Capítulo 4: Las ruinas

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Con los gélidos vientos detrás de ellos y un gran camino remontando frente a ella, en las alturas veía aproximarse a grandes cúmulos de tierra flotar en el aire. Sentía cierta curiosidad por aquello. Eran enormes a su parecer, y por mucho, eran terrenos que de ninguna manera lograrían estar por si mismas a tal nivel. Sin embargo, aquel montículo de tierra pasó a un segundo plano, los silváns, como nunca antes, brindaron su canto a la llegada de aquel lugar. Era un sonido suave, especial, que cubría la inmensidad con tan admirable proceder. Una carcajada emergió de la garganta de Kad, cuando observó que podía sentir las vibraciones de las cuerdas vocales de los silváns. Se adentró en aquel sonido dejando que todo a su alrededor fuera lo que veía, un vacío lleno de una sensación avasallante.

— ¡¿Qué hacen?! —preguntó con un sentimiento aflorando en su pecho: alegría.

— ¡Te dan la bienvenida! —exclamó Dreon. Una risa salía de la boca de la joven. Estaba, por mucho, extasiada de tal sentimiento.

Cuando los silváns estuvieron cerca del terreno, su andar se hizo menor. Disminuyendo su compás se aproximaron a las inmediaciones de aquel lugar. A tan larga distancia, Kad no podía divisar de qué se trataba, no obstante, cuando estuvo cerca, fue diferente. Aquel lugar eran ruinas. Numerosas columnas yacían en los suelos, centenares de piedras se vertían por todo el lugar donde el pálido suelo se tornaba tan negro como la noche. Veía como una gran catástrofe había quitado la vida de quienes habitasen tal lugar. Cuerpos, ahora convertidos en piedra, daban sensación de miedo y horror.

El silván trastabilló por un segundo acompasándolo para detenerse sobre el suelo de lo que quedaba en la cima de tales tierras. Kad bajó del vertebrado con la mirada fija en su alrededor. Absorta, creía sentir el miedo que desbordaba por cada rincón los pedazos de tal ciudad. Caminó a la figura de lo que parecía ser una persona. Observó con celo al hombre que se había convertido en una estatua de hielo, su expresión estaba llena de furia e ira. Ello no incluía a otros. Todo tipo de rostro y expresión podían verse en ellos, tantos que daban cierta sensación de temor.

Siguió un pasaje hasta verse dentro de cuatro columnas ahora destrozadas. Un hombre, con las manos alzadas como quien sostiene un objeto y su cuerpo en posición para defenderse se encontraba en el medio de tales columnas. Sin cabeza, pues solo se veía el resto de su cuerpo, su posición hacía notar la larga lucha a la que se había sometido. Kad quiso imitarlo, colocándose a su lado, en la misma posición y, con los brazos en alza, observó hacia el cielo nublado.

— ¿Qué sucedió? —murmuró.

—Una gran batalla —exclamó Vanet detrás de ella. Quizás lo fue. En todo el tiempo en que tenía de estar junto a Dreon, no había visto aquellos ojos tristes, llenos de dolor y descontrol—. Hace mucho tiempo, la primera ciudad, fue destrozada por eso. —Kad, sin querer ahondar en las heridas del hombre —a pesar de su inminente curiosidad—, decidió volverse a la estatua frente a ella. Tocó el brazo del objeto extendiéndose hacia su mano.

— ¿Qué sostenía? —Dreon sonrió levemente, las imágenes y los recuerdos que tenía de aquel suceso aún calzaban en su cuerpo, por lo que su sonrisa, en dicha ocasión, estaba llena de tal dolor.

—La espada del Velurem —la joven observó a Vanet esperando a que continuase. Este, dejando de lado los fatídicos recuerdos que habían traído los escombros del lugar, se acercó a ella—. Cuando Bellua llegó a nuestra ciudad, él, Oris —colocó su mano sobre el hombro de la figura—, usó todo su poder para evitar que su pueblo sufriera. Creó grandes vientos en forma de tormentosos tornados que arrastraron todo a su paso, hizo que naira fuese tan potente y fuerte como las piedras. De ella emergió la espada que destrozaría a Bellua. —la chica no quiso preguntar más. Era evidente el efecto que causaba en el hombre. Aunque no podía evitar preguntarse si tal lugar era a donde se dirigían. Vanet notó las dudas conglomerarse en el rostro de  Kad, decidió tomar su mano y hacerla caminar a su lado.

Caelum: El último soplo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora