12 de octubre de 2025. 9:03
En estos pocos meses que Victoria lleva en la capital han sido tan productivos como yo esperaba. Imparte las clases tal y como le pedí que lo hiciera, dando su asignatura de Leyes del Nuevo Régimen sin titubear, creyéndolas a pies juntillas y haciendo que los niños más rebeldes acaben por aprenderlas. También se desenvuelve mejor en los ambientes de la capital, relacionándose con sus compañeros de trabajo o con militares que ostentan buenos cargos que conoce en las fiestas a las que ella asiste encantada.
Fiestas hechas por mujeres de soldados o profesores aburridas en sus casas y que esperan relacionarse con más personas influyentes para que sus maridos logren alcanzar cargos mejores que los que tienen. También yo soy invitada a esas fiestas más por cortesía que por gusto, cosa que no pasa con Victoria, a ella se le da fenomenal llevarse bien con todos. Sin embargo, apenas he ido a un par de esas absurdas fiestas y alentada por mi amiga, la mayoría de veces me quedaba en el palacio con mi pequeña Diana.
Esa niña es todo un amor, me dedica todos los abrazos de los que he sido privada estos últimos años. Además es muy inteligente, en clase es la que mejores notas saca, pilla las cosas al vuelo y eso me llena de satisfacción. También es respetuosa y no ha tardado en aprender buenos modales y tratar a las personas con educación, se ha adaptado con facilidad al Nuevo Régimen y no teme las leyes que aprende de mano de Victoria, todo lo contrario.
Es cierto también que, en más de una ocasión, se me ha ido la cabeza y la he llamado Marta en vez de Diana. El parecido es tan grande que me es imposible no confundirla, o quizás solo son mis ganas de que se parezca a ella hasta el punto de que ojalá fuera mi pequeña hija. A pesar de que Diana me ha devuelto un poco de esa felicidad que sentía al tener a mi hija en brazos, sigo torturándome pensando en ella.
Por otro lado, mi brazo herido va empeorando por momentos, cada vez me duele más y alguna que otra noche necesito tomarme calmantes para poder dormir a gusto. Los días de más frío son los peores, me lo deja casi inmovilizado y por muchos calmantes que tome, el dolor es insoportable.
Por culpa de esto, he necesitado la ayuda de Victoria más de lo que me gustaría. Siempre he temido el día en que tuviera que llegar a depender de alguien por estar impedida ya sea por enfermedad o por edad, sin embargo, ninguna de las dos cosas me tienen impedida, es una maldita bala incrustada lo que me está haciendo la existencia imposible.
De vez en cuando he tenido que pasar vergüenza pidiéndole a Victoria que me ayude a firmar un papel que yo no he sido capaz, teniendo los ojos del rey pegados en mi nuca, pendiente de mi debilidad. No quiero que por culpa de este inconveniente, el rey se deshaga de mí, por eso trato de soportar el dolor lo más que puedo en su presencia, aunque a veces me cuesta un mundo.
Tener a Victoria más tiempo a mi lado, le ha permitido conocer ciertos aspectos de mi vida por los que he tenido que pasar desde que comenzó la guerra hasta llegar a donde me encuentro. Es una pregunta que no se cansaba de hacerme, con la esperanza de que algún día se la respondiera. Y lo hice. Una noche, antes de despedirnos para irse cada una a su habitación a dormir, cuando ya Diana estaba dormida en mi habitación donde me pidió trasladarse para no sentirse sola en la suya, decidí contarle resumidamente mi periplo hasta llegar a ser la secretaria del Rey.
Obvié muchos detalles que la habrían hecho estremecerse, como el hecho de haber matado en una sola noche a cuatro personas, dos de ellas menores de edad, mientras dormían. No, eso no podría explicárselo jamás. Solo le conté la mentira de que la vieja Agnes me ayudó a escapar para poder buscar a mi Marta. Le prometí que en otro momento le contaría el resto de la historia, consideré que ya tenía suficiente con eso.
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Ada Langefeld
General FictionEn tiempos de guerra, la persona más adorable del mundo puede llegar a convertirse en un ser malvado. Algo así sucede con Ada Solís, la protagonista de esta historia, que tendrá que vivir la Tercera Guerra Mundial y sufrir la pérdida de sus seres má...