Capítulo 18: A Rey muerto...

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29 de diciembre de 2025  2:30


 -Ada, querida, lléname una copa de ginebra.

 -Claro, señor -respondo encaminándome hasta la neverita que tiene Aquiles en su habitación.

De dentro saco una botella de ginebra y relleno una copa de diseño elegante.

 -¿Cuándo dejarás de llamarme señor? Después de la confianza que nos tenemos podrías tutearme.

 -Lo haré cuando deje de ser mi superior, señor -respondo condescendiente mientras dejo caer una dosis suficiente de polonio 210 en la copa para que en poco tiempo haga efecto.

Pierdo unos segundos, para que se disuelva bien, guardando de nuevo la botella en la nevera. Sin prisas, le llevo la copa, y para cuando la coge entre sus arrugadas manos, el veneno ya no es visible para él. Llevo días meditando muy bien lo que acabo de hacer. Días que he dedicado a informarme de qué manera sería la más correcta de eliminar al rey sin que parezca un asesinato. Este veneno hace que se le pare el corazón en cuestión de minutos, por lo que puede pasar por un infarto perfectamente. Nadie conoce de nuestros encuentros clandestinos a altas horas de la noche en su dormitorio. Ni siquiera Victoria se hace una idea de que su amiga tenga que acostarse con el rey para conseguir sus favores.

Aquiles se bebe la copa de un trago con una estúpida sonrisa en los labios, mirándome con el mismo deseo que la primera vez que me contempló con el uniforme del ejército exterior. Supe desde ese momento que lo tendría comiendo de mi mano si sabía tratarlo con cuidado. Y así ha sido. Me he sentido la más furcia del mundo cada vez que he tenido que besarlo o dejar que me tocara, pero ha merecido la pena siempre que he recibido algo a cambio. Pero estas últimas veces ha sido por obligación y me ha dado más asco que nunca. Aquiles no sospecha nada, es tan idiota que no se da cuenta de que ha estado besando y manoseando a su asesina sin saberlo hace unos minutos. "Ada, mi amor. Eres tan bella..." Imbécil.

Termino por vestirme mientras él me observa como un baboso desde su cama con aires de Dios griego. Sin esperar si quiera a que pase el tiempo estipulado para que el polonio haga efecto, camino hasta la caja fuerte que tiene oculta tras un cuadro bastante feo de un paisaje y marco los números para abrirla.

 -¿Qué haces? -inquiere Aquiles tratando de ponerse en pie, pero el veneno da la cara e impide que pueda moverse de la cama.

 -Shh, tranquilo, mi señor -susurro sacando todos los papeles que hay guardados dentro de la caja.

Vuelvo a cerrarla y a poner el cuadro tal y como estaba. Una de las noches que pasé con él vi cómo la abría para hacerme entrega de un dinero que le había pedido prestado. No necesitaba el dinero, solo quería saber la combinación. Me vuelvo hacia él y lo observo por unos segundos, mientras él me mira contrariado por mi actitud tan extraña de repente. Apenas han pasado un par de minutos y algo en su interior hace que contraiga el rostro. No le queda ya mucho.

Apago la luz y le escucho llamándome, temeroso. Su respiración empieza a ser entrecortada, se está asfixiando. Con tranquilidad guardo los papeles en la espalda por si me cruzo con alguien en el pasillo no los vea. En ese momento, su voz ya no alcanza siquiera a pronunciar mi nombre, así que abro la puerta en silencio y compruebo que no hay nadie en el pasillo, todo está en calma. Salgo y, antes de cerrar, observo al Rey de España alargar un brazo en mi dirección, hundiéndose cada vez más en la cama, dando sus últimas bocanadas. Cierro la puerta y sonrío.

 -Adiós, Aquiles.

Con la templanza que me caracteriza, vuelvo a mi habitación, unos minutos alejada de la suya. Durante el corto camino voy pensando en cómo afrontar mañana el día. Obviamente, cuando descubran su cadáver y me den la noticia debo reaccionar como si no supiera qué ha podido ocurrir. Después mandaré hacer el funeral con todos los honores que se debe hacer a un rey, y después me proclamaré reina. Nadie está más capacitado que yo para ese puesto, el país necesita una mano firme, la de Aquiles empezaba a aflojarse, la guerra debe tomar un nuevo curso y debe ser nuestro país quien lo comande.

No estaré sola en esto, Victoria dejará su trabajo en el colegio y pasará a ser mi secretaria personal, es en la única persona en quien confío. Bueno, en ella y en Manuel, aunque él solo me obedece por el amor que me tiene. Pobre iluso. De quien debo cuidarme es de Luís, no aprobará en absoluto mi reinado, así que con quitarlo de en medio sería suficiente en caso de darme problemas.

Por lo demás, pocas cosas cambiarán. La escuela seguirá funcionando con normalidad, los niños seguirán cursando las mismas asignaturas, los desertores seguirán yendo a los calabozos y posteriormente a los fusilamientos aquel que sobreviva los tres años. La fiesta solo tendrá que cambiar de nombre, pero seguirá haciéndose igual. Lo único que cambiaré será el plan militar, daré el golpe de gracia que pondrá a España en la cabeza del mundo.

Cuando llego a mi habitación, saco los papeles y paso cerca de una hora leyéndolos. Todos son informes de la economía del país este último año, de la tasa de mortalidad, de los desempleados y del número de bajas en los tres ejércitos: el destinado en la guerra, el exterior y el interior. Pero además, entre esos papeles, encuentro un sobre, y dentro de él, un mapa que jamás había visto antes. Junto al mapa, los planos de una pequeña casa fuera de las murallas y dos llaves. Está claro que una llave es para abrir la casa y la otra puede que para abrir alguna caja con cosas importantes dentro.

Me detengo un momento para hacer memoria, pero no consigo recordar ninguna casa cerca de la parte exterior de las murallas. Por más que miro el papel, no pone la localización exacta donde se encuentra, y en el mapa solo se ve un camino que hay que seguir desde una salida que tampoco me suena. Es todo muy raro y pienso investigarlo, aunque tendré que esperar unos días, primero he de organizar el funeral y mi proclamación.

 -A Rey muerto, Rey puesto... 

Ada LangefeldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora