Capítulo 12: Diana vs Marta

453 60 5
                                    

7 de julio de 2025. 8:13


Como cada domingo, paso lista sin nada que llame mi atención. He mandado a algunos desertores a los calabozos y a otros a interrogatorios, siempre bajo la aprobación del rey. Sin embargo, acaba de llegar una niña que han encontrado callejeando por los alrededores, tiene siete años y es huérfana. No se sabe nada de su familia, lo único que conocen es su nombre.

 -Diana -la nombro para que la hagan pasar.

En cuanto entra en la sala, la impresión me hace palidecer. Marta. No, no puede ser ella. ¿Siete años ponía en el informe? Y se llama Diana. Definitivamente, no es Marta. Pero es tan parecida. Cabello rubio, aunque enmarañado. Piel clarita, aunque sucia. Ojos marrones con los que me mira sin un ápice de miedo. Se me forma una congoja en la garganta que pasa a ser cólera cuando veo sus manitas encadenadas. Se me cruza el cable igual de rápido como cruzo la sala y abofeteo al soldado.

-¿En qué momento se le ocurrió que una niña podría ser peligrosa? ¡Quítale ahora mismo las cadenas!

El soldado me mantiene la mirada, rabioso, mientras el rey observa la escena en silencio. Sabe que cuando me enfado es mejor no intervenir. El soldado acaba por quitarle las cadenas, y una vez libre, me pongo a la altura de la niña. El parecido con mi Marta es impresionante y me es imposible no emocionarme, aunque intento que nadie lo note.

 -¿Te llamas Diana? -le pregunto con voz dulce.

La niña asiente, saco una chocolatina y se la doy. La mayoría de niños se lanzarían a por la comida como una jauría de lobos a su presa, sin embargo, ella lo coge con tranquilidad y le da un bocadito.

 -Come todo lo que quieras, debes estar hambrienta. ¿Desde cuándo estás sola?

 -Muchos días.

 -¿Y cómo has comido?

 -La gente me daba de comer.

 -¿Qué gente?

 -Los que iban delante mía.

A los que acabo de mandar a los calabozos. Lo siento por ellos, pero no hay vuelta atrás, aunque les estoy agradecida por haberme traído a esta pequeña hasta mí. Mando al soldado marcharse, cojo a la niña en brazos y me vuelvo hacia el rey. No hacen falta palabras, sabe lo que voy a pedirle. Necesito a esta niña. No en la escuela, sino conmigo. Que sea mi niña.

 -Mi señor...

 -Ah, ah. Ada, sé lo que vas a pedirme.

 -Quiero adoptarla, aunque sea como ahijada.

 -¿Crees que soy una asociación de niños huerfanitos? -espeta con sorna-. No, Ada. No lo soy. Y tú tampoco. ¿Te recuerdo las atrocidades que has hecho para llegar hasta donde estás? No lo eches todo por la borda, no merece la pena.

 -Para mí sí merece la pena, por favor.

 -Ya veré. Reúnete en mi despacho más tarde y... lo hablamos.

Esboza una media sonrisa y siento mi piel ponerse de gallina. Otra vez. Va a utilizarme otra vez para darme los caprichos que se me antojan. Cada vez me hace menos gracia esta nueva "confianza" que se está tomando conmigo. Miro a la pequeña comer la chocolatina pausadamente y los ojos vuelven a ponérseme vidriosos. Le falta un lunar en el dorso de su mano para creerme que de verdad es mi hija. Vuelvo a mirar al rey, no sin antes recomponerme y mostrar mis ojos oscuros, desechando cualquier sentimiento de ellos. Asiento a su propuesta, he hecho cosas peores.

Salgo de la sala con la niña en brazos, sin echar cuenta de las punzadas de dolor que me está llegando a mi codo. De camino a mi habitación, le pido a un par de criadas que preparen un baño y traigan ropa limpia para Diana. Tras verla jugar alegre con el agua y ponerle un vestido de flores que le han traído, la observo comer con buenos modales. Quizás sus padres fueran adinerados, pero contrarios al régimen, por eso acabaron muertos. Pobre niña, lo que habrá tenido que ver, pero ahora yo cuidaré de ella, por mi pequeña Marta. Cuánto la echo de menos. ¿Qué será de ella? ¿Qué vida estará viviendo? ¿La estarán tratando bien? Espero que siga con vida. Ahora tengo a Diana, cuidaré de ella como si fuera mi Marta.





Las clases han terminado, y como cada día, Victoria viene a verme para que vayamos a comer juntas, pero hoy no podrá ser, solo tengo ojos para la pequeña. Victoria observa con ternura como juego con la niña con los juguetes que he mandado comprar para ella. Por la noche, cuando ya deje a la niña en su nueva habitación que he mandado ordenar lo más próximo a la mía, iré a ver al rey Aquiles. Me tocará acostarme de nuevo con él, como cuando le pedí que dejara a Victoria a mi cargo, pero no me importa, todo sea por esta pequeña. Merece tener a alguien que cuide de ella y la quiera, pienso ser su nueva mamá, no le faltará de nada.

 -Te desvives por los niños, los adoras y ellos a ti -comenta Victoria, que se ha sentado a mi lado viendo a Diana jugar-. En el colegio, raro es el niño que no me pregunta por ti. ¿Por qué no tienes uno?

 -No puedo tener hijos -respondo con voz distante, sintiendo una punzada en el pecho.

 -¿Eres estéril?

Le lanzo una mirada directa que la estremece y hace bajar la vista. No le cuesta entender que está pisando un terreno que no debería, tocando temas de los que no me gusta hablar. A pesar de haberle contado por encima mi periplo hasta llegar aquí, sabe que no le cuento ni la mitad de detalles, por ejemplo, la existencia de mi hija. Son cosas demasiado privadas que no tengo intención de confesarle a nadie, ni siquiera a ella.

 -Sí -respondo sin emoción en la voz y tras unos segundos de incómodo silencio.

 -Vaya. Lo siento mucho, Ada... -comienza ella a disculparse, azorada por haber metido la pata.

Ada LangefeldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora