Capítulo 4

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Llegó a su anterior departamento y no pudo hacer nada más que suspirar, dentro todo era como recordaba; pequeño. Acarició la pared hasta encontrar el interruptor y así prender la luz lo cual reflejó el departamento de su adolescencia. Tardes enteras de videojuegos y guitarra junto a Lysandro, días y noches llorando por la ausencia de sus padres, pero lo que más marcó fueron los recuerdos en estas cuatro paredes donde reflejaba a Nathaniel; compartieron besos en las noches hasta el amanecer, donde los abrazos y los te amo en las mañanas eran suficientes para estar feliz, o a veces las películas que miraban en las noches acurrucados en una sábana en el gran sofá comiendo comida chatarra, y hasta los días en que los exámenes se acercaban y el rubio le ayudaba a estudiar, todo absolutamente todo lo que le hizo feliz fue Nathaniel, y lo sigue haciendo ya que él es la inspiración para todas sus canciones.

Recostó su cuerpo en la cama y puso sus manos en su cara. Pronto sería el concierto, no espera ver a Nathaniel ahí, ya que él nunca iría.

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—¡Nathaniel!—gritó Sucrette al salir de las puertas de vidrio y lanzándose a los brazos del rubio en un salto.

—Su—susurró él, contra el castaño de la más baja.

Las dos semanas de la llegada de Sucrette se habían cumplido y como se lo prometió iba a estar esperándola.

—Te extrañé tanto, tanto—dijo acabando la mejilla de Nathaniel a besos.

—Yo también enana—sonrió alborotando el cabello castaño de una de sus mejores amigas.

Nathaniel tomó la maleta de Sucrette y caminaron hasta la sala de espera donde debían hacer tiempo hasta que Amber llegara de los Estados Unidos, ya que el corto contrato con la agencia de modelaje había terminado y ella iba a culminar su último año en la universidad.

Sucrette suspiró cansada y llevó su cabeza hacia atrás viendo a Nathaniel con una sonrisa.

—Vaya que has cambiado—dijo pasando sus dedos por el rostro del rubio, acariciando cada una de sus facciones.—antes no tenías agujeros—rozó los colgantes que yacían en sus orejas—tu labio tiene una cicatriz—habló pasando ahora por la comisura de su labio.

—¿Te molesta?—preguntó deteniéndola de la muñeca. Ella enseguida negó con la cabeza con una sonrisa.

—Jamás— posó su mano en la mejilla de Nathaniel, él cerro los ojos disfrutando el contacto. Parecía un gatito, solo le faltaba ronronear.

No pasaron tantos minutos cuando Sucrette sacó el tema que estaba evitando; Castiel. Y es que aunque la oji verde necesitara una explicación aún no estaba en condiciones de darla, había pasado tantas cosas malas, aunque la ruptura con el pelirrojo fue la peor de todas.

—¿Entonces rompieron?—comenzó moviendo nerviosamente sus dedos. Nathaniel suspiró y llevó su cabeza al hombro de la chica.

—Si—respondió cortante esperando que Sucrette no preguntara más, aunque conociéndola era imposible.

—Él... o ¿tú?—Nathaniel la miró a los ojos como si lo que va a decir es lo último que va a responder.

—Fui yo, yo acabé con la relación—se levantó y se dirigió caminado a la puerta de desembarque. Sucrette lo siguió negando con la cabeza. Está demasiado herido. Pensó cuando llegó a su lado.

Media hora transcurrió cuando la rubia traspasó la puerta, estaba peinada en una coleta alta, puesta gafas y muy bien maquillada, cada pisada con los grandes tacones hacían eco y no pasaba desapercibida, algo muy típico de ella.

Por siempre「casthaniel」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora