Capítulo 1: El Inicio

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El sonido de una canción cubrió la habitación logrando que cada esquina se inyectase de las vibraciones que la música producía, embebiendo todo lo que había en el sitio. El retumbar era estrepitoso, pero necesario, debía cubrir todo cuanto pudiera, incluso los rincones de su mente.

Una ventana al lado de la repisa con el reproductor, daba paso a un día no tan cálido. Por el contrario, la lluvia cubría el cielo y dejaba varias gotas sobre la ventana encuadrada en maderas. No podía escuchar el piqueteo del agua, aunque eso no quitaba la sensación que le producía. Sentía que llamaba para entrar a la habitación y, cuando se rendía, recorría los vidrios del ventanal. Aquello era tan normal que la realidad era, que no le daba importancia. Escuchó el rugir de un trueno en la lejanía de la ciudad y se arropó en las cobijas de nylon. Ojalá fueran solo los truenos la razón de su miedo.

Oculta tras varias cobijas y sábanas, apretaba los ojos con fuerza. Deseaba que se fueran de una vez, aclamaba por dejar de escuchar esos susurros que habían provocado la reproducción de la música. No lo hacían. Eran melodiosamente perturbadoras. No podía comprender ninguna de sus palabras, solo susurros de tantas voces en tantos matices, que la dejaban cansada al punto de querer ahogarlas como le fuera posible. Lo intentaba. Nada daba resultado, se hacían intensas, escalofriantes al punto de hacer temblar su cuerpo lleno de angustia. Yacía más de dos años en que, como leves sonidos, se habían introducido en su mente. Marcaban sus días y sus noches, los podía oír aun cuando tratase de restarles importancia, y por cada día, sentía estaban más cerca de ella.

Aunque se volvían más poderosas, no dejaba que la consumiera, por el contrario, el bullicio de la música, las gotas de agua caer, e incluso escuchar a su mamá taladrar su cráneo, eran una manera de escapar de ellas.

Se alivió al escuchar el sonoro bramido de la voz de su madre. No tanto lo que destilaba, pero si saber que las voces se irían, como todos los días y regresarían alcanzada la noche. El rugido expectante de su madre la incitaba a levantarse, pues el día, aunque oculto, apenas empezaba.

Revuelta en su cama trató de conquistar el sueño una vez más. No tendría por qué hacer caso de las suplicas de su progenitora, con ello en mente, intentó consolar el sueño cerrando los ojos.

—¡Kad! —gritó la mujer desde el cuarto de cocina. Llevaba un delantal amarillo que protegía su vestimenta: una falda entallada que llegaba hasta sus rodillas, blusa holgada en tono beige y un lindo collar de perlas adornando su cuello— ¡Por favor, Kad, baja de una buena vez! —exclamaba la mujer. Procedió a desligar el delantal de su cuerpo, dejando varias ollas con comida preparada.

Caminó hasta el vestíbulo donde frente al espejo, retocaba su maquillaje. Su piel marmórea era simplemente pintada por el colorete, su cabello castaño se recogía en un fino moño. Se observó por un segundo escudriñando cualquier error que pudiera haber en su perfecta vestimenta. No lo había. Soltó un suspiro cansino, desde hacía un tiempo, tratar con su hija la estaba volviendo un poco loca. La chica hacía siempre lo que quería, algo que a ella empezaba a molestarle, se preguntaba cuando comenzaría a ver sus errores y tomar sus consejos. Era su hija y la adoraba, pero odiaba la etapa por la que estaba pasando. También, aunque lo detestase, empezaba a comprender a su madre.

Se acercó al barandal que daba inicio a las escaleras, mirando al cielo, parecía esperar que su hija saliera de su habitación.

— ¡Kad, no desperdicies el desayuno! —gruñó y bufó. La joven estaba envuelta en capas de sabanas, no se daría el lujo de salir.

Hizo varias respiraciones tratando de calmar sus ansias. Debía estar presentable para su trabajo, por lo que seguir gritando a todo pulmón sin nada que recibir, más que el silencio avasallador de su hija, no era un buen plan. Se giró tomando un pequeño maletín de una mesa de patas largas con un único cajón, del cual sacó unas llaves. Se encaminó a la puerta de salida abriéndola. La lluvia había cesado, sin embargo trajo consigo algo que no esperaba.

Caelum: El último soplo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora