Cap.7

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Si los ojos son el espejo del alma, la alma de Anne estaba cristalizada y sobretodo dolida, ya no salían lágrimas cristalinas, sino sangrientas. Sus ojos se inyectaron de sangre, y mientras lagrimas teñidas de rojo resbalaban por , sus ya húmedas, mejillas, ella gritaba desgarradamente, destruyendo todo a su paso.

Los matones ya no estaban, y tal vez ni existían, las cuerdas, que la amarraban a esa silla no estaban. Ya nada había allí para ella salvo el cuerpo inerte de su abuelo. 

Anne se encontraba arrodillada al lado del cadáver de su abuelo. 

Quería despedirse, pero a la vez no. Había tantas cosas que le hubiera gustado decirle...¿Cómo podía ser que un ser humano sufra lo que ningún otro? ¿Acaso ella estaba destinada a ver morir a quienes ama? 

Sus lagrimas volvieron a la normalidad, ella abrazaba el cuerpo de su abuelo, una última vez; quería irse a casa, pero con él cantando las canciones clásicas de la radio, bailando en la cocina disimuladamente, deseándola buenas noches, abrazándola con las pesadillas de su pasado. 

¿Que sería de ella? ¿Volvería a criarse en casas de acogida? ¿Esas familias volverían a devolverla al orfanato? 


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Todo lo que oía era un simple pitido incesable entre sus tenues sollozos, lo había perdido, había perdido a la única persona en el mundo que la llegó a querer sinceramente; se sentía destrozada, la vocecita de su cabeza no hacía mas que repetir que era una asesina, y que los asesinos se pudrían en la cárcel como todos aquellos que habían arrestado. 

¿Ella iba unirse a ese macabro club? No lo sabía con total claridad, estaba rodeada de cuerpos inertes y llenos de sangre; sus ojos estaban hinchados y rojos de tanto llorar, pero no fue suficiente....

Las sirenas retumbaron en sus oídos una y otra vez,  los policías llegaron observaron con extremo odio y sorpresa aquella sangrienta escena, Anne seguía arrodillada con el cuerpo de su abuelo en su regazo, los policías intentaron alejarla del cadáver, pero ella no quería desprenderse de lo único que tenía, lo único que le quedaba; sus pálidas manos manchadas de sangre intentaban vanamente aferrase, pero los policías solo la veían como una asesina, un monstruo que había acabado con los supuestos ladrones. 

Ella nunca aceptó ni negó ,las estúpidas y sin sentido,las teorías de los agentes y por ello la condenaron a pasar aquella oscura y traumatica noche  en el calabozo rodeada de otros criminales y borrachuzos, pero su vocecita interna la machacaba y destruía poco a poco, la consumía con sus oscuros pensamientos; no hablaría, lo tenía claro, la tomarían por loca y eso no era bueno, la encerrarían en un psiquiátrico y no saldría de ahí jamás. Su mirada se perdía entre los fríos ladrillos del calabozo, tenía frío, se arrinconó en una esquina y esperó a que algo sucediera, y eso sucedió...

Una mirada fulminante e interrogativa la observaba, provenía de un hombre corpulento y con aspecto  macabro, pero algo en la cabecita de Anne provocó que sonriera, él hombre era un cliché andante; botas militares, pantalones mas o menos ajustados, una frondosa barba y un pañuelo rojo, típico de los disfraces de vaqueros de los niños, anudado en la cabeza, con una chupa de cuero enorme. 

El hombre, que jugaba a las cartas con unos borrachos, le gruñó con la intención de asustarla, lo que no sabía era que había conseguido algo bastante importante, el favor de una demacrada chiquilla.  Ella le sonrió, mostrando sus ,algo separadas, paletas y blanquecinos dientes. 

Es mi maldición. (Damian Wayne y Oc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora