Parte 2 - LA TREMOFOBIA

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Es una historia curiosa, de cómo llegaron a enamorarse, pero sucedió. Amor no le temía a casi nada, fueran arañas, ratas, oscuridad, penaduras, males de ojo y otras cosas de la vida mundana, sin embargo sufría de tremofobia, es decir miedo a los temblores... Los seísmos, tan frecuentes en Chile, realmente la dejaban apavorada.

Una noche que estaba en Copiapó, trabajando en la tienda central del comercio con sus padres, hubo un sismo grado 6 escala Ritcher, y huyó despavorida a la vía pública, gritándole al primer transeúnte:

-¡Socorro, señor!

El joven la calmó, para que no siguiera corriendo, por precaución a que le sucediera algo. Temblaba de pies a cabeza.

- ¡Tengo mucho miedo, por favor: ¡Abráceme fuerte!

Se aferró para espantar sus miedos. Cuando dos minutos y 35 segundos después dejó de moverse la tierra y aún se escuchaban caer pequeñas cornisas, vidrios y se mecían los cables eléctricos, observó que su protector era el hombre que le había enviado la rosa.

¡Quedó perpleja!

El, por supuesto que estaba feliz y la había abrazado muy fuerte, como le pidió la joven.

Felipe agradecía a Dios que ese ángel lleno de miedos lo buscara como su salvador, pues él no tuvo tanto temor.

Cuando la tierra estaba quieta, Amor, habló conmocionada:

- ¡Gracias señor!... usted ha sido una maravillosa persona.

- Efectivamente, soy maravilloso. ¿Podemos ser amigos? - Respondió Felipe , sorprendiéndola.

- Mi apellido es Zublime, pero no es conveniente que seamos amigos. Usted partió mal señor maravilloso. Mejor siga repartiendo rosas. Bueno, muchas gracias de nuevo, pero esto nunca sucedió. Adiós, es decir, ¡hasta nunca!

- Chao, Amor Zublime, tu apellido lo imaginé, porque tras tuyo se cayó ese cartel gigante de la tienda que dice «¡Zublime, siempre con la mejor ropa interior!»... No lo dudo.

La joven, se puso roja... Demás que entendió la indirecta. Más avergonzada todavía, se alejó sin mirar atrás para mostrar desinterés en su casi desconocido auxiliador.

Felipe se quedó 20 minutos en la acera, esperando una réplica del seísmo, que no la hubo. Luego se alejó triste y contento a la vez; al menos había conseguido el calor de su cuerpo y feliz de protegerla en sus miedos.

Le apenó que nuevamente lo rechazara, y además, que después de «tutearlo», puso nuevamente una barrera, hablándole con distancia

- ¡Si tiembla mientras camino, me devuelvo corriendo!- Pensó Felipe.

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LA CHICA TREMOFÓBICAWhere stories live. Discover now