PIPIPIPIPIPIPI
El despertador no paraba de sonar y yo me removía en la cama, intentando creer que aquel sonido tan horrible era solo producto de mi imaginación.
Desgraciadamente, supe que no era así por que, por mucho que lo deseaba mentalmente, el jodido despertador no se apagaba.
Saqué el brazo del edredón y apagué el despertador. Cinco minuto más, solo eso…
-¡SPENCEEEEEEER!-gritó mi madre des de abajo.
-Mierda.-musité, mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para levantarme de mi jodidamente hermosa cama.- ¡Ya voy, mamá!
Como pude, me levanté y fui hacia el armario. Saqué un jersey, unos tejanos claros y una sudadera gruesa para sobrevivir a aquel otoño tan friolero.
En cuanto terminé de vestirme, hice la cama (soy una maníaca del orden) y me miré al espejo vertical que tenía apoyado en mi pared.
-Vaya pelos.
Odiaba a la gente que me decía que tenía un bonito cabello. Enserio, ¡soy pelirroja! Y para el colmo, mi pelo parece tener vida propia, por que cada hora aparecen más enredos en él. El simple hecho de ser pelirroja me traía muchos quebraderos de cabeza. Parecía una luz de ambulancia, se me encontraba en cualquier lado con una ojeada rápida. Y a veces, cuando no quería que me vieran, veían mi pelo que les decía “Eh, ¡estoy aquí!,” y me encontraban con rapidez. Era muy blanca de piel y no podía tomar mucho el sol, ya que cuando lo hacía me chamuscaba y la piel se me ponía colorada. Nada de piel morena, ni de protector nivel 84. No me ponía morena. Y, aunque yo ya lo había aceptado, la gente que se pasaba horas en el sol durante el verano y me veía, siempre tenía la misma frase para mí. “Vaya, que blanquita. Pareces un muerto viviente”. ¿Gracias?
Después de una dura batalla con mi pelo, el cual se negaba a ser peinado, conseguí domarlo y ya tenía un aspecto decente. Bueno, más o menos.
Me lavé los dientes en mi baño (siempre he agradecido que mi habitación tuviera uno), cogí mi mochila con los libros ya preparados (si, los preparaba por la noche antes de acostarme. Soy algo rara) y bajé por las escaleras a toda leche, dirección a la cocina, donde mi padre leía el periódico y mi madre comía tortitas con mi hermana.
-Ya era hora, dormilona.-dijo papá.
-¡Se te pegan las sábanas!-rio Sophie. La besé en la cabeza.- ¡Yo ya llevo aquí un montón de rato!
-Eres toda una campeona.-sonreí, mientras cogía la bolsa de mi desayuno.
-¿No desayunas?-preguntó mi madre.
Mientras negaba con la cabeza, se escuchó una bocina.
-Me voy, Jack ya está aquí.-dije, encaminándome hacia la puerta.- Adiós chiquitina. Cómete todo el desayuno. Adiós mamá, adiós...
-Helen, me llamo Helen.-dijo mi madre.
-Adiós Helen, adiós Joseph.-me despedí de ellos con los ojos en blanco.
-Siempre he pensado que cuando estuvierais en el instituto ya estaríais juntos.-Mamá siempre ha pensado que Jack y yo acabaríamos juntos.
-Spencer aún es demasiado joven para tener novio.-dijo mi padre.
-Ya tiene 17 años, no es demasiado joven.-replicó Helen.- A su edad ya te habías acostado con una cuarta parte de las chicas del instituto.
-Hasta que te conocí a ti.-dijo papá, acercándose a mi madre para besarla.
-Demasiada información.-dije asqueada.- ¡Me voy!-y cerré la puerta tras mi espalda.
Mi familia siempre ha sido algo moderna. Mis padres insisten en que les llame por su nombre de pila, supongo que aún se creen muy jóvenes y no quieren parecer viejos cuando les llamó papá y mamá. Lo cierto es que mi madre (Helen, perdón) tenía apenas 20 años cuando se quedó embarazada de mí y Joseph tenía 21. Estaban en la mitad de sus carreras de derecho, pero eso no impidió que mi madre fuera a la universidad con una panza que apenas cabía bajo la mesa, ni que mi padre cuidara de mí mientras se sacaba un máster por las noches.
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Imposible, somos mundos opuestos. [[[COMPLETADA]]]
RomanceSpencer es malhablada y algo insolente. Pero a pesar de eso, es amiga de sus amigos, entregada, valiente y buena estudiante. Neil es amable, atento, simpático, galán... El chico perfecto. A todo el mundo le cae bien excepto a Spencer, que cree que l...