdadero peligro recorría las calles de la ciudad acompañada de cinco perros grandes y negros con ganas de morder. Fui dejando un rastro de terror entre los habitantes, no tenía compasión por nadie, excepto por los niños, por supuesto.

Los peores días de mi existencia era cuando mi pequeña cumplía años y yo no estaba a su lado para verla crecer. Ya debe tener cuatro años, ya debe hablar y caminar, y me lo estoy perdiendo. Me estoy perdiendo su sonrisa, sus "mamá", sus abrazos y besos. Deseaba con todas mis ganas volver a reencontrarme con ella, pero sabía perfectamente que no tendría ninguna posibilidad de que mi hija quisiera venirse conmigo, con una desconocida a sus ojos. Para ella, yo no soy su madre, no conoce de mi existencia, y eso hace agrietarse mi corazón más de lo que ya está.

Por otro lado, Blas, desde su posición de secretario persona, decidió poner a Luís como Teniente, conociendo de sobra la mala relación que ambos tenemos. Durante mis meses en el ejército interior casi ni nos vimos las caras, pero eso no fue impedimento para darle la enhorabuena, aunque sin mucho ímpetu. La cara de asombro de Luís al escucharme no pasó inadvertido para mí, y precisamente eso era lo que quería conseguir. A veces, la mejor manera de derrotar a tu enemigo es haciéndole creer que estás de su parte. No me convenía estar a malas con él habiendo alcanzado el mayor rango en el ejército exterior, así que debía caminar con cautela a su alrededor.

Mi relación con Blas tampoco fue a mejor, seguía mirándome por encima del hombro y tratándome como si fuera superior a mí a sabiendas de que el rey, me prefería a mí. Ahora que había llegado al ejército interior, Aquiles estaba más pendiente de mí y para algunas cosas comenzó a contar conmigo en vez de con Blas, dejándole a un segundo plano. Eso él no lo soportaba y pagaba sus frustraciones conmigo, humillándome siempre que podía. Hasta que me cansé, como con todo. He desarrollado la increíble capacidad de soportar por muy poco tiempo las cosas o personas que me molestan, así que, simplemente las aparto de mi lado.

Ada LangefeldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora