CAPÍTULO 8. LA ROSA

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A la mañana siguiente, cuando la luz del sol se trasminaba por mi ventana abrí los ojos, la noche había sido muy difícil, pero esta mañana se veía tan hermosa que por un momento olvidaba todas las preocupaciones que mi corazón albergaba. Me encontraba un poco más animada y la inspiración volvió a salir desde donde se escondía ya hacía mucho. Pero esta vez no quería escribir sobre Tokio y el futuro, esta vez intente comenzar de nuevo con una novela romántica. Posiblemente Seiya influía en mis pensamientos, y recordarlo me hacía sonreír.

El día de ayer recuerdo que me dijo que vendría a verme ya por la tarde, él estaría arreglando su departamento, recuerdo que le dije que no importaba, a decir verdad lo extraño (suspiré). Comencé a escribir como poseída por mi inspiración hasta que pararon un par de horas, hasta que me di cuenta que la mañana avanzaba y yo seguía aun en pijama. Me reí sola, hacía mucho que el escribir no me llenaba tanto, pero era hora de arreglarme y enfrentar la vida; además me moría de hambre.

Baje a la cocina mi mamá me haba dejado mi almuerzo sobre la mesa, y ella no se encontraba, supuse que salió, así que comencé a comer.

— Serena... —una voz profunda salió bajo la mesa —.

— ¡Luna! —al parecer el enfrentamiento con el mundo empezaría ahora pensé—.

— Serena, ayer vi todo lo que sucedió.

— Luna, yo...

— Serena, debes de saber que no te estoy juzgando, tú eres libre de hacer lo que desees. Pero, todo esto comienza a salirse de control. Así que piensa bien lo que estás haciendo —y sin más, me dio la espalda y se fue—.

Ella tenía razón todo estaba saliéndose de control y seguramente seguiría empeorando si no hacía nada. Pero ¿Qué podría hacer yo? Me interrogaba a mí misma, ya que ni yo era capaz de entender lo que sucedía en mi corazón. Necesitaba a una amiga, tenía que sacar todo esto de mi corazón, pensé en Mina y Amy, pero no era justo para ellas, ellas ya tenían una vida propia, yo no era quien para asediarlas con mis problemas. Así que decidí sólo salir caminar, quizás eso me ayudaría con el idilio que traía en mi cabeza.

Tomé mi bolso, y salí de la casa, sin ningún destino en particular comencé a caminar y caminar por mucho tiempo, hasta que la tarde comenzó a caer. Entonces fue que decidí solo sentarme un momento en una banca del parque, desde ahí podía ver parejas pasando enamoradas, chicas con sus flores de la mano con su chico, y eso no hizo más que hacerme sentir tan triste que no pude más que llorar. Lagrima a lagrima comenzaron a brotar de mi ojos y rodar por mi mejilla.

— Debería ser un pecado cualquier razón que haga llorar a una hermosa señorita como usted...—una profunda y envolvente voz se escuchó a un lado mío mientras en mi manos aparecía una hermosa rosa—.

Inmediatamente un impulso incontrolable hizo que mi rostro buscara el origen de aquella voz, que en mi interior había escuchado tantas veces, hasta que los ojos de aquel caballero chocaron con los míos.

— ¡Darien! —con una gran exaltación y con un desborde de emociones grite su nombre, e inmediatamente lo abracé como nunca antes—.

— Mi hermosa Serena —mientras me acariciaba mi cabello—.

— ¿Pero qué haces aquí? —súbitamente mi consiente tomo el control de la situación y me incorporé para escuchar su respuesta.

— Serena, parece que no te da gusto verme. Estoy aquí porque he pedido unos días en la Universidad para poder verte, para poder estar contigo, y tengo también una investigación que tengo que terminar aquí...

— ¡Ahmm! —con esa expresión llena de decepción respondí a sus palabras.

— ¡Oh está bien Darien! Me da mucho gusto que este otra vez por aquí.

SerenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora