Epílogo

125 13 10
                                    

Lo último que veía Kad era el infinito cielo que parecía desintoxicarse de las sombras y los gases de los adnaratiums. La barrera que se había formado en las ruinas cubría la devastada ciudad de Caelum, dejando el paso libre a que los vaennsys retornaran. Aunque, a pesar de volver a sus hogares, no había uno al cual volver. La mayoría de los hogares habían sido destruidos, muchas de las edificaciones eran irreconocibles y poco habitables. Habían recuperado Caelum, pero a costa de una catástrofe que les llevaría años de sobreponer y rescatar.

La joven suspiró al ver por última vez a Bellua bajo sus pies. Se encontraba en un desfiladero al linde de la ciudad y la oscuridad perenne que brindaba aquel enemigo. Una mano se posó sobre su hombro, aunque ella no giró. Tenía muchas preguntas que hacer, muchas que quizás no se responderían en ese instante y de las que debería esperar. Tenía el corazón destrozado y el dolor menguando en su interior. El solo enterarse de las circunstancias en las que se encontraba su madre le había acrecentado un vacío en el estómago.

— ¿No volveremos a pisar la tierra? —Se preguntó. Dreon tenía varias vendas alrededor de su cuerpo, así como moretones que empezaban a ennegrecerse.

—Lo volveremos a hacer —La chica observó al gasin con el ceño fruncido a causa de todas las dudas que surcaban su mente como un barco sin rumbo—. Ten algo de fe, Kad.

— ¿Tienes que ir? —inquirió. El hombre sonrió apesadumbrado ante la pregunta de la joven y se dejó caer a su lado.

—Debo hacerlo —murmuró. La chica postró su mirada en el suelo volviendo a notar como aces de luz centelleaban entre las sombras—. Logramos disiparla de Caelum, pero aun debemos encerrarla. Usaremos a los guerreros de Oris para eso.

—Oris… —musitó la chica— Nunca te fuiste, ¿no es así? —sonrió ante la pregunta.

Dreon contempló el horizonte, la barrera no solo había sido capaz de desterrar a Bellua de la ciudad, evitando que cercenara más vidas de las que ya había hecho. También había disipado varios kilómetros a la redonda, liberando la infinidad del cielo de las tenebrosas garras del enemigo.

—Una parte de mí siempre estuvo aquí —murmuró observando la empuñadura de un arma que hacía mucho no usaba y que, en ese instante, su hoja eran migajas de metal—, y otro pequeño pedazo quedó en ti —Kad fijó su mirada en los amables ojos del hombre que la había llevado a conocer un mundo que había empezado a querer y a necesitar. Sonrió ampliamente en complicidad. No sabía si era real, si verdaderamente una parte de aquel hombre estuviera dentro de ella y tampoco era de su interés, prefería creer que Oris se encontraba entre todos.

Una marea creciente daba el inicio a luminarias que alzaban el vuelo sobre las pequeñas olas que Iraldí había creado. Llenas de una luz blanquecina con forma de flor, empezaba a revolotear por encima de sus cabezas. Así mismo, suaves brisas arrastraban las luminarias hasta el infinito y, una vez tocado lo más altos, fundiéndose con las brillantes estrellas y el cielo violáceo de la noche, una pequeña llamarada salía de cada una extinguiéndose en el aire.

Era la forma en que, tanto Iraldí como Rankley exaltaban la vida de los suyos, así como lo hacían los vaennsys. Naím observó con particularidad una en especial, pues llevaba varios listones de las cuales revoleteaban pequeñas avecillas luminiscentes, era la luminaria de Mariam. Anelisse quien yacía a su lado, lo veía con las manos aferradas a las de su hija y el dolor reflejado en su mirada. Lágrimas empujaban en los ojos de Kad, su abuela había estado la mayoría de las veces a su lado, como una guía. Sentía su pecho subir y bajar, su mandíbula sellarse aún más y el brazo de su progenitora rodearla y apretarla con fuerza. Sentían el peso de la ausencia, pero también los recuerdos florecer en sus mentes.

Con la despedida de todos los hombres que murieron en el transcurso de las peleas, venía el advenimiento de una nueva. Por fortuna, Rankley había constatado la supervivencia de la mayoría de los suyos y, al igual que Esneral, muchos de los soldados de Velurem se encontraban dispuestos a pelear una vez más contra Bellua.

Dreon constataba que los silváns estuvieran fuertes para bajar a la superficie, mientras que Jas ayudaba a varios hombres con los danures, pues estaban inseguros casi miedosos. El chico sabía que ellos sabían hacia donde se dirigían, de lo contrario, su nerviosismo no tendría excusa. Quería estar junto a tales animales y, aunque el joven se había ofrecido a ir, tanto Naím como Vanet lo hicieron recapacitar —a duras penas— de tal decisión. Kad se acercó al gasin con una mueca en sus labios y el rostro compungido seguida de Rosh, había adquirido su tamaño natural, el cuadrúpedo también había recibido un par de heridas, pero eso no le distaba de seguir a su dueña.

—Deberías estar en la cúpula de los ssaimans ayudando a tu madre —lanzó el hombre palmeando el lomo de uno de los silván.

—Mamá se siente mal cada vez que le ayudo en algo —susurró la chica cabizbaja.

—Aun no sana por completo…

—Y es demasiado orgullosa —completó la joven. El hombre se giró sobre sus talones alargando una sonrisa que removió la mirada preocupada de la chica— ¿Qué tienen pensado hacer? —Dreon torció el gesto, tenían una idea principal que esperaban diera resultados, era la única manera en la que ellos veían podían dar fin a Bellua. Sin embargo, si no lo conseguían, el resto de los hombres de Caelum vivirían por siempre ante la zozobra de saber que, en cualquier instante, aquel enemigo retomaría su camino hacia ellos.

—No te preocupes —murmuró observándola. Fijó su vista en la bonita vestimenta de cuerina ceñida al dorso de Kad, vaporosos pantalones y camisa por igual que cubría sus brazos con pequños toques de líneas azules y amarillas—. Ese uniforme representa mucho, Kad —señaló acuclillándose ante ella. Kad ladeó la cabeza, Vanet había cambiado de tema de forma tan rápida que solo pudo seguirlo—. Dice mucho de ti y de lo que esperan de ti, pero también dice que puedes dar lo que desees —La chica bufó recordando algunas conversaciones que había tenido con los suyos.

—Thoren creía que me dejarían pasar mis pruebas de una vez —Dreon soltó una carcajada, que ella siguió, ante la particularidad del chico.

—Todavía hay retos que vencer —acarició la blanca cabellera de la chica para luego reunirse con el resto de los soldados, no sin antes guiñarle un ojo y decir: —Da lo mejor de ti.

Naira brindaba vientos gélidos en ayuda de Iraldí, quien respaldada por Esneral montaba uno de los silván. Cientos de hombres se disponían en los puertos donde los transbordadores habían sido removidos, para permitir la salida de los soldados. De igual manera, varios guerreros de Oris —tales increíbles figuras—, se encontraban en el lugar de brazos cruzados, esperando por el momento para bajar a las profundidades. La mayoría de los soldados ya se encontraban preparados cuando Rank partió seguido del resto de los soldados, de un Syras al que las heridas le parecían poco y una Iraldí nerviosa pero decidida.

Tanto Thoren como Jas corrieron tras ellos al ver cada silván hacer una maniobra que los llevara hacia la tosca neblina. Kad contempló el momento observando a cada uno de los hombres partir, incluso Dreon, aquel hombre se había vuelto un amigo para ella.

—Buena suerte, Oris…

Fin.

Caelum: El último soplo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora