Capítulo 24: Golpe de estado

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1 de octubre de 2026  00:30


 -¡Entra, rápido!

Pulso el botón que acciona la puerta secreta en la falsa estantería de la habitación de Aquiles. Diana entra llena de pánico, cojo la linterna que dejé ahí la última vez y la enciendo.

 -Toma este mapa, es muy intuitivo, aunque con tu inteligencia ni siquiera te hará falta mirarlo -le digo dedicándole la que será mi última sonrisa-. Este pasadizo es recto, no tiene otra salida que la del bosque. Toma las llaves -le doy sacándola del bolsillo-. La vieja es la que abre la puerta de salida y la grande la cabaña. Escóndete allí, nadie te descubrirá.

 -¿Vendrás a buscarme?

 -Pues claro, cariño. Nunca te dejaré sola -miento y siento que se me parte el alma.

Tengo que tragarme las lágrimas cuando le doy un abrazo y le lleno la cara de besos. Al menos de ella he podido despedirme. Diana se seca las lágrimas, está asustada por todo lo que ha pasado de pronto y por tener que huir sola, sin mí. Hace una hora ha estallado un golpe de estado que seguro lleva orquestándose meses. Sé que voy a morir aquí, estoy tranquila por eso, pero no quiero que mi Diana sufra, ella me es leal y sería capaz de todo, a pesar de sus pocos años, por protegerme.

 -Tienes que ser valiente, no tengas miedo, mi pequeña. No olvides nunca cuánto te quiero, ¿vale?

 -Tienes que venir, Ada, prométemelo.

 -Iré, ya te he dicho que nunca te dejaré sola, siempre estaré contigo, te lo prometo.

Vuelvo a darle un último abrazo y acciono de nuevo el botón para que la estantería vaya tapando el hueco secreto. Una vez que pierdo de vista a mi pequeña Diana, grito frustrada y golpeo enrabietada la estantería con la mano sana, tirando varios libros al suelo. Tras descargar parte de la rabia que me hierve por el cuerpo, cojo una bocanada de aire para aparentar tranquilidad frente a los demás.

Los ciudadanos están quemando la capital y los soldados se han amotinado contra mí. Los británicos han ganado la batalla en Gibraltar, y los franceses han enviado tropas aliadas a Portugal. He perdido la partida, me han hecho jaque mate y estoy acorralada, porque Victoria no está para proteger al rey. O reina en este caso. Como alma que lleva el diablo, salgo de la habitación y me dirijo hasta mi despacho. Una vez allí empiezo a quemar documentos secretos de la corona española desde que Aquiles subió al trono. No debería importarme, él está muerto y yo lo estaré dentro de poco, y este régimen dictatorial llegará a su fin, pero después de todo lo que he hecho para llegar hasta aquí no voy a dejarme caer tan fácilmente como un castillo de naipes tras un soplido. No, a mí tienen que tumbarme a cañonazos.

Desde la ventana del despacho contemplo las llamas apresando la capital y a soldados que aún me tienen lealtad, dirigidos por Manuel, luchando contra los soldados de Luís. Ese traidor al final ha conseguido lo que quería, verme caer. Entonces escucho pasos fuera, en el pasillo. Sé quién viene a darme la estocada final, lo llevo sospechando semanas. Antes de que la puerta se abra, empiezo a encender varios focos de fuego por el despacho con los papeles que estaba quemando. Va a saber lo que es el infierno. A continuación, me sobran unos segundos para sentarme en mi trono y esperar su visita.

La puerta se abre de golpe y Victoria aparece tras ella. Al ver las llamas retrocede, pero al descubrirme en el centro del despacho, toma valor y pasa dentro. El silencio que se crea se podría haber cortado fácilmente en otra ocasión, pero la situación es muy diferente a cualquier otra. Acaba de traicionarme. Con una jugada maestra me ha puesto en jaque mate. Ha aprendido rápido de mis estrategias, atacando cuando más desprevenida estaba.

Ada LangefeldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora